Descubrimos con Miguel, a través de diferentes episodios que le ocurrieron en su infancia y adolescencia, por qué le teme a estar solo en la oscuridad
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Después de medianoche
Sus tres acompañantes miraban a Miguel extrañados, pensando que les gastaba una broma, hasta que miraron su cara. No era la cara que ponía siempre que estaba bromeando o sonriendo. Su cara era sumamente sobria y acompañada de una seriedad extrema. Incluso, tenía el ceño fruncido, como si pensara que ellos eran quienes querían jugarle una broma a él. En ese momento, Julio iba a hablar justo cuando el reloj cucú que estaba en la sala de su casa comenzó a sonar. Una, dos, tres, hasta doce campanadas. Los cuatro se miraron las caras unos a otros y no pudieron evitar sentir miedo. Ese miedo inexplicable que solo se puede sentir y no explicar. Miraron nerviosamente en todas las direcciones, buscando la mínima señal de alerta, pero la noche estaba igual de tranquila que hacía un rato. Julio, después de unos cuantos segundos, se atrevió a romper el silencio que reinaba entre ellos. Los calmó diciendo que no había de qué asustarse, que si estaban los cuatro juntos no habría de que temer. Las chicas se tranquilizaron dado que ellos estaban con ellas: Julieta sabía que en caso de suceder algo, ni Miguel ni Julio dejarían que les sucediese nada a ninguna de las dos y Juana se contagió de la tranquilidad de su prima. Miguel, en cambio, no podía tranquilizarse del todo ya que comenzó a recordar los diferentes sucesos que le habían ocurrido últimamente. Intuía que no podía haber ningún tipo de conexión, pero le asustaba el saber que estaba en una posición donde no podría controlar lo que sucediese a su alrededor. Decidieron sentarse nuevamente y seguir charlando, aunque Miguel lo que deseaba era irse a su casa; sin embargo, no dijo nada para no parecer un cobarde, y menos delante de Juan…
Debían llevar más o menos una media hora de plática cuando Miguel vio a una señora vestida de negro caminando hacia donde estaban ellos, pero por la acera contraria. Era una mujer que parecía, a la distancia, un poco más alta que él y sumamente delgada. Venía cargando un bebé, o al menos, eso era lo que parecía ya que Miguel no alcanzaba a divisar bien que traía en sus brazos. Miguel les dijo, ya que ellos estaban de espaldas a ella y no la habían notado siquiera, que era raro ver una mujer por allí a esas horas. Julio recordó el incidente de hacía un rato y volteó buscando a la mujer que indicaba Miguel. Para su sorpresa, no la pudo ver. Creyendo que era una broma le reprochó a Miguel diciéndole que no lo iba a asustar con eso. Juana y Julieta voltearon también. Tampoco la pudieron ver. Miguel insistió en que no era una broma y que ya estaba bueno de esa broma de mal gusto. Se mantenía sereno, aunque pensaba que lo de hacía un rato y lo que le estaban haciendo ahora, ya no eran divertido. La mujer, mientras, avanzaba lentamente, con lo que fuera que traía entre sus brazos. Lo más inquietante de todo, es que se detuvo frente a una casa y entró por el portón que daba hacia el callejón. La razón de que Miguel se inquietara fue porque la mujer entró al callejón de la casa de Julieta. Este tenía un candado viejo que era fácil de abrir (aunque nadie lo había notado antes). A pesar de que sus tres acompañantes vieron que se levantaba y se encaminaba hacia la casa, no lo siguieron. Decidieron ver hasta donde llevaría lo que ellos consideraban una broma, igual a la que les había jugado antes con la mujer y el niño cuando dijo que no los veía. Miguel, venciendo el miedo que tenía, y sin notar que sus amigos no estaban junto a él, avanzó hacia el portón. Este estaba tan solo entreabierto. Cuando se acercó pudo ver a aquella mujer, en la mitad del callejón y mirando por una de las ventanas hacia dentro de la casa. Antes que Miguel pudiera decir nada, la mujer volteó y comenzó a caminar lentamente hacia él. Aunque quiso, no pudo moverse mientras ella se acercaba. Cuando pasó a su lado lo único que escuchó fue: “esta no es la casa que debía visitar, aún no es tiempo. Ya comeremos después.” Miguel no entendió y tampoco se atrevió a mirarla. Solo alcanzo a mirar lo manta en donde llevaba algo envuelto. Era una manta de color blanco, aunque sumamente negruzca por lo que parecía ser suciedad. La mujer se caminó hacia el mismo lugar por donde sus amigos habían dicho que había venido la otra mujer. Pero Julio, Julieta y Juana lo miraban a él en vez de a la mujer que pasaba justo frente a ellos por la acera contraria. Sin embargo, los cuatro escucharon claramente, aunque casi como un susurro, cuando la mujer dijo: “gracias por la dirección”…