Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 9: Verdades a Medias
La semana continuó con una rutina que para Ariadna ya no se sentía tan normal. Cada encuentro con Eryx, aunque breve, parecía tener un peso mayor. Había algo en él que la atraía, como si todo a su alrededor cobrara un nuevo sentido cuando estaba cerca. Pero esa cercanía también venía acompañada de preguntas, dudas y silencios que no sabía cómo interpretar.
El viernes por la tarde, Ariadna decidió quedarse en la biblioteca después de clases. Sabía que Nikos no estaría en casa hasta la noche, y Theo probablemente estaría ocupado con sus propios asuntos, así que tenía tiempo de sobra para terminar sus tareas.
Mientras hojeaba un libro sobre poesía griega, una sombra se proyectó sobre la página. Al levantar la vista, se encontró con Eryx, sosteniendo un par de libros en sus manos.
—¿Te molesto si me siento aquí? —preguntó, con su tono bajo y calmado.
—Claro que no —respondió Ariadna, intentando no parecer demasiado emocionada.
Eryx se sentó frente a ella, abriendo uno de los libros sin decir nada más. Durante varios minutos, el único sonido era el suave crujir de las páginas al pasar. Sin embargo, la presencia de Eryx era tan palpable que Ariadna no podía concentrarse en su lectura.
Finalmente, se atrevió a romper el silencio.
—¿Qué lees?
Eryx alzó la mirada, mostrándole la portada. Era un libro de mitología griega, con ilustraciones detalladas de dioses y héroes.
—Me interesan las historias de los dioses —dijo, con una leve sonrisa.
—¿Por qué?
Eryx se encogió de hombros. —Son fascinantes. Imperfectos, como nosotros, pero con un poder que a veces no saben manejar.
Ariadna lo observó, intrigada por la manera en que hablaba. Había una profundidad en sus palabras que no esperaba.
—¿Tienes algún favorito? —preguntó.
—Hades.
Ariadna parpadeó, sorprendida. —¿Hades? ¿El dios del inframundo?
Eryx asintió, cerrando el libro y apoyando los codos sobre la mesa. —Siempre me ha parecido el más incomprendido. Lo pintan como un villano, pero en realidad solo cumple con su deber.
Ariadna lo miró, intentando descifrar si estaba hablando de sí mismo a través de Hades. Antes de que pudiera preguntar algo más, Eryx cambió de tema.
—¿Y tú? ¿Qué lees?
Ariadna le mostró el libro de poesía, sintiéndose un poco avergonzada. —Es para una tarea. No es que me apasione, pero... hay algo bonito en cómo las palabras pueden transmitir emociones.
Eryx asintió, como si entendiera perfectamente.
—La poesía es como un espejo —dijo—. Refleja lo que llevas dentro, aunque no siempre te des cuenta.
Sus palabras dejaron a Ariadna sin respuesta. Había algo en la manera en que hablaba, en cómo veía el mundo, que la hacía sentir que Eryx era mucho más complejo de lo que dejaba ver.
Al salir de la biblioteca, el cielo estaba cubierto de nubes grises, y una brisa fresca anunciaba la llegada de la lluvia. Eryx insistió en acompañarla a casa, a pesar de las protestas de Ariadna.
—¿Siempre eres tan obstinado? —preguntó ella, bromeando.
—Solo cuando creo que es necesario —respondió él, con una leve sonrisa.
Caminaban en silencio, pero no era un silencio incómodo. Había algo reconfortante en la presencia de Eryx, como si, a pesar de sus propios demonios, él supiera cómo hacer que todo se sintiera un poco más fácil.
Cuando llegaron a la esquina de la calle de Ariadna, Eryx se detuvo.
—Creo que aquí está bien —dijo, mirando hacia la casa.
Ariadna quiso insistir en que lo invitara a pasar, pero sabía que Nikos no lo aprobaría. En cambio, se despidió con una sonrisa.
—Gracias por acompañarme.
Eryx asintió, pero antes de que pudiera responder, Ariadna agregó:
—¿Alguna vez me contarás más sobre ti?
Él la miró, y por un momento, parecía debatirse entre decir algo o mantenerse en silencio. Finalmente, dijo:
—Tal vez algún día.
Y con eso, se dio la vuelta y comenzó a caminar en la dirección opuesta. Ariadna lo observó hasta que desapareció de su vista, sintiendo que ese “algún día” era una promesa que no sabía si quería esperar o temer.
Esa noche, mientras cenaba con Nikos y Theo, la conversación inevitablemente giró en torno a Eryx.
—¿Ese chico sigue rondándote? —preguntó Nikos, con el ceño fruncido.
—No está rondándome, Nikos. Solo somos amigos —respondió Ariadna, con un tono firme.
—¿Y qué sabes de él? —intervino Theo, quien había estado escuchando en silencio hasta ese momento.
Ariadna dudó antes de responder. La verdad era que sabía muy poco sobre Eryx, pero no quería admitirlo frente a sus hermanos.
—Sé suficiente. Es amable, inteligente y... no es como todos creen.
Nikos dejó su tenedor en la mesa con un golpe seco. —Eso no me convence, Ariadna. Hay algo en ese chico que no me gusta.
—¿Qué es lo que no te gusta? —preguntó ella, cruzándose de brazos.
—Su actitud. Parece que siempre está escondiendo algo.
Ariadna quiso responder, pero Theo habló antes.
—Nikos tiene razón en algo. Solo queremos asegurarnos de que no te haga daño.
La sinceridad en la voz de Theo desarmó a Ariadna. Sabía que sus hermanos solo querían protegerla, pero no podía evitar sentir que estaban siendo injustos con Eryx.
—Lo entiendo —dijo finalmente—. Pero confío en él.
Nikos suspiró, rindiéndose por el momento, pero Ariadna sabía que no había ganado la batalla.
Mientras tanto, en su apartamento, Eryx se sentaba en el borde de su cama, con la mirada fija en una foto vieja que sostenía entre las manos. Era una imagen borrosa de dos personas, tomadas de la mano, caminando por un parque.
Sabía que debía mantenerse alejado de Ariadna, que cada vez que se acercaba a ella, estaba poniendo en riesgo algo que no podía permitirse perder. Pero también sabía que, por más que lo intentara, no podía apartarse.
Ella era como un faro en medio de la oscuridad, iluminando partes de él que había olvidado que existían.
Sin embargo, las sombras de su pasado estaban siempre presentes, recordándole que la felicidad era un lujo que él no podía permitirse.
Con un suspiro, guardó la foto en un cajón y apagó la luz, preparándose para otra noche sin sueño. Porque, aunque quería proteger a Ariadna, también sabía que no podía resistirla. Y eso lo aterraba más que cualquier otra cosa.