La Princesa Y Andrómeda

— ¡Oh vaya! —expresó Ira, visiblemente sorprendida. — ¿Quién es ella?

— Ella es…—intentó contestar el prodigio Saxo.

— Buenas tardes, su alteza. — interrumpió la joven. — Soy Ari.

— Eso mismo. —replicó Saxo.

— ¿Qué son esas pintas, querida? —cuestionó Ira, mientras miraba a la joven de arriba abajo. — Entraste a un palacio, no a una plaza de mercado.

— Lo siento, no fue mi intención alterar con mis harapos las reglas protocolarias de vestuario dentro de su recinto. —dijo Ari, con sus mejillas sonrojadas por la vergüenza.

— Tranquila, era broma. —sonrió Ira. — Nadie aquí tiene buen gusto al escoger vestimentas, sino mira a Saxo.

Ambas rieron discretamente mientras se miraban cómplices a los ojos. Saxo las observó y tomando el instrumento que descansaba sobre la mesa lateral se marchó del vestíbulo.

— ¿Acaso se ha molestado? —indagó Ari con cara de preocupación.

— Para nada. —contestó tranquilamente Ira. —Es hora de su práctica habitual de saxofón. No creas que por ser un prodigio no debe afilar sus dotes musicales.

— Entiendo. —Sonrió Ari.

— ¿Así que, Ari por Ariadna? —preguntó la princesa oscura.

La princesa se refería a Ariadna, una heroína silenciosa que contribuyó demasiado en la realización de la hazaña de Teseo, ella guiada por la esperanza y el amor, construyó una de las historias más hermosas en la mitología griega y romana, he aquí un resumen de la maravillosa narración: el mito del Minotauro y la participación de Teseo y Ariadna. Teseo era hijo de Egeo, el rey de Atenas, pero su madre no era la reina y él vivió alejado de su progenitor en la ciudad de Trecén. Cuando se hizo mayor decidió conocer a su padre y viajó a la ciudad. La esposa de Egeo, Medea, vio en él un rival para su hijo y antes de que se diera a conocer lo acusó de traidor. El joven tuvo que enfrentarse al toro de Maratón al que venció. Finalmente fue reconocido por su padre y nombrado sucesor de la corona. Al llegar a Creta, los elegidos fueron presentados a Minos y su familia. Una de sus hijas, Ariadna, se enamoró de Teseo y decidió ayudarlo. Teseo y Ariadna urdieron un plan. Ella le dio un ovillo de hilo y esperó a la entrada del laberinto sujetando un extremo. Teseo debía ir desenrollando el ovillo a medida que avanzaba. Además, le dio una espada que ocultó entre sus ropas. Dentro del laberinto se enfrentó al Minotauro y lo mató. Gracias al hilo de Ariadna fue capaz de encontrar la salida del laberinto del Minotauro del que era imposible escapar. Ariadna esperaba a su enamorado en la entrada del laberinto.

Para la princesa por alguna razón la encantadora joven le recordaba a Ariadna y por ello su incógnita acerca del origen de esta, al igual que algo dentro de sí, allá en su interior, ese mismo que contenía icor y sangre a la vez, un motivo demasiado poderoso, incluso aún más poderoso que su don divino le incitaba a propagar allí mismo en sus entrañas ese querer, esa necesidad de protección para con aquella desconocida, si, esa joven bella con evidente timidez le inspiraba ternura y ese sentimiento era igual de desconocido para la soberana que la misma Ari.

— No, su majestad. —Negó la joven. — Mi nombre es Ari por Andrómeda; la constelación.

— ¿Majestad? —lanzó una carcajada la princesa. — No me digas así. Mi nombre es Ira, puedes llamarme de esa forma, majestad es un término muy maduro y demandante.

— Su nombre es muy similar al mío: Ira/Ari, Ari/Ira. —expresó la joven enloquecidamente asombrada. —¡Vaya qué grata coincidencia!

— ¡Espléndido! —coincidió la princesa.

— ¡Muchísimo! —expresó con efusividad Ari, notándosele un brillo especial en sus pupilas.

— Ahora bien, dime, ¿Qué te trae por aquí? —indagó Ira, mirando insondable a aquella extraña y encantadora criatura.

— Traspasé sin querer un agujero de gusano cuando mi galaxia colisionó con la suya. —reveló la joven. — Me encuentro atrapada, por decirlo de alguna manera.

— ¿Cómo podría ayudarte? —preguntó Ira—¿Tienes alguna idea de cómo regresar?

— Aún no sé cómo volver y tampoco tengo donde quedarme mientras lo descubro. —dijo Ari mientras bajaba la mirada. — Me siento perdida en una tierra que desconozco.

— ¡Oye, tranquila! —dijo la princesa mientras dejaba el libro en el buró para tomarle la mano a Ari. —Por lo pronto lo segundo está solucionado; te puedes quedar aquí conmigo, quiero decir, con nosotros. Y lo primero, te prometo que haré lo posible por ayudarte a volver a casa.

Ari alzó la mirada para encontrarse con los ojos de Ira, aquellos segundos estuvieron repletos de eternidad, era como si la predestinación recreara con destreza sus intenciones. Un par de extrañas que por alguna razón más allá de los límites de la lógica, reconocían en la otra algo particularmente genuino y a la vez nuevo y extraordinario. Una muestra evidente de la existencia de amor a primera vista, aunque ninguna de las dos lo avizoró en ese momento. A partir de ese instante una brizna se tejió con destreza al interior de sus fibras orgánicas, allí justo en el pecho de cada una, a Ira en el lado izquierdo, mientras que a Ari en el derecho; en sus respectivos corazones.