Margaret Vitaly, le hace una inesperada propuesta al archiduque Bastian Chevalier, pese a que este le lleva muchos años de diferencia. Margaret asegura desear a ese hombre y le pide casarse con ella. Todos saben que Margaret está enamorada del conde Agustín. ¿Por qué ahora quiere casarse con aquel hombre de corazón frío? La respuesta solo lo sabe ella y es que Margaret conoce su futuro, ella ha tenido una regresión después de sufrir una muerte miserable, así que ahora está dispuesta a cambiar ese futuro lamentable y para eso, necesita de aliado al único hombre que le tendió una mano antes de su muerte, ese era el hombre al que ahora Margaret le proponía matrimonio, el archiduque Chevalier.
¿Podrá Margaret cambiar su destino?
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¿A qué noble no le gustan los obsequios?
— Mi esposa se encuentra radiante; es la dama más hermosa que he visto en mi vida. Bendigo el día en que apareciste a pedirme matrimonio. — El archiduque había caído rendido ante la astucia de Margaret desde que la vio, pero su belleza, sin duda, era indiscutible.
— Lo sé muy bien; pero mi esposo no se queda atrás, es el hombre más apuesto y destacado del imperio. Soy realmente dichosa de tenerte a mi lado. Agradezco que hayas aceptado. — Margaret estaba en una nube de felicidad; Bastian era su alma gemela, de eso estaba segura.
— Tengo una gran curiosidad, ¿qué te llevó a pedirme matrimonio? Era un hombre viudo, con pésima reputación; si no lo estuviera viviendo, diría que es imposible que te fijaras en mí, además de nuestra diferencia de edad. — El archiduque estaba intrigado por su hazaña; la joven era temeraria y asumía perfectamente las consecuencias de sus actos.
— ¿Me creerías si te digo que nos amamos en vidas pasadas? — Margaret sonrió radiante. — En mi otra vida, juré buscarte y pedirte que te casaras conmigo, así que, apenas desperté, corrí a buscarte. Eres todo lo que siempre quise. — Margaret seguía sonriendo; no tenía por qué ocultar la verdad, aunque no lo creyera.
— Entonces, debo agradecerte por cumplir tu promesa. — El archiduque creía que era algo irreal; la magia los había abandonado hace siglos, pero existía una pequeña posibilidad de que fuera cierto.
Hace siglos, el poder de la familia real consistía en cuidar la línea del tiempo. Por eso, estaban "obligados a casarse entre miembros de la realeza", o eso creian, pero nunca debían dañar los hilos del destino, cosa que hicieron y sufrieron un gran castigo debido a la muerte de la elegida. Su protector los abandonó a su suerte hasta que la elegida encontrara nuevamente su hilo del destino. Tendría que indagar más en la historia de sus ancestros; Margaret no jugaría con algo así.
Margaret pensaba que él no le había creído, pero ella decidió hablarle siempre con la verdad.
— Archiduque, ¿me permite bailar una última vez con mi hija? — Otro noble se habría molestado, pero Bastian sabía que ese hombre había sido un gran padre. Si él tuviera una hija, no la dejaría casarse, así que entendía el gran amor del duque hacia su hija.
— Por supuesto. — El archiduque aprovechó para ir a hablar con el rey.
— Hija, sé que esta conversación la tendrías que tener con tu madre, pero como ella no está, es mi deber como padre hablarte con sinceridad. Sé que la institutriz te habrá dicho lo que toda dama debe hacer en su noche de bodas. — Para el duque, era sumamente incómodo hablar de esto, pero no quería que su hija fuera violentada sin siquiera saberlo.
— En la noche de bodas, no es solo quedarte quieta mientras tu esposo hace todo. — El duque volvió a tomar aire; esto sí que era difícil. — El coito no debería dolerte; la primera vez es normal que sientas un poco de molestia, pero eso será reemplazado después por una sensación más grata. — Margaret entendía lo difícil que era para su padre hablar de esos temas, pero a la vez le causaba gracia y agradecía el gran esfuerzo que hacía.
En su vida pasada, ella se casó después de la muerte de su padre, y lo que recuerda de la noche de bodas es un inmenso dolor. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar esa noche, porque todas fueron iguales y ella pensaba que era normal
— No tienes por qué estar nerviosa; es algo natural. Después, todo será mejor. Tu esposo tiene que hacerte sentir segura; si es todo lo contrario y el dolor nunca cesa, él solo se estará satisfaciendo y dañándote. Eso es inaceptable. Si pasa, ven con papá y te protegeré. — El duque sabía que había muchos nobles que maltrataban a las jóvenes señoritas en su primera noche y en las siguientes, y nadie decía nada. Pero él no permitiría que su hija sufriera de esa manera; mantener a las mujeres sin información era una de las formas de violencia.
— La noche de bodas no es solo el coito. Es acariciar a esa persona que anhelas; es entregarse al amor y al deseo. No tengas miedo de acariciarle y besarle; es totalmente natural. — Margaret estaba completamente sonrojada, no por las palabras de su padre, sino por recordar lo atrevida que ella había sido con su ahora esposo.
Al terminar de bailar con el duque, Margaret fue a un balcón a respirar aire puro. Tenía sus recuerdos intactos, aunque confiaba en Bastian. No había pensado en lo doloroso que fue esa vez, pero su momento de reflexión fue interrumpido por la emperatriz.
—Lady Margaret, es una pena que se haya casado con un hombre mayor que usted. Ninguna jovencita debería pasar por eso — Aseguró la emperatriz, tratando de mostrarse comprensiva.
—Archiduquesa Chevalier, ese es mi nuevo título, Su Majestad. No, Lady, ya no soy una señorita, soy una dama casada por decisión propia —Margaret colocó su mano izquierda En su pecho, dejando ver su anillo de compromiso y su alianza de casada. La emperatriz quedó atónita al ver las dos joyas pertenecientes a los antiguos emperadores.
— Veo que el archiduque no escatimó en conquistarla. Dicen que la dote fue inmensa; es como si estuviera haciendo un trato comercial, fue lo que escuché —Dijo la emperatriz con malicia, haciendo referencia a que Margaret se había vendido al mejor postor.
— ¿A qué noble no le gustan los obsequios? Mis padres siempre me dieron lo mejor; es natural que quiera que mi esposo también lo haga, majestad. Cuantos más regalos reciba la esposa, más amada es por su señor. Eso no es un secreto, son las reglas de la sociedad. Cincuenta carruajes con lo mejor de este imperio y de cada imperio que ha visitado su excelencia. Me dio los anillos que pertenecieron a todas las emperatrices del imperio. Me siento más que amada, y no llevo ni un día de casada.— Margaret sonrió con suficiencia; le había dado un golpe bajo a la emperatriz, porque ella solo recibió detalles del emperador cuando nacieron sus hijos. Esas fueron las únicas dos veces, dándole el título de emperatriz sin poder, ya que el poder de las mujeres radicaba en el aprecio de sus esposos. Y, aunque era algo desfavorable para algunas, para otras era una bendición.