A 10 Pasos De Tu Puerta

No me percaté de su presencia –y tampoco quería hacerlo, todavía estaba aturdido por los eventos del día anterior– hasta que me habló directamente.

—Hola, amargadito —se acercó con esa voz vibrante y con una felicidad casi exasperante que abarcaba todo su rostro, estaba más animada de lo normal y no era tonto para querer adivinar por qué.

—Hola, no empieces —la esquivé, cerrando la puerta de mi departamento con un ademán brusco para marcharme.

Admito que me sentaba un poco mal hablarle de ese modo, pero no me dejaba opción, quería evitar que esto avanzara de cualquier modo y ella no parecía querer desistir pronto.

—¿Por qué no? —dijo entre risas, claramente confundida por mi reacción.

Me adelanté sin mirarla. Sentía sus pasos detrás de los míos, rápidos, insistentes.

—No estoy de humor para tus burlas, ¿vale? En especial después de ayer. No pienso repetirlo —musité esto último, sabiendo que mi tono no bastaría para detenerla. Se estaba riendo de mí a mis espaldas mientras yo bajaba las escaleras. ¿Y por qué me estaba siguiendo? ¿Qué pretendía exactamente? Incluso esa actitud se me hacía muy inmadura de su parte. Me planté para observarle desde abajo—. ¿Qué es tan gracioso? ¿No puedes simplemente dejarlo pasar por una vez?

—Es que aún no comprendo por qué siempre estás de mal humor, siempre que estás así me recuerdas a un viejito con rabia.

Sus palabras se deslizaron bajo mi piel como astilla, aumentaron mi frustración y provocaron que me mordiera la mejilla por dentro para aguantarme el hecho de no responderle con tal tosquedad que no me quiera volver a dar la cara.

—Solo es cuando tú andas alrededor.

—Ah —fingió indignación—. ¿Yo te amargo? —trotó rápidamente hasta finalmente estar cerca de mí. Antes de que pudiera reaccionar, su mano se posó ligera sobre mi brazo—. ¿Sí?

Me irrité ante su proximidad, porque sabía lo que hacía, ahí estaba otra vez intentando provocar mi paciencia. Paseó su mano sobre mi piel con suavidad, eso evocó hacia mi mente la escena de ella sobre mí y el calor subió a mi rostro, volviéndome visiblemente incómodo, seguramente estaba complacida de saber el efecto que tenía en mi cuerpo y ver cómo estaba perdiendo mi control.

—¿Por qué disfrutas haciendo esto? Eres molesta y te gusta provocarme —hablé entre dientes sin mirarla todavía. Luego abrí la puerta del edificio con dureza.

—Es cierto, no lo niego—se le dibujó una sonrisa. Me dió un jalón para evitar que siguiera avanzando, obligándome a detenerme para observarla—. ¿No te quedó claro ayer?

Su voz era un susurro. Sentí como si las piernas me temblaran, su proximidad me hacía sentir atrapado, su presencia llenaba el espacio entre nosotros como un peso insoportable. Me estaba empujando hacia atrás tan ligeramente que apenas y lo percibía. Mi respiración empezó a acelerarse, pero mis ojos aún mostraban mi irritación. Iba a sucumbir si ella no se detenía, esto ya no me estaba gustando.

—¿Qué pretendes? —pregunté.

Se quedó muda.

—Kay, ¿te puedo preguntar algo?

—¿Qué es lo que quieres saber?

Se separó, no me di cuenta de que estaba inclinada en puntillas hasta que bajó un poco su estatura. Cuando volvió a su postura normal, su expresión cambió completamente a una más seria antes de proseguir.

—¿Cuándo va a terminar tu tiempo?

—¿Mi… tiempo? —la miré sin comprender mientras aún seguía apoyado contra un muro—. ¿A qué te refieres con eso?

Soltó un suspiro pesado, como si mi pregunta le hubiera fastidiado.

—Si, quiero decir, el tiempo que dijiste que ibas a tomarte para pensar… las cosas.

Esa mención me hizo sentir un toque de vergüenza y culpabilidad, la verdad era que ni siquiera me había detenido a considerarlo realmente. Había estado evitando el tema en mi cabeza, mi mente solo había estado divagando en sus acciones sin analizar qué era lo que yo iba a decidir hacer al final, tal vez porque, de entrada, no quería hacer nada.

—Oh, eso… no lo sé en realidad. Todavía no lo he pensado.

—¿Por qué no? —preguntó inquisitiva.

—Es complicado, Jodie. Tengo demasiados problemas en las que pensar ahora y no puedo simplemente tomar decisiones apresuradas con este tipo de cosas.

Dejó que un silencio incómodo se instalara entre nosotros. Quería irme ya.

—Entiendo —dijo con una voz apagada que contrastaba con la que tenía hace un momento.

—Y lo siento, pero ya tengo que irme —miré la hora en mi teléfono como excusa, intentando ocultar mi fastidio—, se me está haciendo tarde.

Dije, y me marché sin esperar a que me replicará o se le ocurriera volver a frenarme. Sin embargo, ella solo se quedó allí, escuché la puerta del edificio volver a abrirse y cerrarse antes de desaparecer. Sus palabras y la idea rondaron por mi cabeza todo el camino, habría preferido que las cosas se quedaran donde estaban y no tener que involucrarme más, pero Jodie no lo hacía sencillo. Tampoco podía esperar a que simplemente olvidara el tema, no lo haría.