En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 15
—¿Qué fue eso? —le pregunté, en un tono que intentaba sonar desafiante, aunque el nerviosismo me traicionara un poco—. ¿Qué ganaste con sacarme de ahí?
James me observó con una intensidad que hacía que el aire se sintiera denso, como si cada palabra que dijera fuera un arma de doble filo. Sonrió, esa sonrisa que me resultaba casi tan desconcertante como la misma situación.
—Lo que gano —dijo, acercándose lo suficiente como para que su voz fuera un murmullo— es recordarte por qué estás aquí, Adeline.
Intenté sostener su mirada, pero había algo en su tono y en la forma en que sus ojos parecían analizar cada reacción mía que me hizo sentir vulnerable. La situación parecía un juego, uno en el que él siempre llevaba la ventaja y yo solo podía reaccionar. Tragué saliva, consciente de lo cerca que estaba y del peso de sus palabras.
—Ya lo sé —respondí, casi en un susurro—. No estoy aquí por elección propia.
James levantó una ceja, como si mi respuesta le resultara divertida.
—Eso no es del todo cierto. Has tomado tus decisiones, y ahora… formas parte de esto, quieras o no.
No pude evitar un suspiro de frustración. ¿Qué significaba eso realmente? ¿Era otra advertencia? ¿O una promesa de que nunca podría salir de este mundo, sin importar cuánto intentara?
—¿Alguna vez planeas decirme realmente qué quieres de mí? —pregunté, con una voz que intentaba sonar fuerte, pero que llevaba una nota de incertidumbre—. Porque esto de arrastrarme de un lugar a otro, de meterme en situaciones que no entiendo…
James me miró, su expresión suavizándose solo por un instante. Era como si hubiera algo que quería decirme, algo que dudaba en expresar. Dio un paso más hacia adelante, hasta que sentí su cercanía como un calor envolvente. Me quedé inmóvil, sorprendida por su intensidad, y antes de que pudiera retroceder, sentí mi espalda chocar contra la pared. Su expresión no mostraba la mínima intención de detenerse.
—¿Qué demonios estás haciendo? —logré decir, mi voz traicionada por la mezcla de confusión y ese extraño nerviosismo que él conseguía provocarme.
James simplemente sonrió, inclinándose y colocando una mano sobre la pared, justo encima de mi cabeza, como si bloqueara cualquier intento de escape. Su proximidad hacía que el aire se sintiera más denso, y la mirada que me lanzaba tenía un brillo oscuro, casi hipnotizante.
—¿Qué estoy haciendo? —repitió en un tono bajo y provocador, su mirada descendiendo lentamente desde mis ojos hacia mis labios—. Tal vez simplemente estoy disfrutando de una vista que no tiene comparación. No te imaginas, Adeline, lo difícil que es encontrar algo tan… intrigante como tú.
Su voz era como un susurro envolvente, y sus palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi cuerpo. Lo miré, con las palabras en la punta de la lengua.
—¿Por qué mejor no vuelves con tus patas flacas? —repliqué, intentando sonar fría, aunque mi tono no lograba esconder del todo el nerviosismo.
Él se rió, una risa baja y casi burlona, que solo hizo que la tensión aumentara. Lentamente, James se inclinó más cerca, tanto que su aliento rozaba mi piel, y al llevar sus labios a mi oído, susurró en un tono tan bajo y grave que cada palabra parecía una caricia oscura:
—Porque las “patas flacas” no me da la mitad de las ganas de arriesgarme como tú lo haces.
Me quedé sin palabras mientras su voz acariciaba mi oído, tan cerca que su aliento parecía traspasar mi piel. Él mantenía esa cercanía controlada, una mano aún apoyada sobre la pared, impidiéndome moverme. Mi respiración estaba completamente fuera de ritmo, y aunque intenté mantener la calma, sabía que mis mejillas estaban ardiendo. No podía dejar que notara el efecto que me provocaba, pero su sonrisa burlona y esa mirada arrogante dejaban en claro que lo sabía perfectamente.
—¿Sabes? —susurré, buscando la valentía en medio de la maraña de emociones—, tú crees que controlas todo… que puedes manipularme con esas palabras y esa actitud arrogante. Pero te aseguro que no me impresionas.
Él ladeó la cabeza, observándome con una mezcla de interés y desafío. La chispa en sus ojos pareció intensificarse, como si el que yo le llevara la contraria fuera exactamente lo que él deseaba.
—¿Ah, sí? —dijo en tono bajo, su voz vibrando en el aire entre nosotros—. Entonces, explícame algo, Adeline. Si no te impresiono, ¿por qué no te has movido ni un solo centímetro?.
Me quedé helada. Tenía razón: estaba paralizada, atrapada en ese juego tenso que había creado con solo unas palabras y un par de miradas. Fruncí el ceño, intentando ignorar el tirón de esa tensión que él creaba con tanta facilidad.
—No te confundas, James —respondí, recuperando la voz—. No me impresionas; simplemente estoy esperando a que te hagas a un lado. No necesito que me asfixies con tu supuesta… caballerosidad.
Su sonrisa se ensanchó, y él se acercó aún más, hasta que casi no quedaba espacio entre nosotros. La intensidad en sus ojos no se desvanecía; al contrario, crecía con cada palabra que yo decía.
—¿Es eso lo que crees? —susurró con una suavidad que rozaba la ironía.
Me miró un segundo más antes de apartarse finalmente, pero no sin que antes sus dedos rozaran mi brazo brevemente, dejando una estela de calor a su paso. Al apartarse, mantuvo una sonrisa leve, pero sus ojos parecían estudiar cada uno de mis movimientos, como si fuera una partida de ajedrez que todavía no terminaba.
—Muy bien, señorita “no impresionable” —dijo con un dejo de burla—. Bajemos. Hay un negocio que atender y muchos… muchos ojos observando.
Ambos bajamos de nuevo al salón, donde Simón y la mujer de antes, la "pata flaca", estaban esperándonos. La chica pareció reaccionar de inmediato al vernos, lanzando una mirada intensa hacia James. Claramente esperaba algo más que una simple despedida; parecía querer una atención que James no estaba dispuesto a darle ahora. Su expresión cambió cuando él solo le dedicó una mirada seca y una breve inclinación de cabeza antes de girarse hacia Simón, dándole una señal rápida de que era hora de irnos. La chica, visiblemente incómoda, se quedó en silencio, sin recibir el adiós que parecía haber esperado.
Con la tensión flotando en el aire, salimos del club y caminamos hacia el coche. James se adelantó, dejando que Simón y yo siguiéramos unos pasos detrás. Mientras nos acercábamos al auto, sentí la mirada curiosa de Simón sobre mí. Él siempre había sido más bromista que James, y en este momento no iba a desaprovechar la oportunidad.
—¿Qué le dijiste a James para que se pusiera así? ¿O qué le hiciste? —preguntó con una sonrisa divertida y las cejas levantadas.
Me giré hacia él, en parte sorprendida y en parte divertida. Sin pensarlo, extendí el brazo y le di un suave golpe en el hombro.
—Ay, mira que eres entrometido —le dije.
Simón hizo una mueca fingida, llevándose la mano al hombro como si le hubiera dolido de verdad, y soltó una risa breve que rompió un poco la tensión en el ambiente.
—¡Oye! que te pasa, ¿eh? —dijo—. Después de todo, ya somos amigos, ¿no? ¡Tienes que contármelo!
Rodé los ojos, sonriendo. Me resultaba algo cómico que Simón quisiera saber tanto sobre lo que había pasado cuando, en realidad, yo tampoco tenía las respuestas.
Al llegar a la casa, James salió del carro y caminó hacia la puerta principal sin pronunciar una sola palabra. Su semblante era tan serio que ni siquiera Simón intentó bromear, como solía hacer en momentos incómodos. Apenas cruzó el umbral, subió las escaleras y desapareció por el pasillo hacia su habitación. Me quedé observando hasta que se cerró la puerta de su cuarto, preguntándome qué estaba pasando por su cabeza después de lo ocurrido.
Simón me dio un suave codazo y señaló hacia la cocina. Sin decir nada, asentí y lo seguí, aliviada de tener una excusa para alejarme de la tensión que James había dejado en el ambiente. Entramos y me dirigí al refrigerador para sacar una botella de agua fría, mientras Simón tomaba vasos de la alacena.
—A ver —empezó Simón, llenando su vaso y mirándome de reojo—, ¿qué fue lo que le hiciste realmente a James? Porque, por cómo está, parece que le hubieras pateado el ego o algo peor.
Me reí sin ganas y le devolví la mirada con una mezcla de incomodidad y desinterés. Sabía que Simón no dejaría de hacer preguntas hasta que le diera al menos una respuesta parcial.
—¿Yo? No le hice nada. Él es el que se mete en mi vida, me da órdenes y luego se molesta porque las sigo… o no las sigo del todo —dije, tratando de sonar despreocupada.
Simón sonrió de lado, claramente no convencido.
—Vamos, Adeline. Me he dado cuenta de que ustedes dos tienen problemas muy serios. ¿Qué fue lo que realmente pasó ahí afuera? Parecía que estaban a punto de... no sé, resolver algo importante.
Me encogí de hombros, intentando restarle importancia, pero Simón siguió insistiendo.
—A ver —dijo, apoyándose en la barra con una expresión expectante—, cuéntame, ¿qué hiciste o qué dijiste para que James entrara a la casa sin mirarnos a la cara?
Suspiré, cediendo un poco a su curiosidad. Aunque Simón siempre era irritante, en el fondo sabía que podía confiar en él más que James ahora mismo.
—Nada que tú no hayas dicho antes, Simón —dije, con un leve sarcasmo—. Solo le recordé que no siempre voy a obedecer sus órdenes.
Simón levantó las cejas, sorprendido.
—Ah, ya veo. Bueno, tal vez le diste una buena dosis de realidad. No cualquiera le dice las cosas como son a James.
Le sonreí, un poco más tranquila ahora que alguien entendía mi postura, al menos en parte.
—Pues, si ya lo sabe, debería aceptar que no soy como los demás.
Simón se encogió de hombros, mirándome de forma burlona mientras daba otro sorbo a su vaso.
—¿Y sabes qué? Me parece que él también lo sabe, y eso lo confunde más de lo que está dispuesto a admitir.
Rodé los ojos, negándome a darle más importancia a la situación. En cambio, me concentré en el agua fría entre mis manos y en el alivio de compartir un momento sin presión en la cocina con alguien que no me estaba exigiendo nada.