Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Lazos Inquebrantables
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La luz pálida del amanecer apenas comenzaba a filtrarse por las ventanas cuando Balvin abrió los ojos. Su cuerpo estaba agotado, su mente nublada por los recuerdos de la noche anterior. Agustín aún dormía a su lado, pero Balvin sintió una urgente necesidad de moverse, de despejar su cabeza.
Con un gemido bajo, se deslizó fuera de la cama, pero en cuanto sus pies tocaron el suelo, un dolor agudo le atravesó las caderas y las piernas. Su cuerpo estaba agotado, cada músculo protestando al más mínimo esfuerzo. Apretó los dientes, tratando de mantener el equilibrio, pero sus piernas temblaron bajo su peso.
Balvin comenzó a caminar con dificultad hacia el baño, sus movimientos torpes y lentos. El dolor en sus caderas se intensificaba con cada paso, y una sensación de debilidad se instalaba en sus piernas. Apenas había avanzado unos metros cuando tropezó, sus rodillas doblándose de manera traicionera.
Cayó al suelo con un jadeo, apoyando las manos para evitar golpearse la cabeza. El frío del suelo contra su piel contrastaba con el calor residual en su cuerpo, y un suspiro frustrado escapó de sus labios. El dolor le recordaba lo que Agustín había hecho la noche anterior, y cómo su cuerpo aún no había recuperado la fuerza.
A pesar de todo, Balvin intentó incorporarse de nuevo, empujando con las manos para levantarse. Sus piernas temblaban, y sus caderas ardían de dolor, todavía estaba en el suelo, su cuerpo aún temblando por el esfuerzo de mantenerse en pie. El dolor en sus caderas y piernas lo hacía fruncir el ceño mientras intentaba volver a levantarse, sus manos apoyadas en el suelo frío. Agustín, alerta al escuchar el sonido de la caída, se levantó rápidamente de la cama y caminó hacia él.
—¿Estás bien? —preguntó Agustín con voz grave, inclinándose para ofrecerle una mano.
Balvin lo miró desde el suelo, el cansancio pintado en sus facciones, pero en lugar de aceptar la ayuda, empujó la mano de Agustín con frustración.
—¿Por qué no hiciste el maldito ritual para dividir la Magna? —demandó Balvin, sus ojos oscuros brillando de ira y confusión. El tono de su voz, a pesar de ser bajo, estaba cargado de reproche.
Agustín lo observó por un momento, sus labios curvándose en una ligera sonrisa, aunque no del todo amable. Se cruzó de brazos, evaluando a Balvin con una calma que contrastaba con la tensión del incubus.
—Anoche ambos nos dejamos llevar —respondió Agustín finalmente, con un aire de despreocupación en su tono—. Quizás lo olvidé.
Las palabras de Agustín cayeron como una bofetada, y Balvin apretó los dientes, frustrado por la ligereza con la que el otro tomaba la situación. Respirando hondo, soltó una advertencia, aunque su voz temblaba ligeramente.
—La próxima vez lo haré bien —murmuró Agustín, su voz baja pero cargada de esa confianza característica, como si sus palabras fueran una promesa inquebrantable.
—Si esto continúa así... no habrá próxima vez.
El silencio que siguió fue espeso. Agustín se quedó inmóvil por un momento, evaluando la amenaza de Balvin, pero luego, lentamente, se agachó hasta quedar frente a él, sus ojos fijos en los del incubus. Con un gesto suave, acarició el rostro de Balvin, su dedo rozando la línea de su mandíbula.
—Estás perfectamente consciente de que eso no es verdad.
Balvin entrecerró los ojos, su pecho subiendo y bajando con la frustración contenida. Apretó las manos contra el suelo, su cuerpo aún debilitado pero su orgullo intacto. Con una firmeza que había mostrado hasta ahora, alejó el rostro.
El eco de aquellas palabras llenó el espacio entre ellos, pero Balvin no desvió su mirada ni un centímetro. Los labios de Agustín se curvaron en una leve sonrisa, una sonrisa que apenas tocaba la superficie de su agotamiento, ya sabía que aquella promesa de no haber una próxima vez no se cumpliría.
Horas después, Balvin se vio obligado a observar desde la distancia. Su conexión con Agustín, la Magna compartida, lo debilitaba más de lo que esperaba, y su necesidad de repartir las pocas reservas que le quedaban de energía lo condenaba a un estado de vigilia constante. Sabía que no podía desperdiciarla, ya que tendría que usar lo poco que tenía cuando llegara el momento de ir al Limbo. Así que, con frustración latente, permaneció al margen, observando a Agustín mientras trabajaba y atendía otros asuntos.
Desde la ventana, Balvin vio a Agustín en el patio trasero. Estaba rodeado por sus guardaespaldas, pero todos mantenían una distancia prudente mientras Agustín golpeaba salvajemente a dos hombres que yacían a sus pies. Sus nudillos estaban ensangrentados, pero no parecía importarle. Cada golpe caía con precisión y fuerza, y los hombres bajo su ira apenas ofrecían resistencia, ya derrotados.
El sonido de los golpes cesó finalmente. Agustín, aún respirando de forma controlada, se enderezó, su cuerpo cubierto de sudor mientras los dos hombres yacían inmóviles. La violencia no había dejado su semblante alterado; más bien, parecía satisfecho, como si el trabajo sucio que acababa de hacer fuera solo una parte más de su rutina diaria.
Los guardaespaldas, siempre atentos, se acercaron rápidamente con agua embotellada y toallas. Sin necesidad de dar una orden, uno de ellos le ofreció la botella abierta, mientras el otro extendía la toalla con precisión. Agustín tomó el agua primero, bebiendo largos tragos antes de vaciar la botella por completo. Luego, se pasó la toalla por el cuello y el rostro, limpiándose el sudor con movimientos firmes.
—Recójanlos —ordenó sin volverse a mirar los cuerpos derrotados a sus pies. Su voz era cortante, la autoridad incuestionable. Los guardaespaldas no dudaron en obedecer, levantando a los dos hombres, quienes gemían levemente, demasiado débiles como para ofrecer resistencia.
Justo cuando terminaba de secarse, su teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón. Agustín lo sacó con calma, descolgando mientras aún se pasaba la toalla por las manos.
—¿Sí? —respondió, con la misma frialdad que utilizaba en cualquier negocio.
La voz al otro lado de la línea le informó sobre los deudores. Agustín permaneció en silencio mientras escuchaba, pero su mandíbula se tensó levemente, un pequeño indicio de la molestia que lo invadía ante la incompetencia.
—Devuélvanlos en pedazos si no cumplen con el pago —dijo finalmente, su tono sin una pizca de emoción. Dejó que las palabras resonaran en el aire por un segundo antes de añadir—. Si no es suficiente para que aprendan, sus familiares serán los siguientes.
Al otro lado de la línea, se escuchó una respuesta sumisa, una promesa de que el mensaje sería entregado y que pronto habría resultados. Agustín colgó sin añadir nada más, guardando el teléfono en su bolsillo. Su expresión no cambió, como si ordenar la destrucción de vidas fuera solo otro detalle que debía atender antes del almuerzo.
Con calma, Agustín pasó la toalla por su cuello una última vez antes de tirarla hacia uno de los guardaespaldas, quien la atrapó en el aire sin decir una palabra. Los hombres que habían sido golpeados comenzaban a ser arrastrados fuera del patio, sin ofrecer mayor resistencia.
Desde la ventana, Balvin observaba la escena en silencio, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de tensión y algo que no quería admitir: una fascinación enfermiza por el control absoluto que Agustín ejercía sobre todo lo que lo rodeaba. Agustín no necesitaba mirar hacia arriba para saber que estaba siendo observado. Lo sentía, como siempre, esa conexión constante entre ambos, una línea invisible que no podían romper ni con violencia ni con distancia.
Agustín volvió a girarse hacia los guardaespaldas.
—Déjenme solo por ahora. Asegúrense de que todo esté listo antes de la noche —dijo con un tono tranquilo.
Los guardaespaldas asintieron y desaparecieron tan rápido como habían llegado, dejando a Agustín de pie, mirando hacia donde Balvin estaba. Cruzó la mirada con Bal, y una sonrisa juguetona apareció en sus labios. Con una confianza casi despectiva, pronunció el nombre del incubus:
—Balvin.
Al escuchar su nombre, Balvin frunció el ceño, sus ojos centelleando con una mezcla de irritación y algo más que no podía identificar del todo, pero quizás ya sabía lo que sucedería. En cuanto Agustín lo nombró, el cuerpo de Balvin fue arrastrado hacia él, materializándose frente al empresario en un abrir y cerrar de ojos. Aunque desconcertado por la rapidez de la invocación, no estaba del todo sorprendido. Sabía que el vínculo los unía de maneras que apenas comenzaban a comprender.
—¿Tan rápido te adaptas al vínculo? —espetó Balvin con un tono cargado de sarcasmo y frustración, cruzándose de brazos mientras miraba a Agustín con desdén. "Este desgraciado...", pensó mientras se obligaba a calmar la rabia que se acumulaba en su pecho. "¿Por qué me tuve que involucrar con los desalmados de los chamanes?"
Agustín, manteniendo su expresión tranquila y calculada, avanzó un paso más hacia Balvin, hasta quedar lo suficientemente cerca como para posar una mano sobre su hombro. Balvin reaccionó de inmediato, preparado para empujar aquella mano invasiva, pero antes de que pudiera apartarla, algo cambió.
Un torrente de energía inundó su caparazón, recorriendo su cuerpo en una oleada de Magna que lo dejó sin aliento por un segundo. Sorprendido, sus ojos se abrieron de par en par mientras miraba a Agustín, incapaz de comprender del todo lo que acababa de suceder. La conexión entre ambos vibraba con una intensidad que no había sentido antes.
Agustín, notando la sorpresa en el rostro de Balvin, sonrió con esa familiar seguridad.
—Parece que el ritual funciona en cualquier momento después de obtener la Magna —dijo, casi como si estuviera explicando algo trivial, como si hubiera sabido todo el tiempo lo que estaba haciendo.
Balvin lo miró en silencio durante unos segundos, con una mezcla de incredulidad y reconocimiento. Sabía que Agustín era peligroso, pero su habilidad para manipular el vínculo tan fácilmente lo ponía en una situación mucho más compleja de lo que había anticipado. Sin decir una palabra más, su cuerpo comenzó a desvanecerse en la atmósfera, desmaterializándose en un susurro apenas perceptible.
En un parpadeo, Balvin desapareció, dirigiéndose al Limbo. Tenía que encontrar a Siwel.
Agustín, que había contemplado la desaparición del incubus, dejó caer su sonrisa y suspiró. Su mandíbula se tensó mientras se ponía de pie y observaba su mano, donde aquellos tribales dorados y plateados aún brillaban ligeramente. Su mirada, habitualmente arrogante, se perdió en el vacío que Balvin había dejado al desaparecer. Lo que Agustín no sabía era que, desde una altura discreta, el incubus seguía observándolo en silencio. Esconder su presencia de un chamán no era un truco nuevo para Balvin, pero lo que sí era nuevo era la curiosidad que la reacción del humano había despertado en él.
Balvin inclinó la cabeza ligeramente, evaluando el gesto de Agustín. ¿Podría el vínculo también afectarlo de alguna manera, tal vez incluso herir al humano? La duda se desvaneció tan rápido como había llegado. Sabía que tenía que regresar cuanto antes y buscar su otra fuente de Magna, el ser en quien más confiaba en su vida: Siwel.
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la vieja confiable 😶😶
jaja😅😂😂
y Agustín: como decís que dijiste
jajajaj