¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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La elección imposible
La cabaña estaba en penumbra, iluminada solo por el fuego crepitante en la chimenea. Alejandro se encontraba sentado al borde de la cama, su rostro hundido en sus manos. Habían pasado días desde que el espíritu les había dejado, pero el peso de las decisiones no hacía más que crecer.
Un suave golpeteo en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—¿Puedo entrar? —preguntó Isabel, su voz apagada.
—Adelante —respondió Alejandro, enderezándose lentamente.
Isabel se acercó con cautela, cerrando la puerta tras de sí. Tenía los ojos rojos, como si hubiera estado llorando durante horas.
—Alejandro, necesitamos hablar.
Él asintió, evitando su mirada.
—Lo sé.
Una oferta inesperada
—No sé exactamente qué está pasando entre tú y esa mujer —comenzó Isabel, cruzándose de brazos—, pero sé que algo cambió en ti desde que ella apareció. Quiero entenderlo, Alejandro. Quiero salvar lo que tenemos.
Alejandro levantó la mirada, sorprendido por el tono de súplica en su voz.
—Isabel, no puedo explicártelo porque ni yo mismo lo entiendo del todo. Pero esto… esto con Luna no es algo que pueda simplemente ignorar.
—¿Ni siquiera por tu familia? —preguntó ella, con una mezcla de dolor y enojo.
El silencio que siguió fue ensordecedor.
Isabel se acercó más, dejando escapar un suspiro.
—Te amo, Alejandro. Por eso estoy dispuesta a perdonarte… pero necesito que elijas. Ella o nosotros.
El vínculo inquebrantable
Mientras Isabel hablaba, Alejandro sintió su teléfono vibrar en el bolsillo. Lo sacó y vio un mensaje de Luna:
"Te necesito. Es urgente. Estoy en el lugar donde todo comenzó."
Alejandro sintió un nudo en el estómago.
—Lo siento, Isabel. Necesito salir.
—¿A dónde vas? —preguntó ella, poniéndose de pie rápidamente.
—No puedo explicarlo ahora. Por favor, confía en mí.
—¡No! —gritó Isabel, agarrándolo del brazo—. Si sales por esa puerta, no vuelvas.
Alejandro la miró, con dolor reflejado en sus ojos.
—Lo siento, Isabel.
Y salió, dejando atrás la última oportunidad de salvar su matrimonio.
El lugar donde todo comenzó
El camino hacia el altar era oscuro, con solo la luz de la luna guiando sus pasos. Cuando llegó, encontró a Luna parada frente a la roca, el viento jugando con su cabello.
—Viniste —dijo ella, con alivio en su voz.
—Siempre lo haré —respondió Alejandro, acercándose.
Ella le mostró un pequeño pergamino que había encontrado en el altar. Estaba escrito en la misma lengua antigua que habían visto antes.
—Dice que el sacrificio no fue suficiente. Hay una última prueba —explicó Luna, con lágrimas en los ojos—. Uno de nosotros debe renunciar a todo. A la vida misma.
Alejandro retrocedió, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.
—No… No puede ser.
Luna lo miró fijamente.
—Es la única forma de romper la maldición por completo. Si no lo hacemos, estaremos condenados a repetir esto una y otra vez.
Isabel entra en escena
Antes de que Alejandro pudiera responder, un crujido de ramas los alertó. Ambos giraron hacia el sonido, y allí estaba Isabel, con una expresión de furia y dolor.
—¡Así que aquí es donde te escondes! —gritó, su voz resonando en el bosque.
—Isabel… —intentó decir Alejandro, pero ella lo interrumpió.
—¡No! No tienes nada que decirme. Quiero escucharla a ella. —Señaló a Luna, con los ojos llenos de lágrimas—. ¿Qué le hiciste? ¿Qué tiene contigo que está dispuesto a destruir nuestra familia?
Luna dio un paso adelante, con calma.
—No le hice nada. Esto no es algo que podamos controlar.
Isabel soltó una risa amarga.
—¿No pueden controlarlo? Claro, porque es tan fácil culpar al destino cuando se trata de una aventura.
—¡Esto no es una aventura! —gritó Alejandro, incapaz de contenerse.
El grito hizo eco en el bosque, y un silencio incómodo se apoderó del lugar.
La última prueba
De repente, el altar comenzó a brillar nuevamente. Una figura luminosa apareció, la misma que habían visto antes.
—Han llegado al punto de no retorno —dijo el espíritu, mirando a los tres—. La elección final está ante ustedes.
—¿Qué elección? —preguntó Alejandro, sintiendo que el corazón se le aceleraba.
—El amor verdadero exige sacrificio. Uno de ustedes debe elegir. Alejandro: tu familia o Luna. Isabel: el perdón o el abandono. Luna: el amor o la libertad.
El suelo bajo ellos tembló, como si el bosque mismo estuviera esperando la decisión.
—No puedo hacer esto —dijo Alejandro, mirando desesperadamente al espíritu—. No puedo elegir.
—Si no eliges, todos perderán —respondió la figura con calma.
El sacrificio inesperado
Luna miró a Alejandro, con una expresión de tristeza y determinación.
—Lo haré yo.
—¿Qué? —preguntó Alejandro, incrédulo.
—Renunciaré a todo. Si mi ausencia puede salvarte a ti y a Isabel, entonces vale la pena.
Antes de que Alejandro pudiera detenerla, Luna caminó hacia el altar y colocó sus manos sobre la roca. Una luz intensa la envolvió, y su figura comenzó a desvanecerse.
—¡No! —gritó Alejandro, corriendo hacia ella, pero una barrera invisible lo detuvo.
Luna lo miró por última vez, con una sonrisa triste.
—Siempre te amaré, en esta vida y en todas las que vengan.
Y desapareció.
Un nuevo amanecer
Cuando la luz se desvaneció, el altar quedó en silencio, y el espíritu había desaparecido. Alejandro cayó de rodillas, incapaz de contener las lágrimas.
Isabel, conmocionada por lo que acababa de presenciar, se acercó lentamente.
—Alejandro…
—Ella lo hizo por nosotros —susurró él, con la voz rota—. Renunció a todo para que pudiéramos tener una oportunidad.
El amanecer comenzó a iluminar el bosque, y por primera vez, Alejandro sintió que la maldición había sido rota. Pero el precio había sido demasiado alto.
Mientras salían del bosque, el amor de Luna permanecía como un recuerdo imborrable, una cicatriz en el alma de Alejandro que jamás desaparecería.