Isabella Dupont ha pasado su vida planificando una venganza que espera borrar el dolor de su infancia. Abandonada a los cinco años por su madre, Clara Montserrat, una mujer despiadada que traicionó a su familia y robó la fortuna de su padre, Isabella ha jurado destruir el imperio que su madre construyó en Italia. Bajo una identidad falsa, Isabella se infiltra en la constructora internacional que Clara dirige con mano de hierro, decidida a desmantelar pieza por pieza la vida que su madre ha levantado a costa del sufrimiento ajeno.
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Capítulo 22
En la madrugada, Clara Montserrat dio a luz a su hijo en una lujosa habitación privada del hospital, decorada con gusto para acomodar a una de las mujeres más poderosas de Europa. El niño, llamado Enrico Romano Montserrat, nació con un peso saludable de tres kilos y medio. Su cabello oscuro, que claramente heredó de su madre, contrastaba con su piel rosada. Sus ojos, aunque aún pequeños y ligeramente hinchados, ya mostraban un tono profundo de azul oscuro, algo que Sergio, su padre, notó con orgullo cuando sostuvo al bebé por primera vez.
Después de un par de horas de descanso, Clara estaba acostada en la cama del hospital, con Enrico dormitando sobre su pecho. Sus dedos delgados acariciaban suavemente la cabecita del bebé mientras su mente, siempre calculadora, trabajaba en los próximos pasos. Mientras miraba al pequeño, no podía evitar pensar en el valor de ese bebé. Enrico representaba mucho más que un hijo; era un seguro de vida, un vínculo directo a los millones de Sergio y, si jugaba bien sus cartas, la clave para obtener el control total de la empresa de su esposo.
Pero mientras Clara cavilaba sobre sus planes, un pensamiento oscuro cruzó su mente. Cuidar a un bebé… eso no era lo suyo. No tenía paciencia para los pañales, el llanto y las noches sin dormir. Era una mujer de negocios, no una madre abnegada. Sus ojos se movieron de la cabecita de Enrico a la televisión que colgaba en la pared, buscando algo que distrajera sus pensamientos.
El canal de noticias mostraba un segmento rutinario sobre la economía, pero de repente la transmisión se interrumpió para dar paso a un anuncio especial. Clara, intrigada, subió un poco el volumen con el control remoto, mientras el reportero anunciaba que Marcello De Luca estaba a punto de dar una rueda de prensa.
La cámara enfocó a Marcello, de pie frente a un grupo de periodistas, con su habitual aire de arrogancia. El rostro de Clara se endureció mientras lo observaba.
—Gracias a todos por venir —comenzó Marcello, su voz firme y controlada—. Hoy, tengo que hacer una declaración muy seria que afecta no solo a mí, sino a todo el equipo de Montserrat Construcciones.
Clara sintió que su corazón latía más rápido, una mezcla de rabia y tensión se acumulaba en su pecho.
—Es con gran pesar que debo informarles que hemos descubierto pruebas que vinculan a Giulia Ferraro y a Arturo Rodríguez, de la constructora El Real, con el asesinato de Noel Delacroix. Este acto despreciable fue, sin duda, un intento de desestabilizar Montserrat Construcciones y hacerse con el control de nuestros proyectos clave.
El shock recorrió el cuerpo de Clara mientras la ira se acumulaba en su pecho. ¡Malditos idiotas! Pensó. ¡Idiotas, pedazos de mierda! Su mente giraba mientras intentaba procesar la traición y la estupidez de la situación. No podía creer que su equipo se estaba desmoronando de esta manera, y lo peor de todo, en público. Marcello estaba haciendo exactamente lo que Isabella había planeado: sembrando el caos y la discordia justo cuando ella estaba más vulnerable.
Mientras tanto, a kilómetros de distancia, Isabella estaba en su pequeño pero elegante apartamento en Milán, disfrutando de una copa de vino tinto. La luz suave del atardecer se colaba por las cortinas, creando una atmósfera cálida y tranquila en la habitación. Isabella, vestida solo con una blusa de encaje negra y ropa interior del mismo color, estaba sentada en el sillón frente a la televisión, observando la transmisión de la rueda de prensa de Marcello.
El borde de la blusa transparente rozaba suavemente su piel mientras ella sonreía para sí misma, complacida por cómo se estaba desarrollando su plan. Sabía que había sido muy inteligente al manipular las piezas del tablero, y ahora todo estaba empezando a caer en su lugar. Mientras Marcello hablaba en la televisión, Isabella levantó su copa en un brindis silencioso, como si estuviera celebrando su triunfo anticipado.
De repente, alguien tocó a la puerta de su apartamento. Isabella dejó la copa en la mesa y se levantó con elegancia, caminando hacia la puerta. Al abrirla, se encontró con Leonardo, que tenía una expresión preocupada y el cabello ligeramente despeinado, como si hubiera corrido hasta allí.
—¿Sabes lo que ha pasado? —preguntó Leonardo, su voz reflejaba una mezcla de ansiedad y sorpresa—. ¡De Luca ha acusado a Giulia y a Rodríguez de estar detrás de la muerte de Delacroix!
Isabella lo miró con una expresión que mezclaba calma y seguridad. Levantó una ceja, fingiendo una leve sorpresa.
—Cálmate, Leonardo —dijo con voz suave, extendiendo una mano para acariciar suavemente su brazo—. Esto se resolverá, créeme.
Leonardo la miró fijamente, buscando alguna señal de duda en sus ojos, pero todo lo que vio fue la confianza inquebrantable de Isabella. Esa seguridad que emanaba de ella lo desconcertaba, pero también lo tranquilizaba, aunque no podía entender del todo por qué.
Isabella sabía que Leonardo se iba a poner así. El mismo le había dicho que De Luca había sido su profesor en la universidad. Incluso ella misma había visto durante su cena en París que Marcello tenía un gran aprecio a Leonardo y a su inteligencia y creatividad como arquitecto.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —preguntó Leonardo, su voz más suave ahora, casi un susurro.
Isabella no respondió de inmediato. En lugar de eso, dio un paso hacia adelante, acortando la distancia entre ellos. Sus ojos, brillando con una mezcla de misterio y atracción, se clavaron en los de Leonardo. Su mano se deslizó desde su brazo hasta su cuello, y sin romper el contacto visual, inclinó ligeramente la cabeza y lo besó.
El beso fue suave al principio, una caricia sutil que pronto se profundizó. Isabella movió sus labios con habilidad, mientras sus manos recorrían lentamente el cuello y el cabello de Leonardo, intensificando el momento. Leonardo, atrapado en la inesperada pero bienvenida pasión de Isabella, cerró los ojos y correspondió al beso, sintiendo cómo la tensión que había traído consigo se desvanecía poco a poco.
Después de lo que parecieron varios minutos, Isabella se apartó ligeramente, lo justo para mirarlo a los ojos de nuevo. Una sonrisa enigmática curvó sus labios mientras susurraba.
—Porque sé lo que hago, Leonardo. Confía en mí.
Leonardo, todavía bajo el efecto de lo que acababa de suceder, solo pudo asentir, aún sin palabras. Isabella, con su sonrisa de satisfacción, sabía que había ganado otra batalla, consolidando su control sobre aquellos que la rodeaban.
Volvió a inclinarse sobre el y besarlo, esta vez con más pasión, más fuerza. El respondió tonandola de la cintura mientras retrocedian aún besándose.
La guerra aún no había terminado, pero las primeras victorias ya estaban cayendo de su lado.
tiene buen argumento,
hasta el final todo esto está emocionante.
y lo peor es que está arrastrando así hija a ese abismo.
cual fue la diferencia que se quedará con el.
a la vida que si madre le hubiese dado..
Isabella merece tener un padre en toda la extensión de la palabra.
no te falles ni le falles.
la narración buena
la descripción como empieza excelente 😉🙂
sigamos..
la historia promete mucho