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"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

Status: En proceso
Genre:Reencarnación
Popularitas:2.6k
Nilai: 5
nombre de autor: LUZ PRISCILA

Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.

Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.

Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.

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Capitulo 11:

El día se extendía lento, como si cada hora pesara más que la anterior. La niña había llevado la caja a la biblioteca, donde el silencio solo era interrumpido por el crujir de las páginas y el tic-tac de un antiguo reloj de péndulo.

La colocó sobre la mesa y la observó con atención. El candado estaba hecho de metal oscuro, cubierto por pequeñas runas que parecían brillar débilmente bajo la luz de las lámparas. Había piezas móviles que se entrelazaban en formas geométricas, como si cada movimiento incorrecto pudiera sellar la caja para siempre.

—Esto no es un simple rompecabezas —murmuró, acariciando con cuidado los grabados—. Hay magia aquí… y lógica.

Pasaron los minutos, luego las horas. Sus pequeñas manos temblaban mientras giraba las piezas, probando combinaciones, observando cómo las runas reaccionaban al más mínimo cambio. Había momentos en los que el candado brillaba suavemente, como si estuviera cerca de la respuesta, pero enseguida se apagaba.

El cansancio comenzó a pesarle. Recordó, con un estremecimiento, las largas noches de su vida pasada, en las que luchaba contra exámenes, trabajos y responsabilidades sin tener a nadie que la apoyara. Siempre sola. Esa misma soledad la acompañaba ahora… o al menos, eso creía.

De pronto, una voz grave interrumpió su concentración.

—¿Aún no lo logras?

Levantó la vista. Su hermano mayor estaba en el marco de la puerta, observándola con su habitual seriedad.

—No necesito tu burla —replicó con calma, aunque en su interior ardía de frustración.

Él no respondió, solo caminó hacia la mesa y se inclinó para mirar la caja. Tras unos segundos, sus labios se curvaron apenas en una mueca irónica.

—No es cuestión de fuerza ni de prisa. Se trata de paciencia. —Luego, sin tocar nada, se giró hacia la salida—. Recuerda eso.

Y se fue.

Ella apretó los puños, pero en lugar de enfadarse, pensó en sus palabras. Paciencia.

Más tarde, apareció el segundo hermano, cargando un libro de aritmética. Se detuvo al verla aún batallando con la caja y frunció el ceño.

—Tu torpeza es exasperante —dijo con dureza. Sin embargo, dejó el libro sobre la mesa y lo abrió en una página marcada—. Aquí. Geometría de patrones. Si no entiendes la teoría, nunca abrirás esa cosa.

Ella parpadeó, sorprendida. Antes de que pudiera agradecerle, él ya había salido del salón, murmurando que no perdería más tiempo con “niñerías”.

Con una sonrisa débil, la niña acarició el libro. Sabía que, en su brusquedad, había una ayuda escondida.

El día se volvió noche. La mansión se sumía en silencio mientras ella, con los ojos cansados, analizaba los patrones una y otra vez. Y entonces lo entendió: las runas no eran solo símbolos mágicos, eran números disfrazados en formas antiguas. Con paciencia y la guía del libro, sus dedos comenzaron a mover las piezas en el orden correcto.

Un clic resonó en la habitación. El candado se abrió. La caja emitió un suave resplandor y, al abrirse, reveló un pequeño medallón con el emblema de la familia ducal: dos lunas entrelazadas.

Ella lo tomó con reverencia, sintiendo el peso del metal frío sobre sus manos pequeñas.

—Lo logré…

Al día siguiente, fue conducida de nuevo al despacho de su padre. El duque levantó la vista de sus documentos cuando la vio entrar, con la caja abierta en brazos y el medallón entre sus dedos.

—¿Lo conseguiste? —preguntó, aunque en sus ojos ya brillaba la respuesta.

Ella dio un paso al frente y, con voz firme, respondió:

—Sí, padre.

Por un instante, algo parecido a una sonrisa suavizó las facciones severas del duque. No fue alegría abierta, sino un destello sutil de orgullo.

—Bien. —Se recostó en su silla, cruzando los brazos—. Tal vez, después de todo, no seas el error que todos pensaban.

La niña bajó la cabeza, ocultando la lágrima que amenazaba con asomarse en sus ojos. Por primera vez, sintió que había dado un paso hacia un destino distinto, uno que podía construir con sus propias manos.

1
Omis Mendoza
vieja maldita sinvergüenza
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