Mi Guardaespaldas Un Amor *Prohibido*

Catherine había insistido que la cena se llevara a cabo en la mansión Beaufor. Una de las propiedades de Adrien Beaumont, que solía ser usada para impresionara a socios y pequeños inversionistas. Sería perfecta para que Valentina comprendiera el "valor" de aquel joven heredero. Todo estaba dispuesto: los ventanales iluminados con luces tenues doradas, la mesa larga cubierta por un mantel de lino y decorada con candelabros de plata, copa de cristal tallado que brillaban bajo la luz de las arañas colgantes.

Valentina, vestía un vestido negro elegante que contrastaba con su piel de porcelana, sentía la incomodidad treparle por cada rincón de su cuerpo. La sonrisa de Adrián, demasiado amplia, demasiado ensayada, observaba. Como si fuese suyo, como si la conversación de la noche no fuera más que un preludio de un contrato sellado por sus padres. A su lado, Gabriel se mantenía erguido, en un traje oscuro que se confundía entre las sombras. Era el centinela silencioso que nunca se apartaba de ella, aunque trataba de mantener las distancias, como si el contacto con Valentina fuera un riesgo que no debía permitirse.

-- Valentina. -- Dijo Adrien, alzando su copa. -- Celebro que por fin hayas aceptado mi invitación.Tu madre tenía razón: No hay mejor manera de honrar a tu padre que construyendo nuevas alianzas. --

Valentina bajó la mirada, girando la copa lentamente entre sus dedos. La mención de su padre le atravesó como una daga. Desde su muerte, todo intento de su madre por "acomodarla" en un compromiso se sentía como una traición, a la memoria del hombre que la había criado para ser fuerte independiente.

Gabriela observaba, inmóvil, pero sus ojos seguían cada gesto de Valentina: la rigidez de sus labios, el destello de su furia en sus pupilas, la manera en que su respiración se aceleraba. Sabía que aquella escena no era más que un juego peligroso. Los enemigos del padre de Valentina todavía acechaban, y cada reunión social podía ser una trampa disfrazada de cortesía.

Los primeros platos llegaron acompañado de un silencio incómodo. Adrien intentaba llenar el vacío con anécdotas sobre viajes y negocios, pero Valentina apenas respondía con monosílabos. Catherine, al otro extremo de la mesa, sonreía complacida, convencida de que todo se encaminaba según sus planes.

Justo cuando servían el segundo plato, las luces del salón titubearon. Un murmullo inquieto recorrió la mesa. Valentina sintió un nudo en el estómago. Gabriel, en cambio, reaccionó al instante: su mano fue a la cintura donde siempre llevaba un arma discreta bajo el saco.

Las puertas principales. Se abrieron de golpe, y un grupo de hombres encapuchados irrumpió en el salón. No eran ladrones improvisados. Sus movimientos eran precisos, su amenaza clara. Valentina reconoció el símbolo dorado de una de las chaquetas: el emblema de una de las familias rivales que habían intentado chantajear a su padre en vida.

Los gritos estallaron en la sala. los invitados corrieron, sillas volcaron. Haciéndose añicos contra el suelo. Adrien se levantó con un gesto de horror, pero lo siguiente que hizo él. Heló la sangre de Valentina. retrocedió hacia las sombras, escabulléndose por una puerta lateral, dejándola sola a su suerte.

El tiempo, para Valentina apareció detenerse quedó de pie, inmóvil mientras uno de los atacantes la señalaba directamente. -- ¡A la heredera! Rugió la voz del hombre.

Gabriel tan solo movimientos se interpuso. Su cuerpo se convirtió en una muralla frente a Valentina, sus manos firmes empuñaron la pistola. El estampido de los primeros disparos resonó como un trueno en el salón, seguido del eco metálico de las balas impactando contra paredes y candelabros.

-- ¡Agáchense! - Ordenó Gabriel, su voz más cortante que nunca.

Valentín obedeció, cubriéndose detrás de él mientras todo se desmoronaba a su alrededor. La furia había nacido en su interior, esa que había nacido con la muerte de su padre, ardía ahora con un fuego que le recorría la sangre. No quería ser una víctima. No quería que la tratasen como una pieza de negociación en un tablero de ajedrez que jamás había elegido.

Gabriel disparó con precisión, a los atacantes cayeron antes de que pudieran acercarse demasiado. El resto dudó un instante, pero se reagruparon, lanzándose de nuevo hacia Valentina, pero Gabriel los contuvo, retrocediendo poco a poco mientras buscaba una salida alternativa.

El caos absoluto. Los invitados que habían logrado escapar huían por los jardines, y los sirvientes escondían tras puertas cerradas. Catherine, pálida como la cera, gritaba el nombre de su hija, pero Gabriel sabía que no podía perder tiempo.

Con un rápido movimiento, tomó a valentina del brazo y la arrastró hacia una puerta lateral. Ella lo siguió sin protestar, con el corazón desbocado, los oídos zumbando por la adrenalina. atravesaron los pasillos oscuros, escaleras angostas, corredores alfombrados que parecían extenderse eternamente.

Los pasos de los atacantes resonaban tras ellos. Valentina, jadeante, miro de reojo. El rostro de Gabriel. La concentración en sus facciones, la tención de su mandíbula, la frialdad con la que evaluaba cada esquina y cada rincón... todo él transmitía control, aunque sus propios ojos reflejaban la tormenta.

Finalmente, alcanzaron una salida trasera que daba a los jardines. El aire fresco de la noche los envolvió como un golpe de libertad. Pero la paz duró apenas unos segundos: tres hombres aguardaban allí, bloqueando el camino.

Gabriel empujó a valentina tras de un seto y se lanzó al enfrentamiento. El combate fue brutal, cuerpo. A cuerpo, con el crujir de huesos y choque de cuchillos. Valentina, temblando, sintió la urgencia de hacer algo más que. Tomó una rama gruesa caída de un árbol cercano y, cuando uno de los atacantes logró derribar a Gabriel al suelo, lo golpeó con todas sus fuerzas. El hombre cayó aturdido, y Gabriel aprovechó, para neutralizarlo de un puñetazo seco.

El silencio volvió poco a poco, interrumpido solo por el jadeo de ambos. Gabriel se incorporó, sorprendido al verla con aquella improvisada arma en la mano, su respiración entrecortada y los ojos encendidos. -- No pienso ser un trofeo, para ellos. -- Dijo Valentina, voz firme.

Gabriel la miró un largo rato, como si sus palabras le hubieran atravesado una barrera que él mismo había erguido entre ambos.

Cuando por fin llegaron a un lugar seguro, una pequeña casa de huéspedes en los límites de la propiedad, la tención comenzó a dispararse. Valentina se dejó caer en el sillón aún con las manos temblorosas, mientras Gabriel se mantenía de pie, vigilando cada ventana.

-- Adrien huyó. -- murmuró Valentina, con una mezcla de desprecio y tristeza. -- Ni siquiera intentó ayudar. --