Olvidada por su familia, utilizada por el imperio y traicionada por aquellos en quienes más confiaba… así terminó la vida de Liliane, la hija ignorada del duque.
Amada en silencio por un príncipe que nunca llegó a tiempo, y asesinada por el hombre a quien había ayudado a coronar emperador junto a su amante rival, Seraphine.
Pero el destino le ofrece una segunda oportunidad.
Liliane renace en el mismo mundo que la vio caer, conservando los recuerdos de su trágica primera vida. Esta vez, no será una pieza en el tablero… será quien mueva las fichas.
Mientras el segundo príncipe intenta acercarse de nuevo y Seraphine teje sus planes desde las sombras, un inesperado aliado aparece: el primer príncipe, quien oculta un amor y un pasado que podrían cambiarlo todo.
Entre secretos, conspiraciones y promesas rotas, Liliane luchará no solo por su vida, sino por decidir si el amor merece otra oportunidad… o si la venganza es el verdadero camino hacia su libertad.
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Capítulo 12: Bajo la luna del engaño
Las paredes del palacio respiraban una calma inquietante. Tras el intento fallido de Seraphine y la creciente tensión en la corte, Liliane sabía que no podía quedarse quieta. Las piezas se movían en silencio, y era hora de tomar la delantera.
Una carta llegó sin sello ni firma. Pero el contenido era claro:
“El informante que conocía el verdadero origen del tratado imperial aún vive. Está en el Bastión de Ceniza, al sur del imperio. Irás conmigo. Adrian.”
Liliane no sabía cómo Adrian avía encontrado esa información, pero ella confiaba plenamente en el e iba descubrir la verdad de todo junto a la persona que más confiaba.
El crepúsculo se alzaba sobre el palacio como un telón de terciopelo oscuro, cubriendo los secretos que se tejían entre los muros de mármol. Liliane descendió las escaleras del ala norte vestida con ropas de viaje, el corazón latiéndole con fuerza. Iba sola… o al menos, eso parecía.
En las caballerizas privadas la esperaba él: Adrian, el primer príncipe, cubierto por una capa negra y el mismo misterio que lo envolvía desde su regreso.
Adrian (con voz baja y seria):
—¿Estás lista?
Liliane (mirándolo directamente):
—Desde antes de morir.
Montaron juntos en la misma montura y cabalgaron bajo la protección de la noche. El destino era una antigua torre de vigilancia en los límites del territorio imperial, donde, según información recuperada por Liliane, se ocultaban pruebas del primer atentado en su contra… y quizás de otros pecados imperiales.
El silencio entre ellos era denso pero cómodo. Se entendían sin necesidad de palabras
Horas después, llegaron al lugar: una torre solitaria, vencida por el tiempo. Dentro, los ecos parecían susurrar conspiraciones antiguas. Buscaron entre estantes, papeles, libros y mapas… hasta que Liliane encontró una caja de hierro con el sello de la emperatriz madre.
Dentro, había documentos marcados como clasificados. Uno de ellos era una copia de su verdadero registro de nacimiento… con el nombre “Lirae de Vellmont”.
Liliane (aturdida):
—No soy solo la hija ignorada del duque… soy hija de Elenora. La emperatriz madre.
Adrian (acercándose lentamente):
—Entonces ahora entiendo por qué Seraphine quiso borrarte del mapa. No por celos. Por miedo.
Ella lo miró. Sus ojos brillaban con la rabia contenida de una vida robada.
Liliane (murmurando):
—Me arrebataron todo. Mi nombre. Mi madre. Mi corona.
Adrian se acercó aún más, sin apartar la mirada.
Adrian:
—Pero no podrán arrebatarte otra vez… no mientras yo esté contigo.
Ella apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando sus labios se encontraron.
El beso fue lento, lleno de una emoción antigua, un eco de otra vida que aún palpitaba en sus cuerpos. Como si se hubieran buscado a través del tiempo, la pasión contenida estalló.
Sobre la alfombra polvorienta de la torre olvidada, entre libros prohibidos y secretos imperiales, los dos se entregaron el uno al otro. No fue solo deseo: fue desahogo, redención, una noche de fuego que les pertenecía solo a ellos.
Las manos de Adrian temblaban cuando recorrieron la piel de Liliane. Ella susurraba su nombre como si fuera una oración prohibida. Y en medio de sus caricias, el mundo se detuvo. Por una vez, no fueron príncipes, ni piezas de un juego sangriento. Solo dos almas rotas, encontrándose.
La mañana llegó sin piedad.
Liliane se despertó entre los brazos de Adrian, con el corazón lleno de emociones contradictorias. Aferrada a su pecho, supo que esa noche cambiaría el curso de su historia.
Liliane (en voz baja):
—Si esto es una traición… que valga la pena.
Sin que ellos lo supieran, a lo lejos, entre las sombras del bosque, un par de ojos los observaban desde un risco.
Aiden.
Él había seguido el rastro, creyendo que Liliane huía de nuevo del peligro. Pero al verla en brazos de su hermano mayor, desnudos entre los restos de una torre imperial… algo dentro de él se quebró.
Aiden (pensando con rabia y decepción):
—¿Él? ¿Después de todo lo que me dijiste…?
Cerró los puños y desapareció en la maleza, llevando consigo la semilla de un nuevo conflicto.
Esa tarde, de regreso en el palacio, Liliane se detuvo frente al espejo.
Liliane (mirándose a los ojos):
—Soy Lirae. Hija del trono. Amante del heredero exiliado.
Y esta vez… el imperio no me olvidará.