Erick un antiguo detective retirado es una persona obsecionada con un caso de desapricion del pasado resibe una misteriosa llamada anonima que lo llevara a volver al caso, el inicio que comenzo con esta llamada lo metera a los planes de una organizacion que nos dice que el secuestro de laura no es tan simple como parece
La historia está hecha para que te preguntes si hubieras seguido las decisiones que Erick toma a lo largo de la historia
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La casa te llama
Con un movimiento brusco, tiras del hilo. Es más resistente de lo que parecía a simple vista, tejiendo una conexión inesperada entre la mancha en el zapato y algo más allá de tu alcance inmediato. El hilo se estira, revelando su naturaleza: no es un simple hilo de tela, sino una fina cuerda de nylon, casi invisible a la luz tenue de tu linterna. Sigues tirando, con una fuerza controlada que evita romperlo, y sientes una resistencia creciente.
El hilo no se rompe, sino que se tensa como una línea invisible que te guía a través de un laberinto invisible. Un ligero movimiento en el polvo te indica la dirección. El hilo parece arrastrarse por el suelo, pasando entre grietas en las tablas de madera, serpenteando detrás de un mueble derrumbado. La tensión se incrementa, la resistencia crece, como si algo, o alguien, estuviera del otro lado, tirando del hilo con la misma fuerza.
El hilo no se rompe; se estira, desafiando tu fuerza, desafiando tu paciencia. El silencio de la casa se intensifica, cargado de una expectativa tensa, un silencio que vibra con una energía que ya no es simplemente la atmósfera de una casa abandonada, sino una sensación de algo vivo, reactivo, consciente de tu presencia. La textura áspera del hilo te recuerda a algo familiar, pero ese recuerdo se escapa, eludiendo tu mente analítica.
La voz, apenas un susurro en el silencio sepulcral de la casa, retumba en tus oídos. "¿Hay alguien ahí?", preguntas, la frase colgando en el aire como una pregunta sin respuesta. El hilo sigue tenso, la resistencia inmutable. No hay respuesta audible, solo el susurro del viento filtrándose a través de las grietas de las paredes. Sin embargo, sientes un cambio sutil. La tensión en el hilo no disminuye, pero sí cambia de calidad. Es como si la resistencia se hubiera hecho más... consciente. Más inteligente.
Te agachas, examinando el suelo con mayor atención. El hilo, delgado como un cabello, se desliza por una grieta entre dos tablas del suelo podrido. Con cuidado, usas la punta de tu navaja para levantar una tabla suelta. Debajo, en la oscuridad, vislumbras un espacio estrecho, apenas lo suficiente para deslizar un dedo. El olor a humedad se intensifica, mezclándose con un nuevo olor metálico, casi imperceptible. El hilo desaparece dentro de ese espacio.
La oscuridad de la grieta es absoluta, el olor metálico más penetrante. Tu trastorno obsesivo-compulsivo te susurra advertencias: suciedad, bacterias, lo desconocido. Pero la promesa de la verdad, el peso de la culpa, superan tus miedos. Con un suspiro contenido, introduces lentamente tu mano en la grieta.
El roce de la madera áspera contra tu piel es desagradable, la frialdad del espacio te cala hasta los huesos. El hilo, tenso como un arco, guía tu mano, arrastrándola hacia adelante. La grieta se ensancha ligeramente, permitiendo que tu mano entre más profundamente. El olor metálico se intensifica, ahora acompañado de un aroma fétido a humedad y tierra. Tocas algo liso y frío: metal.
Es una superficie curva, como un tubo. Sigues el hilo, que ahora se siente más firme, más seguro, como si te guiara a través de un pasaje oculto. El silencio de la casa se vuelve aún más profundo, más denso, envolviéndote por completo en un abrazo oscuro y expectante. Sientes algo deslizarse por tu muñeca, una fina cadena metálica, fría y húmeda al tacto.
Con un movimiento decidido, tiras de la cadena. Es sorprendentemente ligera, pero su frialdad metálica es inquietante. Se desliza suavemente a través de la grieta, sin resistencia. Esperas un instante, sintiendo la tensión en tu brazo, la expectativa acumulada presionando tu pecho. Entonces, sientes un cambio.
La cadena deja de deslizarse. Se tensa. No es una tensión simple, sino una resistencia firme, como si algo pesado estuviera del otro lado, frenando tu movimiento. Con un esfuerzo controlado, tiras de nuevo, con más fuerza esta vez. La cadena cede un poco, pero la resistencia persiste.
Escuchas un leve raspado, un sonido metálico sobre metal, lejos, en la oscuridad que te rodea. El olor a metal se hace aún más intenso, mezclándose con un nuevo olor a humedad y algo… dulce. Algo que te recuerda vagamente a tierra recién removida y… algo más. Algo que te desconcierta, un olor que no logras identificar con exactitud, pero que te produce una profunda inquietud. La cadena te tensa el brazo; algo se mueve al otro lado.
Con un gruñido gutural, tensas todos tus músculos. La fuerza bruta, algo que siempre te ha servido, se convierte en tu única herramienta en este momento. Jalas la cadena con toda tu fuerza, ignorando el dolor que comienza a punzar en tu brazo. Hay un crujido sordo, como madera que se quiebra, seguido de un metálico clang.
La resistencia cede repentinamente. La cadena se afloja con un golpe seco. El metal frío se desliza a través de tus dedos, la tensión desaparece. Un pequeño compartimento rectangular se abre en la oscuridad, revelando una abertura lo suficientemente grande como para asomarse.
El olor que antes percibías se intensifica, predominando ahora la dulzura enfermiza que tanto te inquieta, un aroma que te recuerda extrañamente a... almendras amargas. Desde la abertura, un soplo de aire frío y húmedo golpea tu rostro, trayendo consigo un murmullo indistinto. Un escalofrío te recorre la espalda, no solo por el frío, sino por una sensación primigenia de peligro.
El aire frío te golpea con más fuerza al adentrarte en la oscuridad del compartimento. Tus ojos, acostumbrados a la penumbra de la casa abandonada, tardan unos segundos en adaptarse. La humedad es palpable, casi te envuelve como una manta fría y húmeda. El olor a almendras amargas es abrumador, punzante, te llena la nariz y te produce un ligero mareo.
La pequeña abertura da paso a un espacio más amplio, una especie de nicho excavado en la tierra. La pared de tierra, húmeda y oscura, está cubierta de una fina capa de moho. En el suelo, apenas visible en la penumbra, notas algo brillando. Es una pequeña caja de metal, rectangular y oxidada, casi enterrada bajo una capa de tierra y hojas secas. Parece increíblemente pesada para su tamaño.
Mientras te agachas para examinarla, observas que la caja está cerrada con un candado de combinación de tres dígitos. Los números, desgastados por el tiempo y la corrosión, son apenas visibles. Puedes distinguir un "2", un "7" y un posible "1" o un "4", el último está tan borroso que es difícil discernirlo. La tierra alrededor de la caja está removida, como si alguien la hubiera enterrado recientemente o la hubiera desenterrado para ocultarla de nuevo.
Un pequeño escalofrío, distinto al frío de la tierra, recorre tu espalda. Sientes una presión en tu cabeza, una sensación de ser observado, aunque estás completamente solo en la oscuridad. El silencio es opresivo, roto únicamente por el sonido de tu propia respiración y el latido de tu corazón, que late con una intensidad inusual. El trastorno obsesivo-compulsivo que te aqueja te incita a limpiar la tierra de la caja, a organizarla, a buscar un patrón en el caos. Pero algo te detiene. Una intuición, un presentimiento de que tocar la caja sin resolver el código del candado podría tener consecuencias inesperadas.