Cheryl solía ser una chica común, adicta a las novelas románticas y a una vida sin sobresaltos… hasta que murió. Ahora ha despertado en el cuerpo de la mujer más odiada de su historia favorita. Pero ella no piensa repetir el final.
Entre seducción, traición y poder, Cheryl jugará con las reglas del imperio para cambiar su destino. Porque esta vez, la villana no está dispuesta a caer.
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A escondidas
Las paredes del castillo Diamond habían presenciado muchas cosas a lo largo de su historia: conspiraciones, traiciones, alianzas selladas con sangre y matrimonios por conveniencia. Pero nunca algo como esto. Nunca la pasión brutal y descontrolada que Aery, la princesa imperial, escondía entre las sombras con un esclavo. Desde aquella noche en que Rael tomó sus labios por primera vez, algo se desató en ambos, una tormenta indomable. Aery no se reconocía. No era la heredera fría y calculadora que todos temían, sino una mujer devorada por el deseo. Y él, Rael, el prisionero curado por la magia de su enemiga, caminaba ahora como si fuera el dueño de su cuerpo.
Esa mañana, el castillo parecía más silencioso que de costumbre. La niebla se alzaba como un manto de secretos y los pasillos estaban cubiertos de un aire espeso, cargado de anticipación. Aery salió de su cámara vestida con un atuendo ceñido, de cuero oscuro, el escote profundo y la espalda descubierta, un diseño que gritaba autoridad y seducción. Su cabello recogido dejaba ver su cuello, ese mismo que Rael había mordido la noche anterior. Rael la esperaba en las antiguas catacumbas del castillo, un lugar olvidado por los cortesanos. Apenas la vio cruzar el umbral, la empujó contra una columna y sus labios se fundieron en un beso hambriento, feroz, como si no pudieran respirar sin el otro.
—Te estás volviendo adicta a esto, princesa —susurró contra su cuello, mordiéndola suavemente.
—Cierra la boca, esclavo —respondíó ella, jadeando mientras se aferraba a él.
El roce de sus pieles, la fricción de sus cuerpos contra las piedras frías... Era un juego peligroso. Cada vez que se encontraban, era como si el mundo se disolviera en un instante de lujuria sin ley. Pero no todo era pasión entre sombras. Aery empezaba a percibir miradas. Almudena, leal hasta el tuétano, fingía no saber. Pero una en especial se volvió una molestia. Calista, una dama noble recién llegada a la corte, de sonrisa inocente y ojos cargados de ambición, había cruzado miradas con Rael en los jardines. Lo vio entrenar, con el torso desnudo, y se detuvo a observar como quien mira una joya ajena. Rael la notó, pero no hizo nada. Aery, desde un balcón, lo vio todo. Esa noche, Calista se acercó a él en el comedor.
—Eres el famoso esclavo que la princesa protege... Dicen que tienes algo especial.
Rael sonrió con arrogancia.
—Depende de para quién.
Aery se levantó de su asiento, sus pisadas resonando con fuerza mientras se acercaba. Con una mirada gélida, se plantó entre Calista y Rael.
—Toca lo que es mío y te arranco la lengua, Calista. Recuerda que aquí, el poder no se comparte.
La joven noble palideció y se retiró, pero Aery no estaba satisfecha. Esa noche, llevó a Rael a su cámara y lo empujó contra la cama.
—¿Ahora coqueteas con cualquiera? ¿Crees que por montarme te ganaste libertad?
Rael sonrió con esa maldita arrogancia suya, se incorporó y la sujetó por la cintura.
—Tú eres la que juega a ser mi dueña. Entonces hazlo bien... o deja de fingir que puedes controlarme.
Aery lo empujó contra la pared, su mano rodeó su garganta, pero él se dejó hacer, provocándola. Cuando ella aflojó el agarre, Rael la alzó con fuerza, la lanzó sobre la cama y se deshizo de su camisa.
—Voy a hacerte pagar por cada orden que me diste hoy.
Lo hizo. Con cada caricia, con cada embestida salvaje, Rael borraba su título, su poder, su altivez. Y ella lo dejaba. Porque cuando estaban juntos, no eran princesa y esclavo. Eran dos llamas quemándose sin tregua. Se escondían en las torres, se encontraban en los establos, en la biblioteca, incluso en el antiguo trono de una sala clausurada. En cada rincón del castillo dejaban huellas de su pecado.
—Esto nos matará —susurró Aery un día, con los labios en su cuello.
—Entonces al menos moriremos ardiendo.
Pero ni siquiera ellos sabían cuán pronto el fuego se convertiría en ceniza. Porque los ojos del Emperador los observaban desde la oscuridad. Y el castillo... no perdona a los que aman a escondidas.
Esta novela está muy buena
Gracias por el capítulo 🤩🫶🏻
De ahí en fuera ese imperio debía desaparecer ya que así es la vida real cuando atacas no hay compasión
Gracias por los capítulos, espero más 🤩 muy buena esta esta novela
Ahora veremos como le irá a aery en el imperio de rhazir
Gracias por la actualización
Que bueno que volviste 😊 es una gran historia 💪🏻y ahora está mucho más interesante 🫶🏻😬
dudo que muera pronto, porque su bombón la rescatará tal cual una princesa en aprietos.