Sinopsis
Enzo, el hijo menor del Diablo, vive en la Tierra bajo la identidad de Michaelis, una joven aparentemente común, pero con un oscuro secreto. A medida que crece, descubre que su destino está entrelazado con el Inframundo, un reino que clama por su regreso. Sin embargo, su camino no será fácil, ya que el poder que se le ha otorgado exige sacrificios inimaginables. En medio de su lucha interna, se cruza con un joven humano que cambiará su vida para siempre, desatando un romance imposible y no correspondido. Mientras los reinos se desmoronan, Enzo deberá decidir entre el poder absoluto o el amor que nunca será suyo.
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Capítulo 15: Bajo el Silencio
El aire en el Inframundo era denso, cargado de un malestar que parecía susurrar secretos oscuros en cada rincón. Las puertas, una vez imponentes, se cerraron tras de Michaelis con un estruendo que resonó en su pecho. El eco de su llegada se desvaneció rápidamente, dejándola sola en un mundo que no mostraba piedad.
El paisaje era desolador, un mar de sombras y cenizas que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Las estructuras parecían formar un laberinto de ruinas, con torres derrumbadas y caminos cubiertos de neblina. A medida que avanzaba, el sonido de sus pasos resonaba como un recordatorio de su soledad.
"Enzo," murmuró para sí misma, dejando que el nombre reverberara en su mente. "Soy Enzo."
En ese momento, se dio cuenta de que su verdadera identidad no podía ser ignorada, no importaba cuán lejos intentara huir. Pero, ¿qué significaba realmente ser Enzo, el hijo del Diablo? El eco de la voz de su padre aún resonaba en sus oídos, instándola a aceptar su destino.
"Debo encontrar la manera de salir de aquí," pensó con determinación, sintiendo el poder oscuro que bullía dentro de ella, pulsando con una energía que casi podía tocar.
Mientras caminaba, comenzó a notar que el paisaje a su alrededor se transformaba. Las sombras parecían cobrar vida, danzando y retorciéndose en formas que recordaban rostros perdidos, almas atrapadas entre el tormento y la desesperación. Susurros llenaban el aire, palabras ininteligibles que parecían llamarla.
"¿Quién está ahí?" preguntó Michaelis, su voz resonando en la oscuridad. No obtuvo respuesta, solo el eco de su propia pregunta.
El frío se hizo más intenso, y una brisa gélida recorrió su piel, como si el mismo Inframundo la estuviera probando. La sensación de ser observada se intensificó, y un escalofrío le recorrió la espalda.
"¿Enzo?" Una voz suave, casi familiar, flotó hacia ella desde la penumbra.
El corazón de Michaelis se detuvo por un momento. "¿Quién... quién está ahí?"
De las sombras emergió una figura, su rostro oculto tras una capucha oscura. Michaelis no podía distinguir sus rasgos, pero había algo en la forma en que se movía que le resultaba inquietantemente familiar.
"Soy yo," dijo la figura, su voz resonando en el aire frío.
"¿Quién eres?" exigió Michaelis, manteniendo su guardia. "¿Qué quieres de mí?"
"Vengo a ayudarte," respondió la figura, levantando las manos en un gesto pacífico. "No soy tu enemigo."
La figura se acercó un poco más, y Michaelis pudo vislumbrar un destello de luz que iluminaba su rostro. Para su sorpresa, reconoció a la persona que tenía delante. "¡Adrian!" exclamó, incapaz de ocultar su asombro. "¿Cómo... cómo has llegado aquí?"
"Eso no importa ahora," dijo él, su mirada seria. "Lo importante es que debes salir de aquí antes de que sea demasiado tarde."
Michaelis sintió un torrente de emociones; el alivio de ver a Adrian mezclado con la confusión de su presencia en el Inframundo. "¿Por qué estás aquí? No deberías estar aquí."
"Lo sé," admitió, mirando a su alrededor con inquietud. "Pero sentí que tenía que venir. Te estaba buscando."
"Buscándome... ¿por qué? No deberías tener nada que ver conmigo," respondió ella, su voz temblando ligeramente.
"¡No! Eso no es cierto," insistió Adrian, acercándose más. "Tienes un poder dentro de ti, Enzo. No puedes dejar que te controle. Debes tomar el control de tu destino."
Michaelis sintió una mezcla de incredulidad y esperanza. "¿Cómo sabes mi verdadero nombre? ¿Qué sabes de mí?"
Adrian hizo una pausa, su mirada fija en la de ella. "Sé más de lo que crees. He tenido visiones de ti, de este lugar, y de lo que eres realmente. No eres solo una chica; eres algo más, y tienes un papel que desempeñar aquí."
"Pero... ¿cuál es ese papel? No entiendo," respondió Michaelis, luchando con la confusión que la envolvía.
"Tu poder está destinado a ser liberado, Enzo. Pero hay fuerzas en el Inframundo que quieren evitarlo," explicó Adrian, sus ojos intensos. "Debes ser fuerte. Hay un enemigo acechando, alguien que no quiere que cumplas tu destino."
El aire se volvió más pesado, y Michaelis sintió una sombra oscura cruzar por su mente. "¿Quién es ese enemigo?"
"Alguien que conoce tu historia, que sabe lo que eres. Y está preparado para detenerte a toda costa," dijo Adrian, su tono sombrío.
"¿Qué hago?" preguntó ella, sintiendo que el pánico comenzaba a apoderarse de ella.
"Debes encontrar la fuente de tu poder, Enzo. Hay un lugar aquí, un antiguo altar donde tu energía puede ser canalizada. Allí, podrás enfrentar tu destino. Pero primero, debemos movernos. No tenemos mucho tiempo," instó Adrian, comenzando a caminar hacia las profundidades del Inframundo.
Michaelis lo siguió, aún incrédula de que él estuviera allí, pero decidida a entender. Mientras avanzaban, el ambiente se volvía más sombrío, y las sombras parecían alargarse, como si quisieran atraparlos.
"¿Qué es esto?" preguntó ella, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de ella.
"Son los ecos de almas atrapadas," respondió Adrian, mirando hacia atrás con preocupación. "Debes mantener la calma. No dejes que te controlen."
A medida que avanzaban, la temperatura descendió y un aire de desesperación impregnaba el lugar. Las sombras parecían acercarse más, murmurando, como si intentaran comunicarse con Michaelis.
"Enzo...," la llamaban, y su voz era una mezcla de tristeza y desesperación. "Regresa con nosotros."
"¡Cállense!" gritó, cubriéndose los oídos. "No puedo escuchar esto."
"Debes resistir," dijo Adrian, sujetando su brazo con fuerza. "No son más que ilusiones. Solo quieren distraerte."
A pesar de sus palabras, la presión en su pecho aumentó. "¡Adrian, tengo miedo!" admitió, sintiendo que su fuerza se desvanecía.
"Confía en mí," respondió él, su voz firme. "Vamos a salir de aquí. Mantente concentrada."
Después de lo que pareció una eternidad de caminar, finalmente llegaron a un claro en medio de la oscuridad. Al frente había un altar antiguo, hecho de un material oscuro y pulido que absorbía la luz. Era imponente, y Michaelis sintió que emanaba una energía que resonaba dentro de ella.
"Este es el lugar," dijo Adrian, acercándose al altar. "Aquí podrás conectarte con tu poder."
Michaelis sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. "¿Y si no puedo? ¿Y si me consume?"
"Solo podrás controlarlo si aceptas quién eres realmente. Debes dejar que tu esencia fluya," le dijo Adrian, mirándola con confianza.
Con una respiración profunda, Michaelis dio un paso adelante hacia el altar. La superficie estaba fría al tacto, y en ese instante, sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo. Era poderosa y aterradora al mismo tiempo, como si el Inframundo estuviera hablando directamente a ella.
"Enzo," murmuró, cerrando los ojos y permitiendo que la energía fluyera a través de ella. Imágenes comenzaron a aparecer ante sus ojos: visiones de su pasado, de su vida en la Tierra, de las sombras que la habían perseguido.
"Recuerda quién eres," le susurró Adrian, su voz resonando en su mente. "No eres solo un niño perdido. Eres el hijo del Diablo. Este es tu hogar."
Las palabras de Adrian resonaron en su interior, y de repente, comprendió. No tenía que huir de su pasado, sino abrazarlo. Era un ser poderoso, y ese poder no tenía que ser temido, sino utilizado.
Con una explosión de energía, el altar brilló intensamente, y Michaelis sintió cómo su esencia se fundía con el poder que la rodeaba. La luz la envolvió, y en ese momento, se dio cuenta de que ya no era solo Michaelis. Era Enzo, y estaba lista para enfrentar su destino.
La energía comenzó a desbordarse, y Michaelis abrió los ojos, sintiéndose renovada. Pero justo cuando la luz alcanzaba su punto máximo, una sombra oscura apareció, interrumpiendo la conexión.
"¡No!" gritó Adrian, retrocediendo ante la amenaza. "¡Es él!"
"¿Quién?" preguntó Michaelis, sintiendo la presencia opresiva acercarse.
"El que ha venido a detenerte," dijo Adrian, su voz llena de pánico. "Debes actuar rápido."
La sombra se materializó, revelando una figura alta y amenazante. Su rostro se ocultaba bajo una capucha oscura, pero sus ojos brillaban con un fulgor infernal, dos llamas que ardían con la intensidad del odio. Michaelis sintió un escalofrío recorrer su espalda; aquel ser emanaba una maldad palpable que casi podía tocar.
"Enzo," dijo la figura con una voz profunda y resonante, que reverberaba en el aire frío del Inframundo. "Por fin has venido a reclamar lo que es tuyo, pero no permitiré que lo hagas."
Michaelis dio un paso atrás, el altar aún vibrando con su energía. "¿Quién eres?" preguntó, aunque su voz temblaba con incertidumbre.
"Soy el Guardián de este reino, el que custodia el poder que pretendes liberar," respondió el ser, su tono lleno de desdén. "Tu llegada ha alterado el equilibrio, y no permitiré que uses ese poder en tu beneficio."
"¡No puedes detenerme!" gritó Michaelis, sintiendo la ira crecer dentro de ella. "Soy Enzo, y estoy aquí para reclamar mi destino."
"Tu destino es una ilusión," replicó el Guardián, avanzando un paso. "Eres un niño perdido, una chispa de luz que será extinguida en la oscuridad."
Las palabras del Guardián le golpearon como una tormenta. Michaelis sintió la sombra de la duda asomarse en su mente. Pero entonces recordó las visiones que había tenido, las promesas de poder y los susurros de Adrian. No podía rendirse.
"¡Soy más que eso!" exclamó, sintiendo la energía del altar arder en su interior. "No voy a dejar que me detengas."
Con un movimiento decidido, extendió las manos hacia el altar, concentrando toda su energía en la luz que emanaba de él. La brillantez se intensificó, y un torrente de energía comenzó a fluir hacia ella. Las sombras del Inframundo empezaron a retorcerse a su alrededor, como si se rebelaran ante la luz que estaba a punto de liberar.
El Guardián se detuvo, visiblemente sorprendido. "¿Qué has hecho?" su voz se tornó tensa, sus ojos ardían de furia.
"¡He encontrado mi poder!" gritó Michaelis, su voz resonando con la fuerza de su resolución. La luz se intensificó, transformándose en un halo radiante que la envolvió.
En ese instante, un destello de memoria la invadió: su madre, sus risas, sus lágrimas, su lucha. Todo lo que había atravesado en su vida, todo lo que había dejado atrás, se fundió en un único propósito. "No estoy sola," se dijo a sí misma. "No más."
Las sombras se agitaron, y el Guardián retrocedió, sintiendo el poder que Michaelis liberaba. "Esto no ha terminado, Enzo," siseó, su voz llena de veneno. "Siempre habrá sombras que acecharán tu luz."
Con un grito de liberación, Michaelis lanzó un rayo de luz hacia el Guardián, la energía pura atravesando el aire con la velocidad de un rayo. La figura oscura se retorció, sorprendida por la fuerza del ataque. La luz impactó con un estallido, creando una onda de choque que resonó en el Inframundo. Las paredes temblaron y las sombras gritaron en una mezcla de terror y furia.
"¡Ve y enfrenta tu destino!" gritó Adrian desde el lado, apoyándose en el altar, admirando el coraje de Michaelis. "No dejes que te detenga."
El Guardián, debilitado pero no derrotado, se desvaneció en la oscuridad, dejando tras de sí un aire de amenaza. Michaelis, aún llena de energía, respiró hondo, sintiendo cómo la luz palpitaba en su interior. La batalla no había terminado, pero había dado un paso decisivo hacia su verdadera identidad.
"¿Lo hiciste?" preguntó Adrian, su voz llena de asombro.
"Creo que sí," respondió Michaelis, todavía sintiendo el pulso del poder en su cuerpo. "Pero no sé si eso fue suficiente."
"Lo fue," dijo él, sonriendo con admiración. "Has tomado el primer paso para liberarte de las cadenas que te ataban. Ahora, tenemos que ir a buscar lo que necesitas para completarlo."
Con determinación, Michaelis miró hacia el altar. "¿Qué se supone que debo buscar?"
"Hay un artefacto antiguo, una piedra que contiene el equilibrio entre la luz y la oscuridad. Sin ella, tu poder estará incompleto," explicó Adrian, su expresión seria.
"¿Dónde se encuentra?" inquirió Michaelis, sintiendo una mezcla de ansiedad y emoción.
"En las Profundidades," dijo Adrian, mirando hacia el oscuro horizonte del Inframundo. "Un lugar lleno de peligros, pero es donde deberíamos ir. La piedra está custodiada por entidades que no se detendrán ante nada para protegerla."
Michaelis asintió, sintiendo el desafío latir en su pecho. "Entonces, vayamos. No podemos perder tiempo."
El dúo comenzó a avanzar, su camino iluminado por la energía que todavía emanaba de Michaelis. A medida que se adentraban en las profundidades, el ambiente se volvía más opresivo. Las sombras parecían susurrar a su alrededor, y el eco de sus pasos se perdía en la vasta oscuridad.
"¿Cómo es que sabes tanto sobre este lugar?" preguntó Michaelis mientras caminaban.
"He estado investigando," respondió Adrian, sus ojos escaneando el entorno. "No es la primera vez que vengo aquí. He visto lo que sucede con aquellos que no están preparados para enfrentar su verdadero poder."
La tensión en el aire crecía, y el silencio se hacía cada vez más incómodo. Finalmente, llegaron a una gran caverna, cuyas paredes estaban cubiertas de runas brillantes que pulsaban con un leve resplandor. En el centro, sobre un pedestal de piedra, descansaba la piedra que buscaban.
"Ahí está," susurró Adrian, apuntando hacia la piedra. "Pero ten cuidado. No estás sola aquí."
Antes de que Michaelis pudiera responder, un grito desgarrador resonó en la caverna. De las sombras surgieron figuras oscuras, entidades de pura maldad que parecían alimentarse de la desesperación. Michaelis sintió un frío intenso recorrer su cuerpo mientras las criaturas se acercaban, sus ojos brillando con un hambre insaciable.
"¡No dejaré que te lleven!" gritó Adrian, preparándose para luchar.
Michaelis sintió que su energía comenzaba a fluctuar. "¡Adrian, confía en mí! Tengo que hacerlo yo misma."
Con el corazón latiendo con fuerza, avanzó hacia la piedra. Las entidades se abalanzaron sobre ella, pero un escudo de luz se formó a su alrededor, protegiéndola. La energía que había liberado antes se amplificó, y las sombras comenzaron a retroceder ante su presencia.
"¡Ven a mí, luz!" gritó Michaelis, extendiendo las manos hacia la piedra. "¡Déjame ser quien realmente soy!"
La piedra brilló intensamente, su luz inundando la caverna y haciendo que las entidades gritaran y retrocedieran. Michaelis sintió cómo su poder crecía, fusionándose con la esencia de la piedra. Era como si todas las voces que había escuchado a lo largo de su vida, tanto en la Tierra como en el Inframundo, se unieran en un solo coro.
El Guardián apareció de nuevo, pero esta vez no había miedo en los ojos de Michaelis. "No puedes detenerme," dijo con firmeza, sintiendo la conexión con su verdadero yo.
"Esto es solo el comienzo," advirtió el Guardián, pero su voz sonaba más débil.
"El comienzo de mi libertad," replicó Michaelis, y con un grito, liberó su poder hacia la piedra.
Una explosión de luz llenó la caverna, y las sombras comenzaron a desvanecerse en la intensidad del resplandor. Michaelis sintió que se conectaba con cada rincón del Inframundo, cada sombra que había temido antes.
El Guardián, rodeado por la luz, empezó a desvanecerse. "Esto no ha terminado, Enzo," susurró antes de ser consumido por el resplandor.
Con la energía de la piedra fluyendo a través de ella, Michaelis sintió una nueva fuerza surgiendo. La luz, una vez temida, se había convertido en su aliada. Miró a Adrian, que estaba a su lado, asombrado.
"Lo has hecho," dijo él, respirando profundamente. "Ahora eres más fuerte de lo que jamás imaginaste."
Michaelis sonrió, sintiendo la energía vibrante en su interior. "Y ahora sé quién soy realmente."
El eco de la batalla aún resonaba en sus oídos, pero ya no había miedo. Con el poder de la piedra y la luz dentro de ella, Michaelis estaba lista para enfrentar su destino, sin importar lo que eso significara.
"Vamos," dijo, tomando la mano de Adrian. "Hay mucho por hacer, y no voy a detenerme ahora."
Ambos comenzaron a avanzar hacia el futuro, decididos a enfrentar cualquier sombra que se interpusiera en su camino. Con su nueva fuerza y la luz de su verdadera identidad, el Inframundo ya no era un lugar de miedo, sino un territorio lleno de posibilidades. Cada paso que daban resonaba con la promesa de una nueva vida y un destino que estaban listos para reclamar.
A medida que se adentraban más en la caverna, las runas brillantes a su alrededor comenzaron a iluminar el camino, guiándolos hacia lo desconocido. Michaelis podía sentir la energía de la piedra vibrar a su lado, un recordatorio constante de que ahora tenía el poder para enfrentar cualquier adversidad.
“¿Qué hay más allá de aquí?” preguntó Adrian, su curiosidad palpable.
“Hay secretos que deben ser descubiertos,” respondió Michaelis, su determinación fortalecida. “Necesitamos entender por qué las sombras nos persiguen y qué significado tiene mi existencia aquí.”
Las paredes de la caverna se curvaban y retorcían, como si estuvieran vivas, y pronto llegaron a un pasaje más estrecho. La luz de la piedra los iluminaba tenuemente, creando sombras danzantes que parecían susurrar advertencias. Sin embargo, Michaelis no se detuvo. Había encontrado su propósito y no podía retroceder.
A medida que avanzaban, un viento helado sopló desde las profundidades del pasaje, trayendo consigo ecos de risas y llantos. Eran los lamentos de aquellos que habían perdido su camino, las almas atrapadas en la oscuridad. Michaelis sintió una punzada de dolor en su corazón; sabía que debía ayudarles.
“Adrian, si podemos, tenemos que liberar a estas almas,” dijo, su voz llena de compasión.
“Es un riesgo enorme,” respondió él, pero vio la resolución en los ojos de Michaelis. “Si decides hacerlo, estaré contigo.”
Con un asentimiento, Michaelis se detuvo y cerró los ojos, concentrándose en la luz que emanaba de la piedra. La energía comenzó a fluir, formando un vórtice que se expandía a su alrededor. La luz se convirtió en una corriente, fluyendo hacia las sombras, envolviendo a las almas perdidas en un abrazo cálido y brillante.
“¡Libérense!” gritó Michaelis, su voz resonando con la fuerza del nuevo poder. “No están solos. Su luz puede regresar.”
Las sombras comenzaron a retorcerse, y los ecos se transformaron en murmullos de esperanza. Una a una, las almas comenzaron a materializarse, liberándose de las garras de la oscuridad. Michaelis sintió un profundo sentido de satisfacción mientras las almas flotaban alrededor de ella, agradecidas.
Adrian observó con asombro, comprendiendo que la verdadera naturaleza de Michaelis era mucho más poderosa de lo que había imaginado. No solo era un ser de luz, sino un faro de esperanza en un mundo lleno de desesperación.
“Gracias,” murmuraron las almas al unísono, sus rostros reflejando gratitud y alivio. “Gracias por liberarnos.”
Michaelis sonrió, sintiendo su propia luz brillar más intensamente. “El camino hacia la libertad no siempre es fácil, pero siempre hay esperanza.”
Sin embargo, no podían permitirse perder más tiempo. Las sombras aún acechaban en la oscuridad, y el Guardián seguramente no se quedaría quieto por mucho más tiempo. Con un nuevo sentido de urgencia, Michaelis y Adrian continuaron su camino, acompañados por las almas rescatadas que los seguían, llenando la caverna con una luz renovada.
“¿Qué haremos ahora?” preguntó Adrian mientras caminaban. “¿Dónde nos llevará este camino?”
“Lo descubriremos juntos,” respondió Michaelis, la confianza brillando en su voz. “Debemos encontrar el lugar donde el destino de mi familia se cruza con el mío. Ahí es donde encontraré las respuestas.”
Finalmente, el pasaje se abrió en una vasta sala, sus paredes cubiertas de inscripciones antiguas y símbolos desconocidos. En el centro, un altar más grande que el anterior brillaba con una luz sobrenatural, atrayendo a todos hacia él.
“Esto… esto es increíble,” murmuró Adrian, maravillado. “Las escrituras, parecen ser una parte de la historia del Inframundo.”
“Sí,” dijo Michaelis, acercándose al altar. “Y creo que aquí es donde comenzaré a entender mi verdadero propósito.”
Al examinar las inscripciones, una oleada de recuerdos y visiones la inundó. Vio imágenes de su familia, de batallas libradas y de pactos sellados. Su corazón latía con fuerza al darse cuenta de que su viaje era más grande de lo que jamás había imaginado.
“¿Puedes leerlo?” preguntó Adrian, observando su expresión intensa.
“Es una mezcla de advertencias y enseñanzas,” respondió Michaelis, tocando la piedra del altar. “Habla de la lucha entre la luz y la oscuridad, y de aquellos que deben elegir su destino.”
“¿Y tú? ¿Qué eliges?” inquirió Adrian, su mirada fija en ella.
“Voy a luchar por la luz,” respondió Michaelis con firmeza, su voz resonando en la sala. “No solo por mí, sino por todos los que han sido atrapados en la oscuridad.”
Con ese compromiso en su corazón, se preparó para la próxima fase de su viaje. Sabía que las sombras aún acechaban y que la lucha apenas comenzaba. Pero estaba lista para enfrentarlas, armada con su nueva luz y la fuerza de aquellos a quienes había liberado.
El futuro era incierto, pero Michaelis, Enzo, había encontrado su camino. Con Adrian a su lado, se enfrentaría a cualquier adversidad que se interpusiera en su búsqueda de libertad y verdad. Y así, con cada paso, la luz se intensificaba, y su destino comenzaba a revelarse ante ella.