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Un Hogar En El Apocalipsis

Un Hogar En El Apocalipsis

Status: En proceso
Genre:Sci-Fi / Apocalipsis / Zombis
Popularitas:1.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Cami

El mundo cayó en cuestión de días.
Un virus desconocido convirtió las calles en cementerios abiertos y a los vivos en cazadores de su propia especie.

Valery, una adolescente de dieciséis años, vive ahora huyendo junto a su hermano pequeño Luka y su padre, un médico que lo ha perdido todo salvo la esperanza. En un mundo donde los muertos caminan y los vivos se vuelven aún más peligrosos, los tres deberán aprender a sobrevivir entre el miedo, la pérdida y la desconfianza.

Mientras el pasado se desmorona a su alrededor, Valery descubrirá que la supervivencia no siempre significa seguir con vida: a veces significa tomar decisiones imposibles, y seguir adelante pese al dolor.
Su meta ya no es escapar.
Su meta es encontrar un lugar donde puedan dejar de correr.
Un lugar que puedan llamar hogar.

NovelToon tiene autorización de Cami para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

21

La euforia del botín, el miedo de la persecución, el dolor de la pérdida. Todo se comprimió en un solo instante de silencio, un vacío que seguía al estruendo final. Valery no se derrumbó. El dolor era un lujo que había enterrado junto a su madre, en otro claro, en otra vida. El temblor de Luka contra su costado era el único recordatorio necesario: su única y última responsabilidad. Su mente, afilada como un bisturí por el dolor, ya no procesaba tristeza. Procesaba datos. Dos habían escapado. Eso significaba que sabían de ellos, del SUV, de las provisiones. Eran un rastro de sangre vivo que conducía directamente a Luka.

Se levantó, separándose de su hermano con un movimiento frío y deliberado.

—Quédate aquí—ordenó. Su voz era un eco metálico y extraño, la sombra de la chica que alguna vez fue.

Caminó hacia el cuerpo del líder, el hombre al que la desesperación de Derek había derribado. No estaba muerto. Despertó jadeando, una burbuja escarlata hinchándose y reventándose en sus labios mientras intentaba arrastrarse. Sus ojos, vidriosos y llenos de un odio primitivo, se clavaron en ella. No hubo vacilación. No podía permitirlo. Valery levantó la escopeta que había recogido del suelo. El estruendo llenó el claro una vez más, un punto final abrupto y violento a una oración de agonía.

Se giró entonces hacia su padre. Su rostro, congelado en una expresión de sorpresa ofendida, era un puñal giratorio en su alma. Pero no había tiempo para puñales.

—Tenemos que sepultar a papá,Luky —dijo, su voz quebrada por el esfuerzo de mantenerse entera. Arrancó una palanca del maletero del SUV—. No pueden profanarlo.

Cavar fue un suplicio físico y emocional. Cada palada de tierra era un adiós que le arrancaba un pedazo del pecho. Luka, con lágrimas silenciosas que surcaban el polvo en su rostro, ayudaba a empujar la tierra suelta con sus manitas. Era un rito de paso brutal, una iniciación forzada en un mundo sin piedad. Cuando terminaron, Valery se arrodilló al borde de la fosa poco profunda. Juntó sus manos, no para rezar, sino para forjar un juramento en el yunque de su rabia.

—Ya no correremos —susurró, y su voz, aunque baja, cortaba el aire como cristal—. Sobreviviremos. Cueste lo que cueste. Y acabaremos con todo aquel que intente detenernos. Se lo debo a ti. Se lo debo a nosotros.

El peso del juramento resonó en el aire quieto, más tangible que el olor a pólvora y sangre. En ese momento, no solo juró venganza por su padre, sino que renunció para siempre a la posibilidad de rendirse. Cada palabra era un clavo que sellaba el ataúd de su antigua vida. Luka la miraba con ojos desmesurados, como si ante él se alzara no su hermana, sino una extraña hecha de acero y cicatrices recientes. Algo fundamental había cambiado en la geometría de su mundo: Valery ya no era solo su protectora. Se había convertido en su ley, su escudo y su espada.

Mientras se ponía de pie, su cuerpo dolorido clamando por descanso, un sonido le heló la sangre y detuvo su corazón.

Un gemido. Bajo, gutural, arrastrado desde un lugar que no era humano.

Se giró de golpe, la escopeta levantada por puro instinto. La tierra sobre el cuerpo sepultado de su padre se movía. Un espasmo. Luego, una mano —la mano que horas antes le había acariciado el pelo con ternura— irrumpió entre la tierra, los dedos retorciéndose con una fuerza antinatural y violenta.

—¿Papá? —la voz de Luka fue un hilo de terror puro.

Valery no podía respirar. La incredulidad la paralizó, soldándole los pies al suelo por un segundo eterno. Vio cómo la figura se incorporaba torpemente, sacudiendo la tierra de sus ropas con espasmos grotescos. Los ojos de Derek estaban abiertos, pero vacíos, cubiertos por una película blanquecina que borraba toda su esencia. Su boca se abrió en una mueca desprovista de razón o amor, emitiendo ese mismo sonido hambriento y eterno.

—¡No! —gritó Valery. No era un grito de dolor, era de negación absoluta, el rugido de un alma viendo profanada su última certeza.

La criatura que fue su padre se lanzó hacia Luka con una velocidad espeluznante.

El instinto fue más rápido que el horror. La escopeta de Derek, ahora en manos de su hija, rugió por última vez en el claro. La carga de postas impactó en el pecho de la criatura, enviándola de vuelta a la sepultura de la que nunca debió salir. El silencio regresó, pero ahora era pesado, denso, cargado de un nuevo y más profundo horror.

Valery jadeaba, mirando el cuerpo ahora verdaderamente inerte de su padre. La verdad, monstruosa e ineludible, se estrelló contra ella con el peso de un mundo entero. No eran solo mordidas. No eran solo rasguños.

Era la muerte misma. La muerte era el desencadenante. Todos llevaban el virus dentro. Era un pecado original biológico, una condena insertada en su mismo ADN. Su madre, su padre... no había sido la mordida. Había sido la fiebre, la falla orgánica, el simple y trivial hecho de morir.

El conocimiento fue como un veneno que se expandía por sus venas, corroyendo los últimos vestigios de esperanza. Ahora entendía la verdadera naturaleza del apocalipsis: no era una invasión externa, sino una rebelión interna. Su propio cuerpo, el de Luka, cada latido de su corazón, era un campo de batalla. La muerte no era un descanso, sino el disparador. Esta verdad, más que la pérdida de su padre, era lo que realmente la aterraba. Se llevó una mano al pecho, como si pudiera sentir al enemigo agazapado en su interior, esperando su momento.

—Valery... —Luka lloriqueó, aterrado, escondiendo la cara en su brazo—. ¿Papá es... como los otros ahora?

Ella bajó la mirada hacia él. Por primera vez, el miedo en sus ojos no era por los extraños, sino por lo que llevaban dentro. Por lo que ella llevaba dentro. Por el enemigo durmiente en la sangre de su hermano.

—No, Luky —dijo, su voz recuperando esa frialdad mortal, ahora reforzada por un conocimiento terrible que lo cambiaba todo—. Papá se fue. Eso... solo era la cáscara. La cáscara que nos espera a todos.

Agarró la palanca. Con una determinación que brotaba de la misma raíz de su terror, empezó a cubrir el hoyo de nuevo, apisonando la tierra con furia, asegurándose de que esta vez nada, ni siquiera un milagro maldito, pudiera salir de aquella sepultura.

Trabajó con una furia silenciosa, cada golpe de la palanca era un intento de aplanar no solo la tierra, sino la verdad que acababa de descubrir. Cuando terminó, la tumba era un montículo irregular de tierra oscura, un secreto terrible enterrado en el corazón del bosque. Se quedó mirándolo, jadeando, los brazos doloridos y el alma en llamas. No había marcado el lugar. No había dicho una plegaria. Solo había asegurado que la pesadilla no se levantara otra vez. Se limpió el sudor de la frente con el brazo, dejando una mancha de barro y algo que esperaba que no fuera sangre.

Cuando terminó, tomó la mano de Luka. Su mundo no solo se había vuelto más peligroso; se había revelado como una mentira. Y ella acababa de aprender la verdad más aterradora: el enemigo no solo estaba afuera. Esperaba, paciente, dentro de cada uno de ellos. Y ahora lo sabía.

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