Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 13
El comedor imperial estaba iluminado con candelabros flotantes y luces cálidas que danzaban suavemente sobre las paredes de mármol. Una gran mesa de roble tallado ocupaba el centro, cubierta por manteles bordados a mano y vajilla de cristal. Flores silvestres de la región adornaban el centro, liberando un aroma sutil.
Mauricio, emperador de Zenda, se sentaba a la derecha de Leonor, con expresión tranquila pero ojos atentos. A su izquierda, su padre, el ex emperador Maximus, bebía lentamente de su copa de vino, con una sonrisa indescifrable en los labios. Había sido una figura clave en las antiguas guerras y, aunque ahora retirado, su sola presencia imponía respeto.
Leonor ofreció a Neftalí un lugar a su lado, dándole una señal de confianza que no pasó desapercibida. Elios, vestido con una túnica azul oscuro bordada en hilos dorados, se sentaba junto a ella, mirando todo con la curiosidad de un niño… y la calma de alguien mucho mayor.
—Me alegra ver que el joven Elios ha logrado conquistar a todos en palacio —comentó Mauricio, con una sonrisa amable mientras le ofrecía más pan al niño.
—Tiene un encanto particular —respondió Leonor con dulzura—. Y una serenidad que muchos adultos en esta mesa envidiarían.
Maximus soltó una pequeña risa.
—Cuando yo tenía su edad, ya había incendiado dos establos y escapado del castillo tres veces. Este niño, en cambio, parece más sabio que todos nosotros juntos.
Neftalí forzó una sonrisa, agradecida pero aún incómoda. La presencia de ambos emperadores era abrumadora. Sintió que los ojos de Maximus se posaban en ella más de lo necesario. No de forma amenazante, sino inquisitiva, como si intentara leerla por dentro.
—Me honra estar aquí —dijo, con la voz firme aunque su corazón latía con fuerza—. Espero poder aprender mucho durante mi estancia.
—Y lo harás —intervino Leonor—. Tendrás acceso a la biblioteca de la torre, clases personalizadas y, si lo deseas, entrenamientos con los príncipes… una vez que se recuperen, claro.
Minutos antes de que todos pasaran al comedor, Neftalí había decidido hablar en privado con la emperatriz y el mago supremo. Les contó lo sucedido antes de llegar, omitiendo, por supuesto, su encuentro con el dragón y la diosa. Luego alzó la mirada y concluyó:
—No sabíamos a dónde nos dirigíamos, pero en cuanto fuimos atacados por los bandidos, no me quedó más remedio que pelear por nuestras vidas. Fue entonces cuando el mago y sus hijos nos encontraron.
Leonor, asintiendo, comprendía que no era toda la verdad. Neftalí sabía dar la información justa. Regulus, por su parte, sonrió y añadió:
—Comprendo su desconfianza. Ha sido traicionada más veces de las que quisiera admitir. Pero créame cuando le digo que nuestra única intención es ayudarla a cumplir su misión aquí.
Alexandra miró al mago en silencio, luego replicó:
—No sé qué es lo que intenta decir.
—Sé que sí… La diosa nos dijo que enviaría a una nueva elegida para combatir el mal. Voy a contarle una historia, princesa…
Neftalí escuchó con atención. Le relató la misma historia que el dragón le había contado, añadiendo el fragmento de la batalla de Leonor con su hermano, y la del emperador Mauricio contra el mago oscuro.
—Creímos haber evitado el final de los tiempos, pero el mago oscuro escapó y está buscando la forma de liberar el mal sobre este mundo. Es por eso que la diosa te envió. Tú tienes el don de purificar la oscuridad… No estabas en ese bosque por casualidad. Estabas esperando a que llegáramos, porque eso fue lo que la diosa te indicó.
Al verse descubierta, Alexandra cambió de postura, cruzándose de brazos frente a ambos.
—Muy bien, veo que ya lo saben todo… ¿Qué es esto entonces? ¿Una especie de prueba?
—No. Solo queríamos saber si podíamos confiar en ti.
—Pues yo no confío en nadie.
—Puedo verlo. Aun así, eres nuestra única esperanza, así que no nos queda otra opción que confiar entre nosotros.
—¿Y qué ganaría yo? Como lo veo, soy un blanco fácil…
Regulus sonrió.
—Pues… ganarías lo que siempre has querido: poder, respeto y lealtad.
Alexandra alzó una ceja.
—Además —añadió el mago—, les daremos un lugar seguro donde quedarse. En Jade ya saben que los príncipes están vivos…
Alexandra se enderezó, su mirada brillando con intensidad.
—¿Eso es una amenaza?
—Por supuesto que no… Solo le advierto que, sin apoyo, es cuestión de tiempo para que los soldados de Jade los encuentren. Tú sabes pelear, te he visto, eres hábil. Pero el niño es una carga. No llegarás muy lejos con él. Como lo veo, solo tienes una opción: ayúdanos en esta guerra, y cuando todo termine, te ayudaremos a recuperar lo que te fue robado.
Neftalí/Alexandra, sin muchas opciones, aceptó el trato. No solo por ella, sino por Elios, ese niño que le recordaba a su hermano.
De vuelta en la cena, Neftalí salió de sus pensamientos al oír al emperador Mauricio hablar.
Mauricio se recostó ligeramente en su silla, cruzando las manos.
—He oído que hicieron enfadar a Regulus.
—No lo enfadaron —intervino Maximus, sonriendo—. Solo le recordaron que incluso los niños pueden ser molestos si tienen demasiada energía contenida.
Todos rieron, incluso Neftalí, aunque su mente seguía anclada en Regulus y aquella mirada que le había dirigido antes de irse, como si supiera algo que ni ella misma comprendía aún.
Elios, sin previo aviso, tomó la mano de Neftalí bajo la mesa. Ella bajó la vista hacia él. El niño la miraba con sus ojos tranquilos y, aunque no dijo una palabra, su gesto fue suficiente para mostrarle su agradecimiento por quedarse en Atenea… hasta que su situación se resolviera.
Maximus, que había observado el gesto con discreción, volvió a beber de su copa.
—El vínculo entre ustedes es curioso. Supongo que eran muy unidos.
Mauricio giró levemente la cabeza hacia su suegro.
—¿Lo dices por la forma en que la mira?
—Lo digo porque, en mis años, he visto muchas cosas… pero nunca un lazo tan silencioso y profundo entre dos almas. Ni siquiera entre hermanos.
Leonor apoyó su copa con suavidad y comenzó a observar también en esa dirección.
Mauricio miró a Neftalí con atención, no como hombre, sino como emperador. Como si intuyera que aquella joven, aparentemente frágil, podría alterar el rumbo de su imperio.
El silencio se apoderó de la mesa por unos segundos, roto solo por el suave murmullo de la música de fondo.
Neftalí, por primera vez, sintió el peso real de las palabras que todos decían a su alrededor. No estaba allí solo como invitada. Estaba allí por una razón mayor… y aún no sabía si debía temerla o abrazarla.