Emma, una chica carismática con una voz de ensueño que quiere ser la mejor terapeuta para niños con discapacidad tiene una gran particularidad, es sorda.
Michael un sexi profesor de psicología e ingeniero físico es el encargado de una nueva tecnología que ayudara a un amigo de toda la vida. poder adaptar su estudio de grabación para su hija sorda que termina siendo su alumna universitaria.
La atracción surge de manera inmediata y estas dos personas no podrán hacer nada contra ella.
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capitulo 7.1
Michael:
Definitivamente esto que sentimos no se termina con una noche loca, eso ni de cerca.
Llegar a la universidad y tener que apartarme de ella como si fuera una cosa, fue doloroso. Para ella fue peor, después de todo me lleve su tesoro para tratarla con indiferencia, pero si quiero que salga bien. No puedo dejar que se sepa, no hasta que este por graduarse y claro, tenga la aceptación de su padre.
Me va a matar cuando se entere. Prácticamente me aproveche de su niñita mientras el piensa que la estoy cuidando como si de mi hija me tratara.
No puedo, ni podré verla de esa forma nunca, más cuando me despertó en la madrugada de la forma en que lo hizo. De solo pensarlo me dan ganas de inventarme alguna excusa para tenerla en mi despacho.
Es arriesgado, pero caliente.
Paso por rectoría, ficho mi ingreso y voy a la oficina del decano que me recibe como siempre como si fuera alguien importante.
—Supongo que vienes por lo de tu alumna... la chica sorda —murmura algo pensativo, mirando unos papeles.
—Si —respondo.
—Ya hablé con su padre y entiendo el carácter de urgencia, pero me gustaría que fuera una mujer que le haga compañía —debate el decano y quiero oponerme por mis sucias razones—, pero entiendo que la chica necesita alguien conocido, además que sepa comunicarse con ella.
Casi resoplo de alivio por sus palabras. Me hace firmar unos cuantos documentos innecesarios y luego me dirijo a mi primera clase del día, en el que veré a mi nueva alumna favorita.
No debo llamarla así, eso sería inapropiado.
Mi nueva alumna... ¿Sexi? ¿Caliente? ¿Lamedora? ¿Gatita?... creo que ese le va bien, encierra todo lo antes mencionado.
Mi nueva alumna gatita.
Esa gatita que quiero que maullé sintiendo como la parto al medio.
Cielos, debo concentrarme o de lo contrario me presentare ante mis alumnos con una erección que los dejara viscos a todos.
Tomo una bocanada de aire antes de entrar al salón y luego abro la puerta. Camino hasta mi escritorio, dejo mis cosas y saludo a mi clase. Trato de no ponerle demasiada atención a mi chica, pero me es imposible.
Se la ve algo triste.
Llamo a silencio y comienzo mi repertorio diurno. Ella me ve sin comprender nada.
—Lo siento, olvide que debía tener cierto tacto con su compañera —digo, deteniéndome, me acerco a su banca—. ¿Estás perdida? —pregunto con señas.
—Entendí a medias, pero sigue normal —me devuelven sus dedos. Esos que quiero volver a sentir en mi cuerpo, que tiren de mis cabellos mientras me hago con su húmeda piel.
—Esos dedos me desconcentran, gatita traviesa —digo entre señas, aliviado de que solo ella me entienda.
Sus mejillas se arrebolan. Con esa nueva resolución continuo con mi clase. Cada tanto le hago saber lo mucho que quiero que llegue el medio día, acentuando el color de sus mejillas.
La mañana pasa rápido y pronto me encuentro ansioso por llegar a mi despacho. Tengo que contenerme para no correr por los pasillos atestados de profesores que van en busca de su comida. Una bolsa en mi mano con un pedido para dos, me salvan de tener que ir hasta el comedor.
Doblo el pasillo y ella ya está ahí, parada junto a mi puerta mirando sus pies. Es tan adorable que solo quiero comerle la boca, el cuello, sus adorables pechos, su ombligo, sus piernas, su centro caliente.
Cerca de ella, levanta la mirada y me sonríe con timidez. Sin dejar de ser el profesor que se supone que soy y no el hombre caliente que se quiere comer a su presa, me ocupo de abrir la puerta y cederle el paso.
Tan pronto como se mete en mi guarida, cierro la puerta y le pongo seguro. Ella mira a su alrededor, paso por su lado y dejo las bolsas sobre mi escritorio, le indico el puesto que está enfrente de mí y me siento en mi lugar.
Desempaco la comida que pedí y le paso un contenedor a ella, me mira sorprendida, pero me agradece rápido. Por un momento solo se escuchó el ruido de los contenedores al ser descubiertos mientras el aroma a comida invade el recinto. La veo probar la comida y sonríe, al parecer le gusta. Levanta su mirada y me atrapa observándola.
—¿Te arrepientes? —pregunta de pronto.
—Nunca —murmuro—, pero necesito que seamos discretos.
Se mueve en su lugar prestándome más atención.
—¿Por eso tu trato indiferente? —murmura como cuestionándose a ella misma.
—Si, lo siento debo actuar con cuidado, por eso tratemos de comunicarnos con señas mientras estemos aquí —señalo.
—Si —responde obedientemente con sus sensuales dedos.
—Estoy tan caliente que te tomaría aquí mismo —admito soltando un resoplido.
—¿No se puede? —su pregunta me saca una sonrisa, ¿Quién creería que esta gatita era virgen?
—Eres sorda, no muda —indico para que entienda.
Su boca dibuja una perfecta O que nubla mis pensamientos y pronto estoy saltando mi escritorio para apoderarme de sus sensuales labios libidinosos.
Sus gemidos casi retumban en la pared volviéndome al lugar en donde estamos, recordándome que aquí solo debemos comportarnos como profesor, alumno. No como un par de adolescente hormonales que no pueden mantener las manos quietas.
Aunque... me separo de su cuerpo y miro con cierta pena los pantalones que lleva puesto, son una molestia, pero nada que no se pueda arreglar.
Con un movimiento rápido, la tengo con su pecho pegado a mi escritorio, bajo sus lindos pantalones de jean y luego de darle una suave nalgada, irrumpo en la soledad de su canal para llenarlo de toda esa parte mí que late solo por ella.
Tengo que apretar su boca para acallar sus gemidos, morder mis labios para reprimir los míos y bombardear como loco poseído para llegar cuanto antes al clímax.
¿Cuándo fue la última vez que tuve tanto sexo así de seguido? No lo recuerdo.
Ya repuestos, nos colocamos nuestras máscaras de indiferencia para seguir con nuestra rutina académica.
Pasan las horas y mi jornada laboral llega a su fin, estoy ansioso por llegar a casa, aunque no es la mía. Emma salió un tiempo antes que yo y cuando pongo un pie fuera de la universidad me percato que se avecina una tormenta.