Una habitante de la galaxia lejana se enamorará irremediablemente de una princesa heredera de Ares.
NovelToon tiene autorización de Escritora.Fantasma para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
De Andrómeda a la Vía Láctea
Ya habían transcurrido alrededor de treinta días luego de aquella fulminante y voraz sacudida espacial, días después de aquella embestida por parte del cuásar, cuya magnitud había colisionado con no solo el planeta tierra, sino con toda la Vía Láctea y hasta según eruditos del tema sideral, con otras constelaciones vecinas, se decía que hasta en el astro rey se habían recibido repercusiones del cuásar, incluso en Cassiopeia, también contaban que en la constelación tetera como tiernamente le llamaban a Sagitario, también las tres constelaciones que forman el Triángulo de Verano: Lyra, Cygnus y Aquila y por supuesto Andrómeda, la vecina más cercana de la Vía Láctea se vio afectada. La galaxia se está acercó tanto a la Vía Láctea, fusionándose en una galaxia mayor, en el evento conocido como Lactómeda.
Ari, una habitante de un sector de la galaxia de Andrómeda vivió en carne propia la Lactómeda y su visita inesperada se presentó en las instalaciones de la princesa Ira. Se trataba de una joven de aproximadamente unos veintiocho años, la misma edad de la soberana de Atenea. Aquella joven provista de una belleza singular, contenida en una combinación de facciones nunca antes vista por esa zona; tez pálida, cara redonda, nariz pequeña y grácil, ojos castaños en forma de avellanas, poseedores también de cierto fulgor especial, contextura no gruesa ni delgada, un tanto curvilínea, sus cabellos de color marrón oscuro volaban por los aires en forma ligeramente cilíndrica. Estaba vestida de forma peculiar, como de época gregoriana y llevaba enganchada a su espalda una mochila. La muchacha decía haber llegado desde tierras lejanas y solicitaba con suma importancia comunicarse urgente con la persona a cargo de aquellas tierras. Un campesino que con frecuencia sacaba a pastorear su rebaño, la halló perdida y le indicó el camino que la llevaría al palacio de los monarcas que regían por esos lares, agradeciéndole la muchacha su gentileza se dirigió con prontitud al destino señalado.
Llegó y el lugar se le antojó de ensueño; una edificación monumental hecha de caliza se erigía, suponiendo unas murallas de piedra, aquel sitio era enorme y colonial, cercado de fosos y baluartes. En sus alrededores innumerables girasoles decoraban los jardines, el paraíso de Van Gogh, pensó; porque incluso en la constelación vecina llegaron murmullos de los artistas terrícolas de genio y virtuosidad enormes. No había terminado de colocar un pie adentro, cuando un robusto guardia salió entre la espesura de los jardines y la abordó.
— ¿Quién es usted y qué hace aquí? —la confrontó el hombre.
— Buen día, señor. —saludó la joven, intentado mermar la molestia del guardia con su amabilidad.
— ¿Qué quiere? —increpó el guardia. — Este es un área restringida, no puede estar aquí.
— ¡Hola! —apareció otro hombre de la nada. —¿Qué sucede?
El hombre aparentaba tener unos treinta y dos años, de altura promedio; alrededor de un metro con ochenta, cuerpo de gimnasta olímpico, piel blanca, rostro esculpido, ojos color verde aceituna y cabellos dorados cayéndole hasta la nuca. Lucía un tanto similar a sus tres hermanos, los otros prodigios, viéndolos con detenimiento se notaba el parecido, a excepción de la coloratura del cabello y ojos. Saxo el prodigio de la música, poseía cabellos marrones casi cobrizos y ojos grises. Bastián, el prodigio de las artes escénicas, color de cabello rubio plata, casi blanco y ojos pardos. Giordano, el prodigio de la pintura y las artes plásticas cabello negro azabache y ojos azules con destellos amatista. La combinación de su singularidad y semejanza los hacía pluralmente únicos.
— Buenos días, señor Cyril. — respondió de forma afable el guardia al hombre recién aparecido. —Le explicaba a la dama que no está permitido merodear por estos terrenos.
— Vengo en búsqueda de aquel que gobierna por estas tierras, señor. — interrumpió la joven. — De hecho, es de carácter urgente.
— “Aquella” — corrigió Cyril. — Quien gobierna estas tierras es una mujer, ¿Cuál es el motivo de su solicitud en conocerle?
— Mucho gusto, soy Ari. —extendió su mano a Cyril. — No quiero sonar descortés, pero el asunto que me trae aquí solo puedo emitirlo a su gobernante, en este caso a ella.
— Siendo así, no puede pasar. — interfirió el guardia. — Una completa desconocida con secretismos sería un riesgo para la princesa.
— Espera, Angus. — repuso Cyril. — Yo además de ser su amigo, soy uno de los consejeros de la princesa y advierto que esta jovencilla no representa ningún peligro, ¿Por qué privarlas del encuentro?
Cyril tenía razón, desde siempre él y sus hermanos sostenían un cercano vínculo con Ira, aunque la monarca era testaruda, influían en ella las recomendaciones de los cuatro, sobre todo las de él que parecía conocerla más que nadie, incluso más que ella misma.
— Muchas gracias señor. — le sonrió cálidamente Ari al prodigio.
— Yo voy de salida, me dirijo a la ciudad, pero él te llevará con ella. —manifestó Cyril mientras señalaba a Saxo que recorría los jardines. — ¡Ven aquí holgazán! — le gritó.
Saxo hizo una mofa mientras se acercaba a ellos y después de las respectivas presentaciones, acompañó a la muchacha al interior del castillo. Dentro el estilo medieval primaba, Ari contemplaba deslumbrada cada espacio, estaba lleno de dependencias, muchas habitaciones y pasadizos que hacían sentir el recorrido interminable. Ventanales enormes protegidos por cristales coloridos y sobrios conseguían una dicotomía del buen gusto, todo el lugar estaba decorado con monumentos y pinturas homéricas que lograban una percepción extraordinaria de sus antepasados. La temperatura se sentía cálida gracias al sistema de calefacción, muy adecuado para combatir los gélidos ventarrones que azotaban por las noches, mientras que el aire despedía un olor a nardos frescos traídos especialmente de los montes del Himalaya por ser la fragancia favorita de la princesa. Al llegar al vestíbulo allí estaba ella sosteniendo delicadamente un libro con su mano izquierda, se trataba de “Noches Blancas” de Fiódor Dostoyevski, su autor favorito. Lo leía con detenimiento, mientras descansaba sentada en el regazo de un gigantesco sofá tapizado en terciopelo, cuyo color rosa pálido le daba un toque imperioso y femenino a la vez, la hermosa princesa estaba absorta en la lectura hasta que notó ya no estar sola y se levantó de su asiento.