Nica es el fruto de un rico hacendado, dueño de muchas tierras productoras de caña y algodón, y de un amorío con una de sus esclavas.
Y aunque su padre prometió protegerla, no vivió mucho para cumplir su promesa.
Apenas su padre murió, su tío y sus primos se encargaron de hacerle la vida un infierno. Le recalcaba a cada momento que ella solo era una sucia esclava con sangre impura corriendo por sus venas.
Y qué por lo tanto, su vida no valía nada.
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¿Qué Apuestas?
—¡Lo hubieras visto en la merienda, Nica! —Lilianne le hablaba estusiasmada a su esclava apenas entró en la habitación. —Defendió los derechos de la educación como un verdadero defensor de los pobres y vulnerables...
—Que bien, pero ¿Qué pasó en la cocina?
Nica ignoró por completo las palabras de su prima presumiendo el "heroísmo" del señor Angeli. Quería saber que se traían esos dos con esas tontas miradas y la pelea, si se podía llamar así, de quien se llevaba la culpa por tumbar el jarrón.
—Nada. —Evadió la rubia, desviando la mirada. —Pues... Lo ví en la cocina con el jarrón en las manos, y cuando entré lo asusté accidentalmente, por esa razón tiró el jarrón y se rompió. Es mi culpa, como bien dije.
—Quien tuvo la culpa no es importante, Lili. —Intervino Nica. —¿Qué hacía él con un jarrón ajeno?
—No lo sé, quizás son costumbres italianas para apreciar el arte. —Añadió Lilianne.
Nica soltó una carcajada mental llena de ironía. Siendo honesta, el señor Angeli era el europeo más anti-europeo qué había conocido, él ni siquiera hablaba con acento italiano o usaba el léxico ibérico que caracterizada a los de la alta sociedad.
—¿Tú de verdad crees que sea europeo? —Interrogó Nica, con tal de confirmar sus sospechas.
—Bueno, es italiano... no todos los europeos son iguales, eso está claro. —Justificó la rubia.
—No lo sé, Lili. —Dudó la castaña mientras arrugaba los labios. —No me cae bien...
—¡Agh! A ti no te cae bien ningún hombre, Nica. —Se quejó la rubia obstinada. Y razón tenía. —Deberías estar feliz de que es uno de los pocos hombres en este mundo con corazón y que piensa ayudar a los desafortunados.
Nica asintió resignada. Tal vez su prima tenía razón, y solo exageraba siguiendo una corazonada errónea. Ella no nació con el don de ver el futuro o predecir la fortuna, como muchas indias que había conocido en la hacienda, así que no podía jugársela.
Hablando de esas indias, era encantador como varios esclavos en Las Garzas seguían manteniendo sus costumbres y creencias a espaldas de sus amos, algo que los esclavos en la hacienda de su tío no se atrevían por miedo a ser descubiertos.
En ese momento, Nica se dio cuenta de algo raro en su prima. Sin duda, algo faltaba en su apariencia. De inmediato, la esclava pasó su atención al cuello de la muchacha, el cual se encontraba desnudo.
—Lili... ¿Dónde está tu collar? —Preguntó Nica, ladeando la cabeza. —El regalo de Antonio.
Que supiera, Lilianne no se quitaba ese collar desde que Antonio se lo regaló salvo para bañarse. Instantáneamente, Lili pasó sus manos a su cuello y se asustó al no sentir la cadena de oro.
—¡Dios! Juro que lo tenía puesto hace unos minutos. —Lilianne se desesperó mirando hacia el suelo. —Debe haberse caído sin que me dé cuenta, ayúdame a buscarlo.
A Nica no le quedó otra opción que ayudarla a buscar. No le importaba el miserable collar, más bien le alegraba no tener nada vinculado a Antonio Hurtado cerca de ellas. Pero por desgracia su prima no pensaba lo mismo.
Además de que Antonio le regaló ese collar de mala gana, el condenado vino dañado y se cayó en alguna parte de la enorme hacienda. Bravo.
Hablando de Antonio Hurtado...
Este paseaba por los pasillos de la Casa Grande de manera inquieta. Desprendía celos y envidia de la atención que su padre le prestaba al señor Angeli, y de como el italiano llamó la atención de su prometida. Él también lo había notado desde el incidente en la cocina, no era tonto. Bueno, a veces.
La tensión que percibió entre ellos y en como a Lilianne se le iluminaban los ojos cada vez que el señor Angeli abría la boca durante la merienda en defensa de los pobres, solo significaban una cosa: atracción.
Se suponía que Lilianne era suya, y Antonio no permitiría que lo humillaran de esa forma. Por lo tanto, debía encontrar la manera de alejar al señor Angeli de su novia a cualquier costo.
Antonio entró a la oficina de su padre, lugar donde se llevaba la administración y las finanzas de la hacienda, y luego cerró la puerta de un portazo. Su padre se sobresaltó, dejando su atención en unos papeles para fijarse en su hijo.
—Padre, estoy seguro de que el señor Angeli tiene los ojos puestos sobre mi prometida. —Soltó Antonio, sin pelos en la lengua. —Los encontré a solas en la cocina, y no tolero la atención que ella le presta cuando habla.
–Cállate Antonio, no hables tonterías. —Minimizó don Armando. —No permitiré que por un berrinche tuyo se vaya al caño una importante inversión.
—¿Por una inversión te tirarás de un barranco si el señor Angeli te lo pide?
—¡He dicho que te calles! —Armando golpeó la mesa, ofendido por las palabras de su hijo. —¡Si vuelves a faltarme el respeto, no tendré piedad contigo!
Antonio no insistió, su padre también parecía estar "enamorado" de ese charlatán. Derrotado, chasqueó la lengua antes de dar la vuelta hacia la puerta.
—Lame botas... —Murmuró.
Se retiró del despacho sin hacerle caso a las amenazas de su padre debido a lo último dicho. Su impotencia crecía internamente, no solía pedirle nada a su padre, al contrario, siempre trató de obedecerle en todo. Y ahora que él quería algo, simplemente lo ignoró.
Antonio dio vueltas por los pasillos de la casa, tratando de aliviar su rabia. Pensó en visitar a su madre, pero eso terminaría de bajarle los ánimos. Hablar con Laura era solo escucharla llorar y quejarse de sus desgracias.
Por pura casualidad, como si se tratara de un deja vu, terminó chocando con la entromerida esclava blanca nuevamente, pero esta vez ella cargaba unos baldes llenos de agua y jabón qué terminaron mojando a los dos.
—¡Maldita esclava, me has empapado! —Se quejó Antonio, molesto. —¡Quítate de mi camino!
—¿No ve que cargo baldes de agua? —Contrarrestó Nica. —Oh, lo siento, ¿Qué sabrá el niño bonito que se cansa con cargar un vaso de agua?
—¿Vas a llorar? —Le restregó. —No entiendo tus lloros, yo podría trabajar mejor que cualquier esclavo, no es mi culpa que todos sean unos inservibles...
El rostro enojado de Nica cambió de manera repentina a uno sorprendido al escuchar esas palabras tan interesantes que le llamaron notoriamente la atención.
—¿Disculpe? —Nica lo interrumpió cuando estaba a punto denirse. —Perdón, ¿Puede repetirlo? Creo que no escuché bien... ¿Usted se cree capaz de trabajar mejor que cualquier esclavo?
—Por supuesto, no es tan difícil lo que hacen. —Respondió Antonio.
Era evidente que el joven Hurtado subestimaba el trabajo de los esclavos, y Nica no tardó en soltar una sonora carcajada que alimentaron aún más la rabia qué Antonio sobrellevaba.
—¿Tengo cara de un maldito bufón?
—Lo siento, es que no le creo... ¡Jajajajaja! —Confesó Nica entre risas.
—Poco me importa.
—¿Teme demostrarlo? —La esclava se cruzó de brazos, retándolo. —Yo nunca me fio de las palabras, prefiero los hechos. Demuestre que es capaz de hacer lo que hace cualquier esclavo de su hacienda.
—¡Ja! Dime que tengo que hacer, y te cerraré esa boca mugrienta. —Aceptó, sonriendo ladinamente.
—Mm... —Nica se quedó pensativo, tenía que pensar muy bien en la labor que debía hacer el amo. —Lo quiero ver en la barraca mañana a primera hora. Si se atreve, claro está.
—Te arrepentirás por haber dudado de mi, esclava.
Fue lo último que escuchó de Antonio cuando se dignó a retirarse. Nica no pudo evitar su emoción, volvió a cargar los baldes con los que Lilianne se había bañado y caminó imaginando todos los escenarios posibles en los que explotaba a Antonio de trabajo.
Tenía que pensarlo bien, había demasiadas cosas que Antonio podía hacer. Pero no podía ser cualquier cosa, ella quería que hiciese un trabajo sumamente agotador y que no pudiera ni con el peso de su propia alma al final del día.
Trataría de consultarlo con Marú, debía aprovechar esa oportunidad para divertirse.
O, tal vez...
Podía lucrarse de Antonio con esa apuesta, con tal de convertirlo en un mejor hombre para su prima.
No habían conseguido el collar, pero Lilianne se encontraba tan pérdida pensando en el señor Angeli que comenzaba a aterrarle. Lili tenía que serle fiel a Antonio, por muy idiota que fuera, si no quería que su padre las matara a ambas.
Haría que ella se olvidara del señor Angeli, y convertiría a Antonio en el mejor marido para Lilianne.