¿Por Qué Estoy En Este Cuerpo?

La tormenta golpeaba con fuerza la vieja mansión, como si el mundo exterior reflejara el caos que habitaba dentro de Álvaro. Estaba en la sala de estar, sentado frente a la chimenea. Las llamas bailaban con intensidad, pero no podían igualar la batalla que ardía en su interior.

Desde el momento en que volvió a la vida en el cuerpo de Felipe, había estado seguro de su propósito: vengarse de Catalina y destruir todo lo que ella había construido después de traicionarlo. Pero ahora, después de tantas interacciones, de los momentos fugaces en los que la risa de Catalina hacía eco en sus oídos y de las noches donde su aroma lo perseguía incluso en sueños, las certezas comenzaron a desmoronarse.

—Maldita sea — murmuró, apretando los puños contra sus sienes. —¿Qué me está pasando?

El primer enfrentamiento con su conciencia

El sonido de la puerta abriéndose interrumpió sus pensamientos. Catalina entró al salón, su silueta iluminada por el destello de un relámpago. Su expresión era tensa, cargada de una mezcla de emociones que Álvaro no podía descifrar.

—Necesitamos hablar — dijo ella, con firmeza.

Álvaro la miró, sus ojos oscuros intentando leer los pensamientos de Catalina. —¿Sobre qué? preguntó, aunque sabía exactamente de qué se trataba. La confrontación era inevitable.

—Sobre quién eres realmente, Felipe... o Álvaro, o quienquiera que seas ahora.

Las palabras de Catalina lo golpearon como un puñal. Durante un segundo, pensó en mentir, en usar la astucia que siempre lo había caracterizado para desviar la conversación. Pero algo en su interior, una chispa de humanidad que no había sentido en años, lo detuvo.

—¿Qué crees saber? — respondió, su voz baja y cargada de una vulnerabilidad que Catalina no esperaba.

—No es lo que creo saber, es lo que siento — dijo Catalina, dando un paso hacia él. —Desde que llegaste, he sentido que no eres un extraño. Tus gestos, tus palabras... incluso la manera en que me miras. Es como si supieras cosas que nadie más podría saber.

Álvaro desvió la mirada hacia la chimenea, tratando de evitar la intensidad de los ojos de Catalina. —Quizá es porque me importa, más de lo que debería.

El peso del pasado

Catalina se sentó frente a él, sus dedos jugando con la tela de su vestido mientras buscaba las palabras adecuadas. —Si realmente eres Álvaro, entonces necesito saber algo: ¿por qué volviste?

Álvaro dejó escapar una risa amarga, cargada de ironía. —Al principio, pensé que era para vengarme. Para hacerte pagar por lo que me hiciste. Pero ahora... — su voz se quebró por un momento antes de recuperar la compostura. —Ahora no estoy tan seguro.

Catalina lo observó, sus ojos brillando con algo que Álvaro no podía identificar del todo: ¿era culpa? ¿Arrepentimiento? ¿O algo más profundo?

—¿Sabes qué es lo más irónico de todo esto? — continuó él, levantándose y comenzando a caminar por la habitación. —Pensé que odiarte sería suficiente para mantenerme enfocado. Pero cada vez que te veo, cada vez que hablas conmigo, recuerdo por qué me enamoré de ti en primer lugar.

Catalina inhaló profundamente, sintiendo que su corazón se aceleraba. —Álvaro, si realmente eres tú, entonces dime la verdad. ¿Qué es lo que quieres de mí?

Álvaro se detuvo, enfrentándola directamente. —Quiero entender por qué me traicionaste. Quiero saber si alguna vez realmente me amaste. Y quiero... se detuvo, como si las palabras fueran demasiado pesadas para pronunciarlas. —Quiero saber si todavía hay algo de nosotros que pueda salvarse.

El dilema moral

Esa noche, Álvaro no pudo dormir. Su mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos y emociones que lo llevaban de un extremo a otro. Por un lado, estaba su plan de venganza, cuidadosamente diseñado desde el momento en que despertó en este nuevo cuerpo. Pero por otro, estaba Catalina, con sus sonrisas auténticas y sus momentos de vulnerabilidad, recordándole que detrás de todo el odio había amor, uno que no había desaparecido del todo.

Mientras se paseaba por la habitación, los recuerdos de su vida anterior comenzaron a invadirlo. Momentos felices con Catalina: el primer beso, las largas noches hablando bajo las estrellas, los sueños que alguna vez compartieron. Pero también estaban los momentos oscuros, las discusiones, la traición que lo había llevado a su ruina.

—No puedo confiar en ella — dijo en voz alta, como si al verbalizarlo pudiera reafirmar su decisión. —Pero... ¿y si hay algo que no vi antes?

Por primera vez, Álvaro se permitió dudar de su propia narrativa. ¿Y si su búsqueda de venganza había sido alimentada por un malentendido? ¿Y si el amor que todavía sentía por Catalina no era una debilidad, sino una oportunidad para sanar?

La chispa del perdón

A la mañana siguiente, mientras el sol se asomaba tímidamente entre las nubes, Álvaro decidió enfrentarse a Catalina una vez más. La encontró en el jardín, cuidando las flores que tanto amaba. Durante un momento, simplemente la observó, preguntándose cómo alguien podía parecer tan fuerte y vulnerable al mismo tiempo.

—Necesitamos hablar — dijo finalmente, rompiendo el silencio. Catalina lo miró, levantándose lentamente.

—¿Sobre qué? — preguntó, aunque en su interior sabía la respuesta.

—Sobre nosotros, sobre lo que pasó y sobre lo que viene ahora. Álvaro hizo una pausa, buscando las palabras correctas. —He pasado tanto tiempo odiándote que olvidé lo que se sentía amarte. Y ahora, no sé si puedo hacer ambas cosas al mismo tiempo.

Catalina lo miró fijamente, su expresión suave pero decidida. —Si realmente me amaste alguna vez, entonces merecemos una oportunidad para entendernos. Pero tienes que ser honesto conmigo, Álvaro. No más juegos, no más secretos.

Álvaro asintió, sintiendo una carga que comenzaba a aligerarse. —Entonces empieza tú. Dime por qué lo hiciste. Dime por qué me traicionaste.

Catalina tomó un profundo respiro, sus ojos llenándose de lágrimas. —Porque tenía miedo. Porque creí que si te dejaba ir, perdería todo lo que había construido. Pero lo que no entendí en ese momento fue que, al hacerlo, perdí algo mucho más importante: a ti.

Mientras ambos se miraban, cargados de emociones no resueltas, un ruido en la distancia los interrumpió. Era el sonido de un auto acercándose rápidamente por el camino de entrada. Álvaro frunció el ceño, un mal presentimiento formándose en su interior.

—¿Esperas a alguien? — preguntó, sus sentidos alertándose.

Catalina negó con la cabeza, su expresión mostrando la misma inquietud. Ambos caminaron hacia la entrada principal, justo a tiempo para ver cómo un hombre salía del auto, su rostro oculto por una gorra.

—Álvaro... — murmuró Catalina, su voz temblando. Pero no fue el hombre lo que la aterrorizó, sino lo que llevaba en la mano: una pistola.

—Se acabó el juego, Felipe, o quien seas — dijo el hombre, apuntando directamente a Álvaro. —Es hora de saldar cuentas.

La pantalla se hubiera quedado en negro, dejando al espectador con el corazón en la garganta, ansioso por saber qué pasaría después.