Un Amor Prohibido Para La Institutriz

​Cecilia, con la habilidad de siempre, cepillaba el largo cabello de su joven ama, que estaba sentada frente a su tocador. Rosalba le platicaba los pormenores del baile, cuando de pronto, al comenzar a hablar de Marcello, Cecilia hizo una mueca de disgusto y se detuvo. Su pequeña dama de compañía tenía algo que decir.

​"Debo confesar, señorita Rosalba," dijo Cecilia, su voz suave y respetuosa, "que cuando mi hermano llegó a casa esta mañana, parecía que la vida lo había golpeado en la cara, pero aun así se le veía feliz al civettuolo."

​Rosalba, al escuchar la historia, se echó a reír. "¿Por qué dice eso? ¿Acaso notó algo diferente en él?".

​"¡Oh, l'ho visto!," dijo Cecilia, su voz llena de indignación. "Tenía una marca roja en la mejilla, como si alguien lo hubiera abofeteado. Y me dije a mí misma: 'Esa debió haber sido una de sus damas'. Desde la plática que tuvimos ayer estoy segura de que mi hermano siempre ha sido un Don Juan, un civettuolo e seduttore. Seguro en sus tiempos libres anda conquistando corazones para luego romperlos." decía Cecilia con tono indignado mientras Rosalba contenía sus risas esperando que terminara su historia. "Asumí que seguro había roto algún otro corazón como el suyo. Así que me encargué de que él sintiera la ira de las mujeres, ojalá eso le haga entender que no debe jugar con los corazones de las muchachas".

​"¿Y cuál ha sido su venganza?" preguntó Rosalba.

​"Le he dado con un balde, después de verlo que hizo llorar a la vecina. Seguro a ella también le rompió el corazón. Con eso considero que usted estaba vengada por todas las cosas que él le haya hecho pasar." terminó de decir Cecilia orgullosa.

​Rosalba no pudo contener su risa. "No, Cecilia, no fue por eso. Debe saber lo que pasó."

​Entonces, Rosalba le contó todo. Desde su frustración por no haberlo visto, hasta los celos que sintió. Le habló de su sorpresa al descubrir que él estaba allí, de la emoción del baile y de la discusión en el jardín. Le relató la bofetada y su conmovedora confesión.

​Cecilia, con la boca abierta, escuchaba cada palabra. "¡Allora! ¿Por eso mi madre está tan enojada con él? Me dijo que lo dejaría sin cenar hasta que recapacitara, y lo regañó por su falta de decencia. Le dijo que su falta de acción nos hacía ver como tontos. ¡Ahora entiendo!".

​Rosalba asintió, una sonrisa de alivio en su rostro. "Sí. Todo fue un malentendido. Una confusión. Y ahora... ahora no sé qué va a pasar. Pero me alegro de que él no se haya olvidado de nuestra promesa."

Mientras las jovencitas reían en la habitación, Rafael y Elaiza estaban a solas en el despacho del marqués. La puerta estaba cerrada. El aire era denso, lleno de una intimidad que solo la pareja compartía. Sentados en un gran sofá de cuero, Rafael tenía a Elaiza acurrucada a su lado, con la cabeza sobre su hombro. Él, con una mano, acariciaba suavemente el brazo de su amante.

"¿te divirtiste anoche, mi amor?" susurró Rafael, su voz suave casi un murmullo.

Elaiza asintió, su voz llena de calidez. "El baile fue un éxito. Rosalba se veía hermosa, y el resto de las debutantes no le llegaban ni a los talones."

"tu te veías hermosa... Lastima que solo pude bailar dos piezas con tigo" comento Rafael sintiendo un poco de celos al recordar otros bailando con su amada

"si aun me duelen los pies" respondió Elaiza "todo fue muy hermoso"

Rafael sonrió, besando la coronilla de su cabeza. "su no hubiera Sido por la desaparición de Rosalbala noche hubiera sido perfecta. Me preocupé, mi amor. ¿Qué ocurrió?".

Elaiza lo miró a los ojos y, con una voz serena, le explicó que la joven se había sentido abrumada por la multitud y había salido a tomar el aire. "cuando la encontré Estaba sentada detrás de un jarrón, no la veíamos por eso". mintió para ocultar que la había encontrado junto con Marcello a solas.

Rafael asintió, pero su expresión cambió. De la intimidad, pasó a la seriedad. "bamor tengo una duda El joven al inicio de la fila de los cadetes, ¿era Marcello? ¿El joven que antes era ayudante de jardinero? ¿el hijo de Giuseppe?".

Elaiza asintió, su rostro inexpresivo. "si eso creo"

La mano de Rafael, que antes acariciaba su brazo, la apretó con fuerza. La mirada en sus ojos era fría, llena de prejuicios. "sabes No me agrada, Elaiza. Ese muchacho es un problema. ¿Cómo es posible que alguien de su clase haya logrado entrar a la academia?".

"bueno por lo visto Es muy talentoso, mi amor," le respondió Elaiza, intentando mantener la calma. "Y ha trabajado muy duro. Es el segundo mejor de su clase, tu sabes lo difícil que son los entrenamientos y las clases no cualquiera lo logra".

"¡No me importa!" espetó Rafael, su voz alzándose por un momento. "Los hombres como él no pertenecen a ese mundo. ¿Qué no lo recuerdas, Elaiza? Lo eché de aquí por enseñarle a Tomás a boxear, a usar sus puños como un animal. Esos son modales de la clase baja. No quiero que mis hijos se mezcle con alguien así, por eso lo eche de casa. No puedo permitir que alguien como el esté cerca de nuestra familia y nuestra honra se manche".

Elaiza se sentó derecha, liberándose de su abrazo. "No es un peligro, Rafael. Es un buen muchacho, trabajador y muy leal, apesar de venir de una familia pobre el se está esforzando por salir adelante. Y... ¿no le parece que la gente como él tiene el mismo derecho a soñar con mejores oportunidades, incluso tal ves acceder a un mejor estatus?... Yo por ejemplo llegué a esta casa sin ningún titulo o nombre respetable y tú sabes ... Ahora soy una lady gracias al cariño que me tiene la reina".

La mirada de Rafael se endureció, sus palabras la habían ofendido. Su prejuicio era solo contra Marcello, pero ella sentía que era contra cualquier persona que, como ella, no tuviera un título de nobleza.

"¿De qué estás hablando, Elaiza? ¿te estás comparando con él? tu eres una dama." dijo rafael intentando tomar la mano de su amada pero ella la retiro bruscamente. "amor creo que me estás malinterpretando... "

"¿y cuál es la diferencia dime?" Elaiza lo interrumpió, sus ojos llenos de una mezcla de dolor e ira. " soy solo una institutriz, la huérfana, que tiene la suerte de estar en el mismo cuarto que usted, Si los demás se enteraran de nuestra relación, ¿qué pensaría de mi honra? ¿Qué pensaría de la suya? ¿que diferencia hay entre ser el hijo del jardinero del marqués que logro ser el segundo lugar del colegio militar y ser la institutriz que llegó a ser una lady y la amante del marqués?."

Rafael se levantó, se alejó del sofá y se paró frente a la chimenea. "¡Tú eres diferente! ¡Tú no eres de la misma calaña que ese muchacho!".

"¡No no es lo mismo!" Elaiza lo interrumpió, sus ojos llenos de una mezcla de dolor e ira. "Tú estás enamorado de tu institutriz, mientras que los niños solo desean tener amigos leales, gente que no se guíe por el estatus o la pureza de sangre. Emanuel ha aprendido mucho del cuidado de su huerta de Alessandro y su padre. Rosalba, si no fuera por Cecilia, tal vez seguiría sumida en su tristeza. Y si tal vez no estuvo bien que Marcello le enseñara a Tomás a boxear, él solo usó esos golpes para defender a Rey Arturo, de lucas, y eso para mí me enorgullece, como yo lo hice con Emanuel alguna vez ¿no lo recuerdas?, o ¿acaso tengo que mostrarte la cicatriz que me quedo y gracias a la cual obtuve mo título?". Rafael estaba atónito nunca había visto a Elaiza tan molesta

"mi amor por favor... tú eres muy diferente a ese muchacho...tú eres mi..." Intento calmar la situación

Mi amor, por favor... tú eres muy diferente a ese muchacho... tú eres mi..." intentó calmar la situación, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

"No, Rafael. No soy diferente," dijo Elaiza, su voz baja y firme. "Soy igual. Yo soy la prueba de que el honor y el valor no tienen clase."

Elaiza, con un último suspiro de dolor, salió del estudio, dejando a Rafael, de pie en medio de la habitación, con la excusa de dar una clase a Emanuel,. Con la cabeza entre las manos, el marqués se quedó frustrado, consumido por el conflicto entre su corazón y sus prejuicios.

​La noche había caído sobre la mansión y el silencio había invadido cada rincón. Rafael, con el peso de la frustración y el remordimiento, entró en la habitación de Elaiza. La puerta, que antes había estado totalmente cerrada, ahora se abría con un suave crujido.

​Elaiza estaba de espaldas a la puerta, su cuerpo quieto bajo las sábanas. Rafael se acercó con cuidado, sus pasos casi inaudibles, y se metió entre las sábanas. Se acostó a su lado y, con una mano, acarició suavemente su brazo. Al hacerlo, sus dedos rozaron una cicatriz. La cicatriz que le había dejado la bala del chacal, durante el secuestro de su hijo.

​Una ola de arrepentimiento lo inundó. Había estado a punto de perderla aquella vez. Había estado a punto de perder a la única mujer que había luchado con valentía por su hijo, sin importarle su propio bienestar. Era una herida que la unía a él y a su familia más que cualquier título de nobleza.

​Rafael, con un dolor en el pecho, besó la cicatriz. "Perdóname," susurró, creyéndola dormida. "Tenías razón. El honor y el valor no tienen porqué guiarse por el estatus social." La abrazó con fuerza contra su cuerpo y cerró los ojos, deseando que el tiempo pudiera retroceder para que no la hubiera herido con sus palabras.

​Una lágrima silenciosa rodó por el rostro de Elaiza. Había escuchado cada palabra. La rabia se había disipado, pero el dolor permanecía.

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