Mis Tres Vidas

Arón siguió aún aturdido al sirviente el cual hacia su mayor esfuerzo por volverlo a la realidad y lo siguiera, pero él había quedado embobado por la belleza de Elizabeth y su linda melodía al tocar el piano. No podía sacar de su mente aquellos bellos acordes tocados por semejante ángel. Esperaba verla nuevamente al llegar al salón de reuniones, ya se su partida fue muy abrupta y ni le dió tiempo a presentarse.

Por sus prendas y la manera en que iba vestida sabía que era de la nobleza, o tal vez una de las hijas del conde, no podía ser una sirvienta, además de tener la libertad de tocar el piano a sus anchas. Solo deseaba que fuera María su futura esposa, eso lo haría muy feliz en ese momento y haría que su estancia allí fuera más deseada. El sirviente le indicó que ya habían llegado a donde estaba su futura familia esperándolo.Al abrir la puerta e ingresar en el salón la busco con la mirada. Todo en vano. Solo había tres damas y una de ellas mayor, de seguro era la esposa del conde, pensó.

- Bienvenida Arón, un placer tenerlo en nuestro humilde hogar. Espero te sientas como en casa, siéntate libre de hacer lo que gustes. Dijo el conde.

- El placer es mío. Contestó él. Aún seguía buscándola, tenía la ilusión de que ingresaría en el lugar en cualquier momento.

- Te presento a mi esposa Catalina, mis hijas, María y Juana. Dijo el conde.

El rostro de Arón se contrajo, dando lugar a una expresión de desagrado. Esto no pasó desapercibido por el conde. Lo invitó a sentar rápidamente, le ofreció una copa de vino para mejorar su ánimo. Estaba más que claro que María no era de su agrado. Pero en realidad él estaba decepcionado de no ver a Elizabeth allí.

- Pensaba que tenía más hijas, dijo Arón al conde con tono despreocupado y sin dedicar la mayor atención a María.

Escuchar semejante indirecta hizo al conde atorarse con el sorbo de vino que acabada de llevarse a la boca. Lo primero que le pasó por la mente era que sabía el secreto de la familia. Una vez estuvo nuevamente en condición de mediar palabra, le explicó que faltaba la menor, pero se encontraba indispuesta. Luego de charlar un poco fueron al comedor por un rico almuerzo y no se mencionó más el tema.

El conde se esperaba en agradar a Arón, lo notaba desanimado, para tratar de hacer un acercamiento más cercano se ofreció el mismo a mostrarle el lugar. Luego del recorrido se instaló en su habitación para descansar del duro viaje. Su habitación quedaba bien distante de las habitaciones del conde y sus hijas, por precaución de que en caso de que su relación fuera a más con María proteger su honra, aunque de momento él no le había hecho el más mínimo caso.

El sitio no estaba mal, lo único que no le gustaba de todo esto a Arón era su futura esposa. No le atraía en nada. Solo no se marchaba por curiosidad, quería volver a ver a la chica del piano. Elizabeth no apareció en toda la semana, tenía órdenes de no salir de su habitación. El conde notó el desdén de Arón por María su hija mayor y no quería empeorar más la situación mostrando a su hija débil y ciega.

Los padres de Elizabeth se concentraron en satisfacer todas las necesidades de Arón para hacerle más atractiva la estancia. También plantearon como segunda opción que se fijara en Juana, para ellos daba igual cualquier hija, lo importante era que las familias de ambos se unieran y así salir de las deudas que tenían, de no darse la unión les esperaba un futuro incierto.

Sus hijas estaban de acuerdo en cambiar de lugar si fuera necesario. Solo Elizabeth no era incluida en sus opciones. Nadie quiere a una ciega le decían. Elizabeth pasaba los días encerrada en su habitación. Sin más compañía que la brisa fresca y algunos pájaros cantores que de cuando en vez iban hacia su ventana. Cansada de ese confinamiento injusto, salió por su ventana, tocando la pared siguió el camino para no caer, ya que sabía que su habitación daba al jardín.

Al llegar a la entrada al final de la pared, ya fue capaz de ubicarse sin problemas, eran veinte pasos hacia la fuente, luego regresaría hacia la entrada, volvería a la ayuda de la pared para saber el camino de regreso a su habitación y nadie notaría su escape. Necesitaba salir por aire fresco, nadie notaría su ausencia. Llegó sin dificultad a la fuente y al tomar asiento un grito de asombro la asusto.

- Hay..., Dijo Arón al sentir que la chica se sentó sobre su brazo.

El se encontraba profundamente dormido en el borde de la fuente. Le gustaba el aire fresco, lo hacía sentir libre. Ese era su lugar favorito desde que llegó allí, alejado de todos y sus halagos fingidos.