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Me Enamoré De Mi Enemigo

Me Enamoré De Mi Enemigo

Status: En proceso
Genre:Escuela / Romance / Amor prohibido / Amor a primera vista / Amor-odio
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Nyra Dark

A sus 19 años, arina de lucas parece ser una estudiante común: bonita, callada y aplicada. Trabaja en la cafetería de su abuelo y aparenta ser una joven más de preparatoria. Pero bajo esa máscara se esconde la futura heredera de un poderoso imperio criminal. Entrenada en artes marciales, fría cuando debe serlo y con un corazón marcado por el rechazo de sus propios padres, dirige en secreto a los hombres de su abuelo, el único que la valora.

Del otro lado está ethan moretti, de 21 años. Inteligente, atractivo, respetuoso y aparentemente un estudiante modelo. Sin embargo, también arrastra un legado: pertenece a otra familia mafiosa rival, dirigida por su abuelo, que pretende heredarle el trono del poder. A diferencia de la chica, sus padres sí conocen la verdad, aunque intentan disimularlo bajo la máscara de ejecutivos ejemplares.

Lo que ninguno sospecha es que sus vidas están unidas por un destino retorcido: enemigos en la sombra, pero vecinos en la vida real.

NovelToon tiene autorización de Nyra Dark para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capitulo 13

La sala del restaurante quedó suspendida después de que Ethan dijera aquellas palabras. Las miradas se volvieron cuchillos; el murmullo se extinguió. Isabella, con el rostro encendido por la determinación y la rabia, no retrocedió. Con voz alta y desafiante, dijo exactamente lo que muchos esperaban oír:

—Yo quiero ser tu esposa. Quiero tu apellido, tu vida… quiero todo lo que venga con eso.

La declaración cayó como un desafío público. Los padres de Isabella sintieron que el suelo se movía bajo sus pies; su intento de orgullo y ambición se convirtió en una apuesta abierta. Iban a perder algo si aquello estallaba —reputación, enlaces, el control de las apariencias— y en sus rostros se dibujó miedo contenido. Bajaron la vista, encorvados por la vergüenza y la súbita comprensión de las consecuencias.

Ethan, empapado, con manchas de vino que se deslizaban por la tela, no mostró furia desordenada. Mantuvo la calma como una estatua que se prepara para dictar sentencia. Una sonrisa ladeada surgió en su boca: fría, medida, como una promesa y una sentencia al mismo tiempo. Se inclinó apenas hacia delante, su mirada fija en Isabella, y su voz fue un susurro que atravesó la mesa y a todos los presentes:

—Tú jamás podrás ser mi esposa ni nada.

No gritó; no necesitó hacerlo. La frase, directa y sin concesiones, hizo explotar la tensión. Isabella sintió que la sangre le hervía; sus manos temblaron. Los padres de ella dieron un paso atrás, humillados, cada uno calculando pérdidas y daños como si fueran cuentas por pagar. El padre de Ethan intentó intervenir, a punto de defender la etiqueta, pero la mirada de Ethan lo pulverizó: había una amenaza contenida en ella, una advertencia que no admitía discusión.

Ethan no añadió palabras de más. Su silencio fue otra daga. Se levantó con la misma calma implacable, dejó la silla atrás y se dirigió hacia la salida con pasos medidos. Cada uno de sus movimientos hablaba de control absoluto: dominante, serio y aterrador.

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Ethan antes de cruzar la puerta, se detuvo, miró a sus padres con esa calma glacial que ya conocían y habló con voz baja pero firme:

—Si piensan invitarme otra vez a una cena en la que ella esté presente, mejor que no me llamen. Déjenme en paz. No quiero escenas y no las toleraré.

Sus palabras cayeron como un veredicto. Los padres de Ethan, incómodos, intercambiaron miradas llenas de cálculo: sabían que forzar la situación podía costarles más de lo que estaban dispuestos a perder. Bajaron la cabeza, agradecidos por la salida elegante que la tensión les ofrecía.

En la mesa, el hermano de Ethan soltó una risa corta, ladeada, cargada de desprecio. Esa media sonrisa lo decía todo: diversión por lo sucedido y la certeza de que Ethan tenía el control. Isabella, aún palpitando por la humillación, clavó los ojos en él y preguntó, hiriendo e insegura:

—¿Y esa risa? ¿De verdad te parece gracioso?.

El hermano se inclinó un poco hacia adelante, con esa sonrisa que mordía, y respondió con desprecio medido:

—¿En serio no tu conoces a mi hermano? Pensé que eras ambiciosa… pero está claro que solo eres una oportunista. Creí que buscabas algo grande; veo que solo buscas un apellido para tu vitrina.

Sus palabras eran veneno calibrado para el ego. Isabella sintió como si le hubieran arrancado el aire; la frase se clavó en su orgullo. Por un instante su rostro cambió: rabia, humillación y la necesidad de culpar a alguien la consumieron.

Sin pensarlo, los dedos de Isabella se cerraron en el borde de la mesa y, con la mirada fija en Ethan, buscó un chivo expiatorio en su mente: Ariana. Se levantó de un salto, tiró la silla hacia atrás y salió disparada tras Ethan, gritando su nombre con la voz rota por la rabia:

—¡Ethan! ¡¿Cómo te atreves?! ¡Claro, como no soy ella…! ¡No me aceptas! ¿Qué tiene ella que yo no? ¡Esa maldita Ariana, siempre ella!.

La puerta se abrió y el aire frío de la noche golpeó las palabras que salían de su boca. Ethan, que ya había dado unos pasos en la acera, se volvió con la calma de quien observa a alguien desinflarse ante la verdad. Sus ojos se clavaron en Isabella con una mezcla de desdén y desprecio contenido. No alzó la voz; no necesitó hacerlo. Dijo, con esa voz baja y cortante que hacía callar multitudes:

—Culpar a otros no te hace grande, Isabella. Te hace pequeña. Aprende a mantenerte en tu sitio o quedate callada.

La frase fue un golpe seco. Isabella se quedó muda, la rabia vaciándose poco a poco en aturdimiento. Las palabras pegaron justo donde dolían: en el orgullo y en la máscara que había mostrado toda la noche. Sin saber qué más decir, con la familia observando ahora desde la puerta y la humillación prendida en su garganta, se alejó sin responder, dejando en el aire la sensación de que algo —su plan, su orgullo— se le había roto por dentro.

Ethan dobló la esquina con paso firme, dejando detrás la noche alterada. Su figura se perdía mientras la ciudad seguía respirando tranquilo, ignorante del pequeño terremoto que acababa de ocurrir entre mesas y copas rotas.

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—Ethan regreso a su apartamento.

La puerta del apartamento se cerró con un golpe seco. Ethan se apoyó en ella, soltando un suspiro profundo. Aflojó el cuello de la camisa manchada aún con rastros del vino que Isabella le había arrojado en el restaurante. Sus ojos oscuros brillaban con ese fuego contenido, mezcla de rabia y agotamiento.

Caminó lentamente hasta el salón, se dejó caer en el sofá de cuero negro y apoyó la cabeza hacia atrás, mirando al techo. Por un momento cerró los ojos; el silencio del lugar era un contraste brutal con el murmullo del restaurante, con las voces, con las miradas y, sobre todo, con la sonrisa fingida de Isabella.

Llevaba horas conteniéndose. Primero, el encuentro con Serrano en el almacén: amenazas veladas, decisiones pesadas que podían costar vidas. Y luego… ese circo de apariencias en la cena. Isabella proclamando querer ser su esposa, sus padres presionando, los suegros bajando la cabeza como perros derrotados… una escena ridícula, indigna de su tiempo.

Con un gesto brusco, Ethan se llevó la mano a la espalda. Las heridas que aún no sanaban del todo ardían; el golpe del balón en la escuela había caído justo allí, y aunque había disimulado, la punzada seguía latente. Cerró los dientes, respirando hondo.

—Patético —murmuró con voz ronca, como si escupiera veneno—. Perder energía con una mujer como Isabella… con una familia tan débil.

Se incorporó despacio, caminó hasta el bar del apartamento y se sirvió un whisky en un vaso bajo. El líquido ámbar reflejaba las luces de la ciudad a través del ventanal. Dio un trago largo, dejando que la quemazón del alcohol se mezclara con la de sus pensamientos.

Un brillo frío apareció en sus ojos al recordar la cara de Isabella gritando su nombre fuera del restaurante, insultando a Ariana entre dientes. Apretó el vaso con fuerza hasta que sus nudillos se marcaron blancos.

—Esa mujer no sabe con quién está jugando —susurró, una sonrisa helada asomando en sus labios—. Yo no necesito esposas decorativas ni mentiras bien maquilladas. Y mucho menos soportaré que manchen el nombre de Ariana.

Apoyó el vaso sobre la mesa de vidrio y encendió un cigarro. El humo comenzó a llenar la sala, envolviéndolo como un manto oscuro. Desde afuera, la ciudad no dejaba de rugir, pero dentro, Ethan permanecía en silencio absoluto, calculando, analizando, como un depredador en reposo.

Finalmente, se levantó y caminó hacia su habitación. Se quitó la camisa, dejando ver el vendaje en su espalda, manchado de rojo. El espejo reflejó su silueta: fuerte, pero marcada por cicatrices. Se observó a sí mismo con dureza.

—Nada de esto me detendrá —murmuró, antes de dejarse caer en la cama, con un último pensamiento antes de cerrar los ojos—. Lo peor todavía está por empezar.

El apartamento quedó en penumbras, con Ethan descansando, pero con la tormenta aún latiendo en su pecho.

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La mañana siguiente, Ethan entró a la escuela con su porte imponente, aunque en silencio, como si llevara un muro invisible entre él y el resto. Sus amigos lo esperaban a la entrada, se saludaron con palmadas y bromas rápidas, y juntos caminaron hasta el salón de clases.

Ariana estaba allí, sentada con sus amigas, fingiendo estar concentrada en sus apuntes. Apenas lo vio entrar, su corazón se aceleró sin permiso. Esperaba, tal vez, una mirada, una señal… pero Ethan pasó de largo como si ella no existiera, frío, calculador, con la misma indiferencia que venía mostrando desde días atrás.

El vacío que dejó esa indiferencia fue cortado por una voz femenina. Valeria, una chica de cabello castaño claro y sonrisa coqueta, se acercó a Ethan sin dudar.

—¿Entonces nos vemos hoy en la plaza, en la cafetería de siempre? —preguntó con confianza.

Ethan no dijo nada, solo asintió con un movimiento de cabeza, seco, confirmando. Valeria sonrió, satisfecha, y se alejó balanceando la carpeta entre las manos.

Ariana lo observó todo en silencio, sintiendo un nudo en la garganta. Una punzada extraña se clavó en su pecho, aunque intentó ocultarlo. Sus amigas, que la conocían demasiado bien, lo notaron de inmediato.

—¿Por qué esa cara? —le preguntó valentina, arqueando una ceja.

—¿Molesta? Yo… no, para nada —respondió Ariana, bajando la mirada al cuaderno.

Pero la rigidez de sus manos delataba lo contrario.

En ese momento apareció Jhonar, con su sonrisa confiada. Se inclinó hacia Ariana, interponiéndose entre ella y su pequeño grupo.

—Oye, Ariana, ¿qué dices si vamos al cine esta tarde? Estrenaron esa película que tanto esperabas.

Ella dudó unos segundos, mirando de reojo hacia donde Ethan estaba, pero al ver que él ni siquiera prestaba atención, apretó los labios y respondió:

—Está bien, acepto.

Las amigas de Ariana intercambiaron miradas sorprendidas. Cuando Jhonar se alejó para ir a su pupitre, no tardaron en rodearla.

—¿En serio vas a salir con él? —preguntó camila, incrédula.

—¿De verdad sientes algo por Jhonar? —añadió valentina, con un tono más serio.

Ariana frunció el ceño.

—¿Qué pasa? Al principio ustedes estaban de acuerdo, ¿no? Hasta decían que hacíamos bonita pareja.

Las chicas se miraron con cierta incomodidad, como si compartieran un secreto. Finalmente, camila tomó aire y habló:

—Sí, al inicio parecía buen chico. Pero últimamente… hay algo raro en él.

—Exacto —agregó valentina —. No sé si te diste cuenta, Ari, pero siempre te mira de una manera… como si quisiera… no sé… desnudarte con la mirada. Es incómodo.

El corazón de Ariana dio un salto, pero intentó no mostrarlo.

—Además —continuó camila en voz baja—, lo hemos visto varias veces hablando con Isabella.

Ariana levantó la vista de golpe, sorprendida.

—¿Con Isabella? ¿Están seguras?

—Sí. La última vez fue ayer, detrás del gimnasio —confirmó valentina —. Cuando nos vio, se asustó tanto que de inmediato caminó hacia nosotras y empezó a cambiar de tema, como si nada.

Ariana apretó los dientes, con una sensación extraña creciendo en su interior. Una mezcla de desconfianza y mal presentimiento.

Mientras tanto, al fondo del salón, Ethan observaba la escena con el rabillo del ojo. No dejaba que nadie lo notara, pero cada palabra que Ariana y sus amigas compartían parecía dibujarle un mapa de lo que él ya sospechaba: algo oscuro se estaba tejiendo alrededor de ella.

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En la tarde ariana se arreglo  para ir a la cita del cine con jhonar, aunque algo en su interior la hacía sentir extraña.

Minutos después llego al cine y  Jhonar  ya la estaba esperando tenia una rosa en sus manos.

Para ti por linda, —dijo jhonar con una sonrisa dulce  que engañaría a cualquiera.

—Ariana, gracias pero no era necesario la rosa, eres un lindo, —lo dice con una sonrisa tonta.

—Jhonar bueno y que esperamos vamos a ver que comemos mientras vemos la peli ya esta que comienza la función.

La cita en el cine con Jhonar había comenzado con risas tímidas, pero Ariana no estaba presente. Su corazón latía en otro lado, una corazonada la jalaba con fuerza. Cuando la película apenas empezaba, se levantó de golpe.

—Lo siento, no puedo quedarme —susurró, y dejó a Jhonar con un gesto de confusión.

Continuará...

1
Briana
😳🫣🫢
felipe_oquendo
10/10
Yaquelin Yaqui
me encanta esta re bueno ☺️
Leonardo Martinez
listo
Leonardo Martinez
bn
Leonardo Martinez
me encanta
Briana
♥️
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