está es la historia de Betty una jovencita luchadora , positiva y humilde; que sin querer atrae la atención de un hombre que es lo opuesto a Betty.
Antoni Santino un hombre con cicatrices del pasado ,desconfiado y cerrado al amor.
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Capítulo 4: Desenmascarando a Antoni
Betty golpea la puerta con unos suaves toque y pide pasar, notó que la puerta de la oficina de Antoni Santino estaba entreabierta. Era inusual, ya que Antoni solía llegar más tarde, después de su rutina de ejercicio matutino y de alguna de sus noches agitadas. Betty dudó un momento antes de empujar suavemente la puerta y asomarse.
Lo que vio la sorprendió.
Antoni estaba sentado detrás de su escritorio, con la corbata desajustada y el rostro mostrando claros signos de cansancio. Su cabello, usualmente peinado con esmero, caía desordenado sobre su frente, y había ojeras bajo sus ojos que delataban una noche sin descanso. El escritorio, normalmente impecable, estaba cubierto de papeles, carpetas y documentos esparcidos al azar.
—¿Señor Santino? — traigo los documentos que pidió a vicepresidencia --dijo Betty con voz suave, sin querer sobresaltarlo.-
Antoni levantó la vista, y por un instante, algo en su expresión cambió. Su mirada, habitualmente fría y calculadora, mostró una mezcla de desesperación y cansancio. Sin embargo, la máscara de indiferencia no tardó en regresar.
—Betty —dijo, con un tono seco—. Necesito un traductor para que traduzcas todos estos documentos del mandarín al inglés. Son contratos importantes, y no podemos permitirnos errores.
Betty se acercó al escritorio, observando los documentos esparcidos. Sus ojos se ampliaron al ver la complejidad del trabajo. Sin embargo, en lugar de sentirse abrumada, sintió una chispa de emoción. Desde niña, había tenido una afinidad especial por los idiomas, y había aprendido mandarín gracias a sus vecinos del edificio donde vivía con sus padres. Aunque nunca pensó que esa habilidad se volvería útil en su trabajo actual, ahora parecía una bendición.
—Claro, señor Santino —respondió Betty con calma—. Puedo encargarme de esto. Necesitaré un poco de tiempo, pero lo tendré listo lo antes posible.
Antoni la observó por un momento, como si estuviera viendo a Betty por primera vez. Algo en su expresión cambió, y por primera vez, pareció realmente impresionado.
—¿Sabes mandarín? —preguntó, genuinamente sorprendido.
—Sí, lo aprendí cuando era niña. Teníamos vecinos chinos que me enseñaron el idioma. No es perfecto, pero creo que puedo manejarlo —respondió Betty modestamente.
Antoni la miró con renovado interés. No era común que alguien como Betty, a quien había subestimado en más de una ocasión, resultara ser tan multifacética y eficiente. Su mente, que normalmente solo pensaba en mujeres de una forma superficial, comenzó a verla bajo una nueva luz.
—Eso es… increíble —dijo finalmente, su tono más suave de lo habitual—. De verdad te agradezco que puedas hacer esto, Betty. Es un asunto muy importante para la empresa.
Betty sonrió tímidamente, su rostro se iluminó con una calidez que Antoni no había notado antes. Sin querer, comenzó a darse cuenta de los detalles que antes había pasado por alto: la suavidad de sus rasgos, la dulzura de su sonrisa y la firmeza con la que se movía, a pesar de su natural timidez. Era como si, de repente, hubiera despertado a la idea de que Betty no era solo una simple secretaria. Había algo más en ella, algo que lo intrigaba.
Pero, tan rápido como surgió esa atracción, Antoni recordó su pasado. El doloroso recuerdo de su juventud volvió a inundar su mente, recordándole por qué no debía permitirse sentir nada por nadie. Su primer amor, la mujer en la que había confiado con todo su ser, lo había traicionado de la peor manera: había sido infiel con su propio hermano. Desde entonces, Antoni había decidido que no podía confiar en nadie más allá de lo superficial.
Cerró los ojos brevemente, expulsando esos pensamientos. No, no podía permitir que su corazón se involucrara de nuevo. Betty, por muy encantadora que comenzara a parecerle, no era más que una trabajadora eficiente. No podía ser más que eso.
Mientras Betty comenzaba a trabajar en la traducción, concentrada en su tarea, el ambiente en la oficina se relajó un poco. Antoni, sentado en su silla, la observaba de reojo mientras intentaba poner orden en el caos de su escritorio. Cada vez que sus miradas se cruzaban, él sentía una extraña mezcla de admiración y resistencia interna. No quería dejarse llevar, pero algo en Betty lo atraía de una manera que no podía explicar.
El día transcurrió así, con ambos trabajando en silencio pero en una sincronía inusual. De vez en cuando, intercambiaban algunas palabras sobre los documentos, pero en su mayoría, se sumían en el trabajo. Betty se sintió orgullosa de su habilidad para manejar el mandarín y, más aún, por el hecho de que Antoni confiara en ella para algo tan crucial.
Sin embargo, la tranquilidad de la oficina no duraría mucho. Justo cuando Betty estaba por terminar la traducción, la puerta se abrió de golpe y una figura alta y esbelta apareció en la entrada. Era Samira, la modelo exótica con quien Antoni había estado saliendo. Llevaba un vestido ajustado que acentuaba sus curvas y su expresión era una mezcla de arrogancia y desdén.
—¡Antoni! —exclamó con una voz que llenó la habitación—. ¿Qué es esto? ¿Quién es esta mujer y qué hace aquí?
Betty levantó la vista, sorprendida y algo intimidada por la presencia de Samira. Antoni, por su parte, se reclinó en su silla y la miró con una sonrisa ligera, como si disfrutara del espectáculo que estaba por presenciar.
—Ella es Betty, la secretaria de vicepresidencia. Está trabajando en algo importante —respondió Antoni, sin preocuparse demasiado por el tono de Samira.
Samira, al escuchar su nombre, giró su atención hacia Betty y la miró de arriba abajo, con desdén.
—¿Betty? —dijo con un tono burlón—. ¿Qué clase de nombre es ese? Parece el nombre de alguien que trabaja en una cafetería, no en una empresa como esta.
Betty sintió cómo su corazón comenzaba a acelerarse y una sensación de incomodidad la envolvía. No estaba acostumbrada a enfrentarse a personas como Samira, y menos a ser el centro de sus burlas.
—Antoni, no me digas que estás trabajando con… esto —continuó Samira, haciendo un gesto con la mano hacia Betty, como si fuera algo repulsivo—. ¿Cómo puedes soportar a alguien tan… insignificante?
Antoni no dijo nada, simplemente observó la escena con una ligera sonrisa en su rostro. Le parecía entretenido ver cómo Samira trataba de imponer su autoridad, y aunque una parte de él se sintió incómoda con el maltrato hacia Betty, no hizo nada para detenerlo.
—Samira, ella solo está haciendo su trabajo —dijo finalmente, en un tono que no tenía ninguna intención real de defender a Betty.
Betty sintió como si la tierra se abriera bajo sus pies. La forma en que Samira la miraba, el desprecio en su voz y la indiferencia de Antoni la hacían sentir pequeña e insignificante. Pero lo que más le dolió fue ver a Antoni, la persona para la que había trabajado tan duro todo el día, riéndose de su dolor.
Samira, sintiendo que tenía el control total de la situación, se acercó a Antoni y le lanzó una mirada seductora.
—Cariño, deberías despedir a esta inútil y contratar a alguien que esté a tu altura —dijo, pasando sus manos por los hombros de Antoni.
Betty, con los ojos llenos de lágrimas, no pudo soportar más. Sin decir una palabra, recogió los documentos que había estado traduciendo y salió corriendo de la oficina. Antoni la vio marcharse, sintiendo una punzada de culpa, pero no hizo nada para detenerla.
Betty corrió hasta el baño, donde se encerró en una de las cabinas y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Estaba herida, no solo por las palabras de Samira, sino por la traición de Antoni, quien no había hecho nada para defenderla. Sentía que no merecía ser tratada así, y que todo su esfuerzo no había valido la pena.
Mientras tanto, en la oficina, Samira se volvió hacia Antoni con una sonrisa triunfal.
—Ahora que esa ridícula está fuera, hablemos de lo que realmente importa —dijo, inclinándose hacia él—. Quiero que me presentes a tus padres como tu novia, Antoni. Es hora de que tomemos esto en serio.
Antoni la miró con una expresión que no revelaba mucho. Aunque Samira era todo lo que una vez había deseado en una mujer—belleza, confianza, y una actitud dominante—, algo en su interior lo inquietaba. El contraste entre Samira y Betty era abismal, Samira solo era una mujer para mostrar en sociedad y llevar a la cama, talvez para tener una familia y cumplir los estándares que te exige la sociedad sin amor.