Segundo libro de- UNA MUJER EN LA MAFIA. Aclarando solo dudas del primer libro. No es que es una historia larga. Solo hice esta breve historia para aclarar algunas dudas.
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Una mujer en la mafia
Estaba en medio de un sueño tranquilo cuando de repente escuché unos golpes en la puerta de mi cuarto, seguidos de una voz agitada.
—¡Adeline, despierta! —gritó Flora, con voz llena de pánico.
Me desperté de golpe, todavía aturdida, y me incorporé en la cama, confundida por lo que estaba sucediendo. Antes de que pudiera decir algo, la puerta se abrió de golpe, y tanto Flora como Simón entraron corriendo, con los ojos desorbitados.
—¡Hay un idiota arruinando tu auto! —dijo Simón, casi sin aliento.
Mi mente todavía estaba nublada por el sueño, pero eso bastó para que me levantara de un salto. Miré a Simón, luego a Flora, y me lancé fuera de la cama en bata, mi cabello aún despeinado. Ni siquiera me detuve a pensar en cómo me veía. Salí disparada hacia la ventana, sin perder tiempo.
Cuando llegué al balcón, vi una escena que me dejó sin palabras. Ahí estaba, mi hermano, de pie junto a mi auto, sosteniendo un bate y destrozando el costado de mi coche. ¿Qué demonios estaba haciendo? Mi cuerpo se tensó por completo, la rabia comenzaba a hervir en mis venas.
—¡¿Qué demonios haces, Scott?! —grité, furiosa, y me di la vuelta para bajar.
Simon y Flora vinieron detrás de mí, pero no me importó. Mi enfoque estaba completamente en Scott, que estaba golpeando el auto sin piedad. Como si nada más importara.
Me lancé sobre él, agarrándolo por las muñecas y obligándolo a soltar el bate. Él me miró sorprendido por un segundo, antes de empezar a maldecir.
—¡Oye, mugrienta, suéltame! —gritaba él, luchando por liberarse, pero mis manos lo mantenían firme. —¡¿Qué mierda crees que haces?!
Lo empujé hacia atrás, fuera de mi coche, y lo miré con rabia en los ojos. No podía creer que estuviera haciendo esto.
—¿Qué creías que hacías, idiota? —le dije, mi voz baja pero llena de veneno. —Acabas de sentenciar tu muerte.
Scott, sin embargo, no parecía ni un poco intimidado. En lugar de eso, se rió con desdén y me miró con sus ojos desafiante.
—Oh, ¿y qué pasa si lo hice? —respondió con sarcasmo, su tono lleno de provocación. —Tú eres la que rompió la puerta de mi casa, ¿recuerdas? Así que ahora soy yo el que tiene que aguantar tus locuras.
Me quedé congelada por un momento, mirando sus ojos y sin poder creer lo que estaba escuchando. ¿Era en serio?
—¿Crees que eso me importa? —le respondí, dando un paso hacia él, el enojo de nuevo corriendo por mis venas. —Este auto es lo último de lo que me preocupo, Scott. Lo que me preocupa es que sigues jugando con fuego. ¿Por qué no te pones en tu lugar de una vez?
Scott, viendo mi furia, sonrió con esa sonrisa arrogante que tanto odiaba en él, y me lanzó una mirada irónica.
—Por lo menos no me siento tan mal por destruir algo tan bonito —dijo, haciendo una pausa para mirarme de arriba abajo. —Porque, oye, si así te ves después de levantarte, imagina cómo estarías si te cuidaras un poco más.
Sus palabras me hicieron un nudo en el estómago, pero no lo iba a dejar ganar. Lo miré con una expresión fría, la rabia burbujeando debajo de mi piel.
—Eres un maldito idiota —le dije, apenas controlando el tono.
Flora, que había estado observando en silencio desde la puerta, no pudo evitar comentar:
—¡No puede ser! ¡Hasta se parecen! —dijo, mirando a Scott con incredulidad, aunque se veía un poco más tranquila.
—¿Qué? —pregunté, mirando de un lado a otro entre ellos, confundida. —¿Dónde nos parecen?
Pero antes de que pudiera seguir con la pregunta, me volví de nuevo hacia Scott, que me miraba como si nada le importara. A pesar de mi furia, me di cuenta de que necesitaba mantener el control.
Scott me miró con esa sonrisa arrogante mientras caminaba hacia la casa.
—Oye, ¿a dónde vas? —le grité, un poco más calmada, pero la irritación aún estaba allí.
Él, sin mirar atrás, solo se encogió de hombros.
—Voy a ver qué tienen aquí, parece interesante —respondió sin mucha preocupación, y continuó caminando por el pasillo.
Simon me miró por un segundo, y antes de que pudiera hacer algo, Scott ya había pasado por su lado y estaba entrando dentro de la casa. Me quedé observando cómo su actitud de desdén se transformaba en una mezcla de curiosidad y sorpresa.
—Me cae bien —escuché que Simón decía en voz baja, como si no quisiera que lo escucháramos, pero yo lo oí perfectamente.
Seguí hasta el interior de la casa, tratando de mantener la calma, aunque algo en mi interior me decía que las cosas con Scott iban a ser más complicadas de lo que pensaba. Cuando llegué al salón, vi a mi hermano tirado en el sofá, mirando alrededor como si estuviera inspeccionando todo lo que veía, y de repente soltó una risa irónica.
—Vaya, pero si que vives en una casa hermosa —dijo, levantando una ceja, como si la sorpresa le estuviera causando algún tipo de entretenimiento.
Mi paciencia ya estaba al límite, y la tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. Me acerqué y lo señalé con el dedo, mientras trataba de mantener la calma.
—No es mía, Scott. Es de Flora. —Le indiqué con un gesto de la mano hacia ella, que estaba de pie cerca de la puerta, observándonos en silencio. —Ahora, por favor, levántate de ahí. No es tu lugar.
Scott hizo un puchero y se recostó más cómodamente sobre el sofá, ignorando por completo lo que le acababa de decir.
—¿Por qué no tienes tu propia casa? Con todo el dinero que tienes, ¿no te da para una mansión o algo así? —dijo, y yo sentí que la incomodidad me invadía otra vez. Estaba tomando demasiado interés en mi vida personal, y no lo quería.
Me quedé en silencio por un momento, respirando hondo, tratando de calmarme antes de contestar.
—No me gusta estar sola, ¿está bien? —respondí finalmente, sin poder evitar la dureza en mi voz. —Y no tienes que preocuparte por eso, Scott. Ni es tu problema.
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