Lo Que Arde Entre Nosotros

-Capítulo 12-

La camioneta olía a pino, a polvo del camino… y a ellos.

A deseo reprimido por demasiado tiempo, a lo prohibido.

Abril estaba encima de él, sus rodillas a cada lado de sus caderas, sus dedos enredados en su camisa desabrochada. Elías la miraba como si fuese un secreto que no merecía, pero que no podía dejar de desear, sus manos grandes le recorrían la espalda, despacio, como si quisiera memorizarla.

—No deberíamos estar haciendo esto —susurró ella, jadeando, con los labios rozando los suyos.

—Y sin embargo —respondió él, bajando su boca por su cuello— acá estamos.

Elías la levantó un poco, ayudándola a acomodarse mejor sobre él, el cuero del asiento rechinó cuando sus caderas se encontraron y se movían activamente, un gemido escapó de Abril sin permiso.

—Cállate… —susurró, riendo, pero él la atrajo de nuevo hacia su boca.

—¿Por qué? Si me vuelves loco cuando hacés ese ruido.

Sus manos bajaron por debajo de su blusa, ella ya ni intentaba fingir que tenía el control, el calor entre ellos era tan brutal como tierno, como si cada roce tuviera la urgencia de una despedida y la dulzura de una bienvenida.

Las caricias bruscas, los roces constantes y los besos apasionantes hasta el punto de quedarse sin aire, despertaron un recuerdo escondido.

Un recuerdo lleno de deseo prohibido

La primera vez…

Ella tenía diecinueve.

El día que se graduó del colegio secundario.

Su madre organizó una cena, había música, familia, amigos, y al final de la noche, ella había bebido un poco más de la cuenta, subió a su habitación con los tacones en la mano y la cabeza liviana.

Algunos familiares seguían festejando a su nombre, mientras ella escapaba a su habitación en el piso de arriba. Se encontró con Elías que salía del baño, Abril sonrió dulcemente y lo abrazó con un cariño inesperado.

El hombre no hizo nada, pero cuando la joven levantó la mirada, el olor a alcohol llegó inmediatamente, así que se rió de la situación y acarició su cabello con delicadeza, mirándola con intensidad y cariño.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—No quiero que te vayas —le respondió ella.

Y no se fue.

Me cargo a mi habitación como una princesa, sentí el calor de su cuerpo y me aferré a él, cuando me dejó en la cama, atrape su cuello y le di un tierno beso, cargado de todos los sentimientos que retenía.

Lo que desató un apasionante encuentro que escaló rápidamente a algo mas que solo besos y caricias. Fue lento, torpe, cargado de suspiros que se mezclaban con el miedo.

Pero también fue el inicio de todo.

......................

—¿En qué piensás? —preguntó Elías, ahora con la frente apoyada contra la de ella, mientras sus cuerpos todavía se entrelazaban.

—En la primera vez —susurró Abril.

Él sonrió, pero sus ojos se nublaron un segundo.

—Nunca pude olvidarla, nunca quise.

—Yo tampoco.

Y volvieron a besarse, esta vez más lento, como si no quisieran que terminara, como si supieran que cada instante juntos podría ser el último.

La camioneta seguía ahí.

El mundo también.

Pero por un rato, no existía nada más.

Solo el temblor en sus cuerpos.

Solo la confesión que sus cuerpos se hacían sin palabras:

“Sigo siendo tuya, aunque no deba”