Leda jamás imaginó que su luna de miel terminaría en una pesadilla.
Ella y su esposo Ángel caminaban por un sendero solitario en el bosque de Blacksire, riendo, tomados de la mano, cuando un gruñido profundo quebró la calma. Un hedor nauseabundo los envolvió. De pronto, el sendero desapareció; sólo quedaba la inmensidad oscura y una luna blanca, enorme, que parecía observarlos.
—¿Oíste eso? —susurró Leda, el corazón desbocado.
Ángel apretó su mano.
—Debe ser un animal. Vamos, no te asustes.
Pero el gruñido volvió, más cerca. El depredador jugaba con ellos, acechándolos. Un crujido a su derecha. Otro, detrás. Los gruñidos iban y venían, como si se burlara.
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EL.LAGO DEL ALFA parte 2
Leda nadaba furiosa, alejándose todo lo que podía de Ikki, deseando no verlo más. El agua estaba helada, pero la ira la mantenía caliente.
—¡Asqueroso! ¡Desquiciado! ¡loco! ¡Si Ángel me viera…! —susurraba entre dientes, tragando agua.
Entonces, el lago se quedó… silencioso. Ni grillos. Ni viento. Nada.
Un estremecimiento recorrió la espalda de Leda. Giró lentamente… y vio algo.
Una figura bajo la superficie. Cabello larguísimo y blanco como la espuma, ojos que brillaban en la penumbra, y una sonrisa… demasiado perfecta.
Antes de que pudiera gritar, unas manos frías como la muerte la tomaron del tobillo y la arrastraron hacia el fondo. Leda pataleó desesperada, pero la criatura tiraba de ella con fuerza inhumana. El agua la golpeaba, se tragaba sus gritos.
Cuando por fin la vio completa, Leda quiso morir:
una mujer bellísima, piel traslúcida, ojos azules como hielo… pero su boca tenía colmillos. Y su cola, cubierta de escamas negras, se movía como una serpiente.
—Ven conmigo, dulce humana… —la voz sonaba en su mente, como un eco suave—. Aquí no hay dolor… solo descanso…
Leda gritó, pero su garganta solo expulsó burbujas. Se hundía, la presión le quemaba los oídos. Los brazos de la sirena la rodearon, fríos, hipnóticos.
Sus ojos la atrajeron. Por un instante… Leda quiso rendirse. Acabar con todo.
Entonces, un rugido sacudió el agua. Un torbellino blanco descendió como un relámpago.
Ikki.
El alfa se hundió con la fuerza de un depredador. Sus ojos grises brillaban con furia, su mandíbula mostraba colmillos.
De un zarpazo, rasgó la carne de la sirena, que chilló con un sonido agudo y espeluznante. La criatura soltó a Leda, y la sangre oscureció el agua.
Ikki la atrapó por la cintura, empujándola hacia la superficie.
Leda emergió tosiendo, tragando aire como nunca. Temblaba, jadeaba, lloraba sin darse cuenta.
Ikki salió detrás, arrastrándola hasta la orilla. La dejó en la hierba y la miró con un gruñido bajo.
—¿Ahora entiendes? —su voz era grave, peligrosa—. ¿Entiendes que este no es tu mundo, Leda?
Ella lo miró, empapada, temblando. Los ojos del alfa ardían, no de deseo esta vez… de ira y protección.
—Aquí todo quiere matarte… o poseerte. Todo. Incluso yo.
Leda se cubrió el pecho con los brazos, hecha un ovillo.
—¿Qué… qué era eso? —susurró, con la voz quebrada.
Ikki se inclinó, su sombra la cubrió.
—Una Náyade Oscura. Criaturas que se alimentan de almas… y te quería a ti. Porque hueles a luna, Leda. A poder. A luz.
Ella tragó saliva, sintiendo que aún le faltaba el aire.
—¿Y… la mataste?, jadeante pregunto
Ikki desvió la mirada hacia el lago, donde el agua burbujeaba de forma antinatural.
—No. Volverá. Y vendrán más. Siempre vienen por lo que es mío.
Clavó sus ojos en ella, un destello salvaje, una promesa oscura.
—Por eso… no vuelvas a huir de mí, mujer.
Leda lo miró, el corazón desbocado, sin saber si gritar, llorar… o agradecerle.
Aprendia, cada día que ese mundo era más salvaje de lo que imaginaba