"El precio del poder" es una historia de poder, ambición y deseo en un mundo donde la lealtad familiar y la estrategia son las reglas de juego. Lucía Álvarez, heredera de uno de los clanes más poderosos del país, y Iris Espinosa, la hija de un despiadado líder mafioso, son obligadas a unirse en un matrimonio arreglado. Ambas, atrapadas entre sus propios sueños y los oscuros intereses de sus familias, deben navegar un mundo peligroso lleno de intrigas, sacrificios y traiciones.
A lo largo de esta apasionante novela, las protagonistas luchan por encontrar su lugar en un mundo que las quiere como piezas en un tablero de ajedrez, pero ambas tienen planes propios. En el proceso, descubrirán que el amor no siempre es blanco o negro, y que el precio que deben pagar por el poder puede ser mucho más alto de lo que imaginaban.
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Bajo presión
Capítulo 24: Bajo presión
El sonido de los disparos resonaba en el aire, y Lucía podía sentir el peso de la responsabilidad en cada uno de sus movimientos. Estaba de pie frente a la ventana, mirando los vehículos con ansiedad creciente. El tiempo no estaba de su lado, y los Chagoya se acercaban cada vez más. Las luces de sus autos parpadeaban en la distancia, como un presagio de lo que se avecinaba.
—Prepárate, Javier. Ya casi están aquí. Si no llegan en los próximos segundos, vamos a tener que abrir el protocolo de evacuación y salir sin ellos —dijo Lucía, su tono firme, pero su rostro revelaba la preocupación que trataba de ocultar. La ansiedad no la dejaba respirar con normalidad, y su mente trabajaba a mil por hora, buscando alternativas, opciones de escape, cualquier cosa que les permitiera salir de esa trampa mortal.
Javier no dijo nada, pero asintió con determinación. Sabía que lo que estaba en juego era mucho más grande que ellos mismos. No era solo su vida la que dependía de esa misión, sino la estabilidad de todo el clan. Los Chagoya no solo buscaban eliminar a Lucía, sino también desmantelar su poder, y sabían que su caída era solo una cuestión de tiempo si no actuaban con rapidez.
Desde la perspectiva de Carlos:
Carlos estaba en movimiento, pero su cuerpo ya no respondía con la misma agilidad de antes. Había perdido sangre, y el dolor en su costado era un recordatorio constante de lo cerca que estaba del límite. Cada paso era un desafío. La explosión había dejado el suelo inestable, y el humo que se levantaba del almacén complicaba aún más la visibilidad. El caos estaba a su alrededor, y el tiempo se estaba agotando.
Iris estaba a su lado, disparando a los enemigos que intentaban acercarse. Sus movimientos eran rápidos, pero también se notaba la fatiga en su rostro. Carlos la miró brevemente. Ella era fuerte, pero aún ella tenía sus límites. Sin embargo, el vínculo entre ellos, forjado en años de trabajo en equipo, les daba una ventaja. Sabían lo que cada uno iba a hacer incluso antes de hacerlo.
—Nos quedan pocos metros —murmuró Carlos, observando la salida del almacén que los llevaría al sótano. Iris asintió sin mirar, pero no dejó de disparar.
De repente, el suelo tembló bajo ellos. La onda expansiva de una nueva explosión los empujó hacia los costados, y la luz titiló antes de apagarse casi por completo. Carlos perdió el equilibrio, y el dolor en su costado lo hizo caer de rodillas. El caos se desató a su alrededor, y la estructura del almacén comenzó a colapsar, el polvo llenando el aire y dificultando la respiración.
—¡Carlos! —gritó Iris, corriendo hacia él, el pánico reflejado en su rostro.
Carlos, con la visión nublada por el impacto, trató de levantarse. Iris lo ayudó a ponerse de pie, pero la situación no mejoraba. El sonido de los disparos seguía fuerte, y cada vez se acercaban más.
—¡Tenemos que movernos! —ordenó Iris, empujando a Carlos a seguir. Aunque él apenas podía caminar, la determinación en su mirada lo mantenía de pie.
Carlos, con el rostro pálido y las manos temblorosas, tomó la delantera con un esfuerzo sobrehumano, arrastrándose hasta la salida. Pero justo cuando creían que la seguridad estaba a su alcance, una bala certera cruzó el aire y lo impactó en el costado. El dolor fue insoportable. La hemorragia fue inmediata, y Carlos cayó de rodillas, con la respiración entrecortada.
Iris, con el corazón en la garganta, se lanzó hacia él en un intento de detener la hemorragia, pero su esfuerzo era inútil. La sangre brotaba a borbotones, y el rostro de Carlos estaba marcado por el sufrimiento.
—¡Carlos! —gritó Iris, desesperada. Intentó hacer presión sobre la herida, pero el daño ya estaba hecho.
Carlos, a pesar del dolor insoportable, levantó la vista hacia ella. Su sonrisa fue una mezcla de dolor y resignación, pero también de cariño, como si esa fuera la última broma que pudiera hacer.
—No… te preocupes… —jadeó con dificultad—. Solo… consigue que salgamos… de aquí…
El sacrificio estaba claro en sus palabras. Sabía que no tenía muchas más fuerzas, pero su único deseo era asegurar que Iris saliera con vida. No iba a dejar que ella sufriera más por su causa. Iris, sin embargo, no podía aceptarlo. No podía dejar que todo terminara así. No era solo su compañero de batalla, era su amigo, alguien en quien confiaba más que en nadie.
—¡No! ¡No te vayas! —gritó Iris, luchando por mantenerlo consciente mientras lo empujaba hacia la salida.
El sonido de los vehículos enemigos crecía más cerca, y los últimos momentos de esa misión parecían ser una pesadilla interminable. Pero, en ese instante, algo cambió. Un vehículo blindado apareció en la entrada del almacén, avanzando rápidamente hacia ellos. La puerta se abrió, y Javier, al volante, gritó:
—¡Suban, rápido! ¡Vamos!
Iris, con Carlos aún en brazos, no perdió ni un segundo. Sabía que esa era su única oportunidad. Con esfuerzo sobrehumano, logró meter a Carlos en el vehículo, y se metió detrás de él, sujetándolo mientras Javier aceleraba al máximo.
Desde la perspectiva de Lucía:
Lucía estaba de pie frente a la ventana, mirando los vehículos en la distancia. La situación era cada vez más desesperante. Los Chagoya se acercaban, y la evacuación ya no era una opción. Era una necesidad urgente, pero no podía dejar que sus amigos quedaran atrás. Los enemigos estaban demasiado cerca.
—¡Preparen las armas! —ordenó Lucía, mirando a los miembros de su equipo. No podían permitir que los Chagoya llegaran antes que ellos. Si eso ocurría, sería el fin.
La radio volvió a encenderse, y la voz de Iris, entrecortada, llegó a través de los estáticos.
—Lucía… no vamos a hacer… que no llegamos… Carlos está herido…
El corazón de Lucía dio un vuelco al escuchar esas palabras. Su mente corrió a toda velocidad, imaginando lo peor. La decisión fue clara: no podían perder ni un minuto más.
—¡Prepárense! —ordenó Lucía con determinación. Cada segundo contaba.
Iris y Carlos estaban a punto de llegar, pero Lucía sabía que los Chagoya los alcanzaría si no actuaban rápido. No podía permitir que sus compañeros cayeran, no ahora.
El vehículo blindado llegó a la base, y los miembros del equipo comenzaron a subir rápidamente. Iris y Carlos se desmoronaron dentro del camión. El cuerpo de Carlos, empapado en sangre, pero aún con vida, era una visión que Lucía no podría olvidar. A pesar de todo lo que había pasado, Carlos sonrió débilmente, como si nada hubiera sucedido.
—¿Sabías que…? —Carlos intentó hablar, pero su voz salió débil y quebrada—. Siempre quise morir de forma épica, pero… parece que esto es todo lo que tengo.
Iris, aunque temblando por la angustia, sonrió levemente, sintiendo una leve esperanza al ver que Carlos seguía con vida. Pero el peligro no había desaparecido. Los Chagoya estaban al acecho, y la guerra que acababan de comenzar no había hecho más que intensificarse.
El viaje hacia la base, aunque en silencio, fue tenso. Lucía miraba hacia adelante, con la mente llena de planes, mientras observaba que todos seguían con vida, al menos por ahora. Sabía que lo peor aún estaba por venir. Pero por primera vez en mucho tiempo, la incertidumbre era su único aliado.