Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 14
El escándalo mediático se apagó con la misma rapidez con la que había estallado. La verdad, cuando se defiende con dignidad, no necesita más defensa. Jazmín había salido fortalecida. Más segura. Más firme. Y Esteban la miraba como si estuviera redescubriéndola cada día.
Ya no había máscaras, ni reservas, ni “quizás”. Todo era real.
Eran casi las nueve de la noche cuando salieron juntos del edificio. Esteban la tomó de la mano sin importarle que aún quedaran empleados en el vestíbulo, sin ocultar lo que ya todos sabían. Jazmín le apretó la mano de vuelta, sin soltar la sonrisa.
—¿Te gustaría que esta noche cocinemos juntos? —le preguntó él mientras subían al auto.
—¿Vos cocinás?
—No. Pero soy muy bueno pelando papas. Y leyendo las instrucciones del paquete de arroz.
—Perfecto. Yo tampoco cocino, pero soy buena con los fideos.
Ambos estallaron en una carcajada suave. Era esa ligereza la que los sostenía cuando todo se había vuelto espeso. Una conexión tan simple como poderosa. No necesitaban grandes gestos para sentirse unidos. Les alcanzaba con los silencios cómodos, las miradas cómplices, los gestos cotidianos.
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El departamento de Esteban se había convertido en un refugio. Era amplio, elegante, lleno de ventanales y con una vista envidiable de la ciudad. Pero lo que más le gustaba a Jazmín era que, desde que ella llegara, ese espacio tan perfectamente ordenado había empezado a llenarse de vida.
Una manta colorida sobre el sillón. Una planta que había traído ella y que cuidaba como un tesoro. Dos cepillos de dientes en el baño. Una taza con dibujos mal hechos que le había regalado “porque sí”. Detalles mínimos, pero que decían tanto.
Esa noche, mientras intentaban preparar una cena más bien improvisada, terminaron riéndose como adolescentes. Esteban cortaba cebolla con torpeza, y Jazmín lo molestaba con que había nacido para las finanzas, no para la cocina.
—¿Y si un día dejamos todo y abrimos un puesto de empanadas? —dijo ella, limpiándose las manos con el repasador.
—Solo si vos amasás. Yo me encargo de las redes sociales —bromeó él.
—¿Y las finanzas?
—También. Pero primero: las redes. Tenemos que ser virales.
La risa era constante. Era como si, por unas horas, el mundo entero quedara en pausa. Como si solo importaran ellos dos, los pasos torpes en la cocina, y la música suave que sonaba de fondo.
Cuando terminaron de cenar —fideos con una salsa que sobrevivió al caos—, se sentaron en el balcón. Ella apoyó la cabeza en su hombro. Él la abrazó por la cintura.
—¿Sabés qué me impresiona de vos? —murmuró él.
—¿Mis habilidades culinarias?
—No. Que sos fuerte, pero sin perder tu dulzura. Que después de todo lo que pasó, no te volviste dura. No te amargaste. Seguiste siendo vos.
Ella lo miró con ternura.
—Porque tengo algo que proteger. Y también a alguien que me hace sentir segura.
—¿Yo?
—Sí. Aunque no necesito que me rescates, me gusta saber que estás ahí. Que si tropiezo, vas a estar para ayudarme a levantar. No para cargarme… sino para hacerme acordar que puedo seguir.
Esteban le tomó la mano y la besó en los nudillos.
—Con vos… siento que todo lo que viví antes no era real. Que te esperé sin saberlo.
Jazmín se estremeció. Nadie le había dicho nunca algo así. Con Esteban, no sentía que estaba en desventaja por su historia, por su barrio, por su falta de lujos. Con él se sentía igual. Admirada. Valiosa.
—Te amo —dijo, de pronto, con un susurro que parecía apenas un pensamiento en voz alta.
Esteban se quedó inmóvil. La miró. Luego la abrazó más fuerte.
—Yo también te amo.
No era la primera vez que lo sentían. Pero sí la primera vez que lo decían. Y el aire cambió. Se volvió más tibio, más liviano, más pleno.
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En los días siguientes, todo fue más simple. Volvieron a la rutina, pero con una serenidad nueva. Los murmullos en la empresa se apagaron. Las secretarias que antes murmuraban ahora la saludaban con respeto. Incluso algunas se acercaron para felicitarla por su valentía. Jazmín no guardaba rencor, solo avanzaba.
Esteban estaba más pendiente que nunca, pero ahora desde un lugar distinto. Ya no como protector, sino como compañero. Respetaba sus tiempos, su espacio, sus decisiones. Jazmín había empezado a cursar una especialización en gestión administrativa. Esteban le había ofrecido apoyo financiero, pero ella había insistido en hacerlo sola.
—Quiero que todo lo que construya sea mío —le dijo.
Y él no solo lo aceptó, lo celebró.
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Una tarde, al salir del trabajo, Jazmín propuso algo inesperado.
—¿Querés venir a conocer mi barrio?
Esteban parpadeó.
—¿Ahora?
—Sí. Te invito a tomar mate con mi mamá.
Él no dudó.
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El viaje en colectivo fue todo un evento. Jazmín insistió en que fueran así. Nada de chofer, ni de auto privado.
—Tenés que vivir la experiencia completa —bromeó.
Esteban, vestido con una camisa elegante y zapatos de cuero, desentonaba con el entorno. Pero no parecía incómodo. Miraba todo con atención, con respeto, como si ese mundo también pudiera ser suyo.
Cuando llegaron a la casa de doña Teresa, la mamá de Jazmín, los recibió con una sonrisa enorme y un abrazo que a Esteban lo descolocó.
—¡Así que vos sos el famoso Esteban! ¡Pasá, pasá, no te me quedes en la puerta!
La casa era humilde pero cálida. Con fotos familiares en las paredes, una mesa bien puesta, y olor a comida casera.
Durante la tarde, Jazmín y su madre contaron anécdotas, rieron, recordaron cosas de la infancia. Esteban escuchaba fascinado. Descubría en esa mujer sencilla el origen de la fortaleza de Jazmín.
Al despedirse, Teresa lo abrazó de nuevo.
—Cuidala, che. Es mi tesoro.
—Lo sé —respondió Esteban—. Y voy a hacerlo.
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Esa noche, en el sillón de su departamento, Jazmín apoyó los pies descalzos sobre las piernas de Esteban y lo miró con ternura.
—Gracias por venir hoy.
—Gracias por invitarme. Nunca me sentí tan bienvenido en un lugar.
—Mi mamá te adoró.
—¿Y vos?
Ella sonrió.
—Yo ya te amo.
Él se acercó y le acarició la mejilla.
—Y yo a vos. Cada día un poco más.
El beso que siguió fue suave, profundo, lleno de silencios que decían más que mil palabras. Y mientras la ciudad brillaba detrás de los ventanales, Jazmín pensó que, por primera vez en su vida, estaba exactamente donde quería estar.
Y sobre todo… con quien quería estar.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
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