LA AMANTE DEL EMBAJADOR

Cada que oía a esa misteriosa mujer, que le daba la espalda, era como escuchar a la voz que le seguía hablando desde que apareció en frente de ella ese libro dorado.

No obstante, era como si su alma rechazara seguir estando en aquel lugar, provocando que su cabeza empezara a doler tan fuerte, que no tuvo de otra más que dejar que esta saliera de aquella pesadilla para seguir vagando sin rumbo fijo.

"Debes recordar... si el destino quieres vencer, algo diferente al final debes hacer"

—¡Basta!—gritó para que aquella voz se callara—¡DUELE! ¡DUELE MUCHO!

"Recuerda"

La cuñada del embajador abrió sus ojos, intentando buscar en aquella oscuridad en la que estaba, para encontrarse cara a cara con la figura de una mujer con cabellera violeta, que brillaba como el oro.

Sin embargo, el tan solo verla un segundo, hizo que el dolor en su cabeza aumentara diez veces, provocando que volviera a cerra sus ojos.

"Recuérdame"

Mientras su alma estaba por irse de aquel lugar, una figura mucho más oscura, pero visible, comenzó a acercarse. No lo podía ver, pero podía sentirlo. Era aquella entidad demoníaca que había visto en aquella supuesta memoria en forma de sueño.

"Es increíble que una humana simple como tú tenga un don divino" la voz demoníaca espetó irá sin dudar "¿Por qué no te mueres de una vez?"

"Dijiste que era mi última oportunidad... aún puedo hacerlo... aún puedo salvarlos", ahora escuchó la voz de la extraña mujer.

"No olvides entonces el pacto que hicimos" volvió a escuchar al demonio.

"Lo sé"

Con aquellas últimas dos palabras, Penélope por fin pudo despertar. Confundida por lo que escuchó, viendo que aún seguía lloviendo de manera torrencial, corrió apurada hasta la habitación de su abuelo, encontrando una escena que la dejó mal.

Su dulce, enfermizo, pero tierno abuelito, yacía sin vida en su cama, con la almohada encima de su rostro, mientras su gato estaba muerto en el piso. Con tristeza, apartó la almohada, encontrándose cara a cara con la cara morada del anciano.

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Alexander poco a poco comenzó a abrir los ojos, al escuchar el llanto de quien parecía ser su hijo. Al hacerlo, no solo observó con pánico a su niño amordazado, también atrapado en una jaula y como el cuerpo sin vida de Byron colgaba.

—¡Pero si tu papi ya se despertó!—la voz de Alicia resonó en todo el lúgubre lugar—¿No estás feliz de verlo?

Alicia golpeó con fuerza la jaula, asustando aún más a su hijo, quien estaba amordazado. Llorando sin poder decir nada, su madre se agachó y se colocó a su lado para susurrarle algo.

—¡Ay, cariño!—dijo muy cerca del oído—¡Eres tan buen niño! Tu vida servirá para que tu madre y el hermanito que esperas tengan un mejor futuro, así que te regalaré algo, una verdad muy importante: tu padre no es tu verdadero padre.

El embajador sintió como la sangre recorría su garganta ante tal crueldad, no solo bastaba torturar físicamente al niño, sino también mentalmente al revelarle algo que debía seguir siendo un secreto.