Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
NovelToon tiene autorización de Ana de la Rosa para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 14
— Bien, a partir de este momento no puede pronunciar palabras. Si sientes necesidad de hacerlo, hágamelo saber con un gesto.— aclaró Yeikol
Él, la condujo a la cama. Muriel estaba tan nerviosa, que su mente divagaba por un laberinto de terror y suspenso. Quería perder el conocimiento, y recuperar su cordura cuando ya todo hubiese pasado.
Como no podía hablar, le apretó la mano a Yeikol, con fuerza.
— ¿Qué deseas?
— ¿Me regalaría un trago de eso que tomó?— definitivamente, no estaba en sus cabales.
Era la primera vez que sentía la necesidad de probar alcohol. Yeikol le dedicó una mirada fría. Obviamente, no le molestaba que tomara alcohol, pero sí que lo hacía por él.
— Pensé que era religiosa.— comentó Yeikol
— Deje la religión. Usted me motivó hacerlo.
Yeikol en ese momento recordó las palabras de Alfred. Siempre le dijo que ella era diferente y no le hizo caso. “¿Acaso esta mujer de verdad cree que soy un monstruo?”, se preguntó el hombre, un poco molesto.
Le sirvió el trago de whisky y se lo entregó. Ella se lo tomó de un solo sorbo e hizo un gesto de desagrado, pues la verdad, no le gustó el sabor. “Dios, siento que me quema la garganta”
Yeikol se quitó la camisa. Muriel miró el torso desnudo del hombre y volteó el rostro, apenada.
Yeikol buscó un antifaz, se lo mostró y le preguntó. — ¿Crees que así estaría más cómoda? — ella asintió con la cabeza.
Él le colocó el antifaz y la acomodó en medio de la cama. Sujetó cada una de sus extremidades a los barrotes, de una manera que no se podía mover. Buscó una tijera, y empezó a cortarle la falda desde el ruedo. Suavemente, iba cortando la tela, haciéndola jadear, por el metal frío recorriendo su piel.
Yeikol puso el objeto cortante a un lado, se subió a encima de ella y con ambas manos tiró de la blusa, rompiendo todos los botones, dejándola en ropa interior.
“¿Cómo voy a llegar a mi casa? Acaba de rasgar mi ropa”, pensó una asustada y avergonzada.
Él se quitó de encima de ella y la observó por varios segundos. Tenía puesto una braga conservadora y un sostén sin copa, ambos de color marrón. “Qué mujer tan anticuada”.
Después procedió a cortar lo demás. Se sentó a su lado, sostuvo el objeto cortante y lo fue rozando por su piel hasta llegar al sostén. De un solo piquete cortó la tela. Dejando su delicada piel al desnudo.
Fue imposible para él no reaccionar, ante tanta belleza. Ya que sus pechos eran increíblemente deslumbrantes. Su textura firme, lo llevaron a querer tocar y así lo hizo. Delicadamente, tocó y masajeó esas áreas prohibidas, pero por las que había pagado. Su tacto agradable cambio a uno salvaje, provocando en ella un gemido doloroso.
Muriel, al sentirse perdida, expuesta totalmente ante él, no pudo evitar llorar. Por suerte, el antifaz negro absorbió las lágrimas.
Yeikol terminó de cortar la ropa interior.
Después de mirarla fijamente, completamente desnuda, quedó cautivado. Ella era perfecta. “Joder, nunca imaginé que fuera tan hermosa”, pensó él. La observó y la detalló por varios minutos.
Muriel se asustó, no lo escuchaba, pero podía sentir sus sombríos ojos recorriéndola. Esa sensación de ser observada, provocó en ella un manojo de nervios, angustia, desesperación, y una vergüenza infinita. De pronto, se escuchó el sonido de unos objetos.
Él le quitó el antifaz. Pudo notar que había llorado y eso le molestó enormemente. Se frotó las sienes y le dijo; — Muriel, por esta ocasión voy a pasar por alto sus lágrimas, pero por favor, no hagas que me arrepientas. No le voy a hacer daño.
Buscó una bandeja con diferentes tipos de juguetes eróticos, grandes, pequeños, y de distintas formas. Se lo mostró y le preguntó, “¿Cuál quieres?”.
Muriel no sabía cuál elegir, puesto a que nunca había utilizado nada de ellos. Pero buscando simpleza, eligió uno de los más pequeños. — El de color rosa y plateado.
Yeikol volvió a guardar los demás. De una mesa, agarró unas pinzas de color rosa, que era el conjunto del objeto elegido.
— Muriel, le recuerdo que tienes prohibido pronunciar palabras. No importa lo que estés sintiendo.— dijo acercándose a ella.
Ella asintió con la cabeza. “No voy a sentir más que asco y repulsión. Usted es el hombre más enfermo que he conocido, y yo una infiel”
Yeikol la miró exhaustivamente, ella volteó el rostro, evitando contacto visual. Estaba roja de la vergüenza. Jamás supuso estar frente a su jefe completamente desnuda, con las piernas abiertas, dándole acceso a toda su cavidad.
Él se desnudó, y con intenciones de saciar sus más sórdidos deseos, se apoderó de su labio inferior, dándole una mordida trituradora, aunque no la besó. Después, fue dejando mordidas agridulces por todo su cuerpo.
Le colocó las pinzas en las zonas sensibles y prendió el juguete sexual, justamente en su entrepierna.
Muriel empezó a experimentar placeres que nunca había sentido antes. Pero también podía sentir dolor y eso excitaba al hombre.
Yeikol, después de tocar y ultrajar el cuerpo de la mujer, a su antojo, la desató de todos los barrotes.
Muriel, aún temblorosa, asustada, y agitada, lo miró sorprendida y con timidez. “Dios mío, ¿Qué fue todo eso?”, se presentó asimilando la sensación de placer que experimentó.
Ella, al observar detenidamente la virilidad de Yeikol, abrió los ojos como platos. “Seguro esto será muy doloroso”, se dijo para sí misma, al verlo colocarse el preservativo.
Él le susurró al oído.— Déjese llevar.— Le puso un sujetador con las manos en la espalda. La tumbó en la cama, quedando en una posición agradable para él y con una maravillosa vista.
Si bien, para él era excitante esa posición, para ella era un suplicio. Ya que su esposo la lastimaba cada vez que lo hacían de esa manera. Se preparó mentalmente para soportar en silencio.
Yeikol le propinó una fuerte nalgada, dejando la mano marcada en la zona del toque. Con ambas manos le acariciaba la piel.
Te deseo muchos éxitos en tu próxima novela😘🌹❤️🫶🤗⭐⭐⭐⭐⭐👏👏👏👏👏👏👏👏
uy buena narración.