El Despertar Del CEO Al Amor

La invitación para el congreso en Lisboa llegó en una mañana lluviosa.

Vieira Corporation había sido seleccionada para representar a Brasil en un evento sobre innovación empresarial.

Ethan, como CEO, tendría que asistir — y, esta vez, decidió llevar a Sebastian como asistente personal.

— ¿Estás seguro de que quieres que vaya? — preguntó el muchacho, sorprendido.

— Sí — respondió Ethan. — Confío en ti. Además, necesito a alguien que mantenga la calma cuando todo se sale de control.

Sebastian sonrió.

— Entonces creo que vas a necesitar mucho de mí.

Ethan rió por primera vez en días.

Lisboa los recibió con un cielo limpio y un aire leve de otoño.

El congreso sería en un gran centro de convenciones a la orilla del río Tajo.

Durante el día, los dos cumplieron compromisos, reuniones y palestras.

Por la noche, sin embargo, la ciudad parecía invitarlos a respirar.

En la tercera noche, tras el cierre de las presentaciones, Ethan sugirió:

— Vamos a cenar fuera. Solo nosotros dos.

Sebastian lo miró, curioso.

— ¿Cena de negocios?

— No — respondió Ethan, con una sonrisa contenida. — De descanso.

El restaurante era pequeño, con vista al río y luces amarillentas reflejándose en el agua.

La mesa de ellos quedaba cerca de la ventana.

El sonido suave de un saxofón llenaba el ambiente.

— Hace tiempo que no te veía así — comentó Sebastian, observando el semblante relajado de Ethan.

— ¿Así cómo?

— En paz.

Ethan sonrió, sin negarlo.

— Tal vez porque, aquí, lejos de todo, yo pueda ser solo yo.

Sebastian bajó la mirada, moviendo el vaso.

— Es extraño, ¿no es así? Cómo a veces es preciso atravesar el océano para sentirse libre.

— Extraño… y verdadero. — Ethan respiró hondo. — Aquí, nadie me conoce. Nadie espera nada de mí.

Por un momento, el silencio los envolvió.

Pero no era vacío — era lleno de todo lo que ambos querían decir.

Después de la cena, decidieron caminar por las calles antiguas de Lisboa.

Las luces de los postes iluminaban las aceras de piedra, y el viento traía el olor del mar distante.

Ethan caminaba despacio, las manos en los bolsillos del sobretodo.

— ¿Sabes qué es curioso? — dijo él, quebrando el silencio. — Yo ya he estado aquí antes, pero nunca vi la ciudad de ese modo.

— ¿Y qué ha cambiado? — preguntó Sebastian.

Ethan lo miró, con una sonrisa discreta.

— Tal vez yo haya cambiado.

Sebastian desvió la mirada, sintiendo el corazón latir acelerado.

— O tal vez solo estés comenzando a verte de verdad.

Pararon delante de un puente iluminado.

El reflejo de las luces temblaba en el agua oscura.

Ethan se giró despacio, encarando al muchacho.

— Sebastian…

— ¿Sí?

— Desde que te conocí, mi vida se ha vuelto un laberinto. — La voz de él era baja, casi un susurro. — Yo luché contra eso, contra lo que siento… pero cada vez que lo intento, es como si el corazón se riera de mí.

Sebastian sintió el pecho apretar.

— Yo entiendo. Porque siento lo mismo.

Ethan respiró hondo.

— Yo no sé lo que va a pasar después de esto. Ni si tengo coraje de enfrentar el mundo allá afuera. Pero aquí, ahora… — Él paró por un instante, mirándolo a los ojos. — Yo solo quiero ser honesto.

El viento sopló más fuerte, trayendo el sonido distante de las olas.

Sebastian dio un paso al frente, casi hesitante.

— ¿Y si el destino nos ha traído hasta aquí para eso? ¿Para que paremos de huir?

Ethan no respondió. Apenas lo miró — por largos segundos, que parecieron una eternidad.

Y entonces, de forma natural, como si fuese el desenlace de todo lo que quedó contenido, se aproximó.

Fue un gesto calmo, sin prisa.

Un toque de manos, una mirada demorada… y después, un beso leve, silencioso, casi un susurro entre el miedo y la liberación.

Ninguno de los dos habló.

Pero ambos sabían que aquel momento era más que un impulso — era una respuesta.

La lluvia comenzó a caer, fina, fría, pero ninguno de ellos se movió.

Allí, bajo las luces de la ciudad y el murmullo del Tajo, Ethan y Sebastian dejaron el mundo del lado de afuera — y, por primera vez, no sintieron culpa por existir.

Más tarde, en el cuarto del hotel, Ethan permaneció sentado a la ventana, mirando la ciudad iluminada.

No había arrepentimiento, apenas un silencio nuevo — el tipo de silencio que nace cuando el corazón finalmente entiende lo que siempre intentó negar.

Del otro lado de la pared, Sebastian tampoco dormía.

Pensaba en lo que habían vivido y, por primera vez, sentía que tal vez el destino realmente tuviese planes para los dos.

Ethan llamó a Sebastian.

— ¿Ya durmiendo? — preguntó Ethan.

— No estoy consiguiendo.

— ¡Ven a mi cuarto! — la voz de Ethan salió como un susurro.

— ¿Estás seguro de eso?

— ¡Sí!

No sabían lo que vendría después.

Pero sabían que, después de aquella noche, nada volvería a ser como antes.