Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.
Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.
Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.
Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?
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Capítulo 20 – Culpable
Sukuna, aún de pie en medio de los restos de lo que una vez fue Shibuya, observó en silencio el paisaje carbonizado, los edificios en ruinas, las calles agrietadas… y los cuerpos.
Una leve risa escapó de su garganta.
—Bueno, mocoso... aprieta bien los dientes al despertar.
Y con esa última burla, Sukuna cedió.
Victor abrió los ojos.
Su cuerpo temblaba.
Sus pupilas se contrajeron ante la devastación.
Todo a su alrededor estaba destruido.
Edificios partidos a la mitad.
Trenes volcados.
El cielo aún teñido de rojo por el fuego maldito.
Y lo peor… los cuerpos. Algunos de maldiciones, otros humanos. Demasiados. Demasiado daño.
Victor cayó de rodillas.
El impacto contra el suelo roto fue seco. No sintió dolor al principio. Su mente no procesaba nada… hasta que su estómago se revolvió.
Vomita.
Con fuerza, una, dos, tres veces, hasta que no quedó nada más que aire y lágrimas en su garganta.
Sus manos tocaron el suelo.
Ceniza. Sangre. Piedra caliente.
Y comenzó a arrastrarlas, como si con eso pudiera borrar lo que había hecho, como si pudiera arrancarse la piel manchada por la energía maldita.
—¡Yo…!
**—Yo debería morir… —**susurró, con la voz rota.
—¡Yo debería haber muerto ese día! ¡MÁTENME! ¡¿ALGUIEN?!
—¡MÁTENME YA!
Sus gritos se perdían en la noche.
No había respuesta.
Solo ecos.
Su respiración se volvió inestable. El dolor en sus manos aumentaba, piel arrancada, sangre escurriendo entre las grietas del suelo.
Pero no se detenía.
Seguía arrastrando las manos.
Castigándose.
Las imágenes del combate contra Mahoraga inundaban su mente. La brutalidad. La destrucción. La risa de Sukuna.
Todo se repetía.
Hasta que escuchó pasos.
Alguien se acercaba.
Yuji Itadori.
Lo miraba desde unos metros de distancia, inmóvil, en silencio. Con el rostro cubierto de sudor y ojos abiertos por el horror.
Victor alzó la mirada.
Sus ojos, llenos de lágrimas, se encontraron con los de Yuji.
—Fui yo… —dijo en un susurro roto—. Todo esto… lo hice yo.
Yuji se acercó lentamente. Su propio cuerpo temblaba.
—¿Cuántos… cuántos dedos… has comido…?
Victor no respondió.
—Cinco… ¿cierto? —dijo Yuji con voz apagada—. Solo cinco. Y ya puede hacer todo esto…
Victor bajó la cabeza.
—No quiero esto…
—No pedí ser él…
Yuji se arrodilló frente a él, mirándolo con una mezcla de miedo, compasión y… comprensión.
—Lo sé.
Ambos se quedaron en silencio. Dos recipientes malditos, unidos por la desgracia, sentados entre los restos de una ciudad caída.
Pero desde las sombras… alguien más los observaba.
Kenjaku.
Apretó los dientes con una sonrisa torcida.
—Sigue rompiéndote, Victor…
Pronto ya no habrá nadie dentro que detenga al rey.
CAPÍTULO VEINTE – CULPABLE (Parte 2)
Victor respiraba agitadamente. Su cuerpo temblaba, no solo por el dolor físico… sino por la carga.
El peso del pecado.
El peso de Sukuna.
Yuji aún lo miraba, esperando una respuesta. Esperando… algo que le diera sentido a todo lo que acababa de presenciar.
Pero lo que Victor dijo, solo hizo que el mundo se volviera aún más oscuro.
—Quedé inconsciente… —murmuró Victor, bajando la mirada hacia sus manos ensangrentadas—. Cuando peleaba… cuando esa maldita pelea comenzó…
Su voz se quebraba.
—No estaba en control. Me obligaron. Me forzaron a… a comerlos…
Yuji frunció el ceño.
—¿Los dedos?
Victor asintió lentamente.
—Diez… me dieron diez más mientras estaba inconsciente.
Ahora… tengo quince en total.
El silencio se volvió más denso.
Las palabras parecían no tener eco en la realidad.
Yuji retrocedió medio paso, sus ojos muy abiertos.
—Quince… —susurró—. Entonces… eso significa…
—Que está más cerca que nunca —interrumpió Victor con un tono seco y asustado a la vez—. De tomarme por completo.
Yuji sintió cómo se le helaban las piernas.
Victor cayó de espaldas al suelo, mirando el cielo nocturno cubierto por el humo y las nubes partidas por sus propios cortes.
Lloraba en silencio.
—No quiero esto.
—No quería… esto. Solo era un chico normal.
—Un maldito estudiante… fan de un anime que resultó ser real. Y ahora soy el recipiente de la peor maldición del mundo.
Yuji cerró los puños.
—¡Entonces lucha!
—¡Victor, tienes que pelear contra él! Yo también lo hago. Cada maldito día…
Victor giró apenas el rostro hacia él, con los ojos rojos y húmedos.
—¿Y si no puedo…? ¿Y si cuando despierte la próxima vez ya no soy yo?
Yuji no supo qué responder.
Pero ambos sabían que el tiempo se agotaba.
Desde lejos, se escucharon explosiones. Maldiciones aún activas, caos que no se detenía.
Y a lo lejos… una figura caminaba lentamente entre las sombras. Satoru Gojo, atrapado en el Reino de la Prisión.
Su sello aún activo.
Kenjaku los observaba todo desde lo alto.
Y detrás de él, Jogo, Hanami y otras maldiciones esperaban su momento.
—Ya está listo —dijo Kenjaku, satisfecho—. Ahora solo queda ver cuánto tarda en romperse del todo.
Victor cerró los ojos.
—Sukuna…
¿Qué eres realmente?
Y en su mente, una voz rió.
—Tu verdadero yo.
CAPÍTULO VEINTE – CULPABLE (Parte 3)
Victor se levantó tambaleante. Su cuerpo aún estaba herido, pero la determinación en su mirada se afiló como una hoja recién forjada. La desesperación seguía presente… pero ahora se mezclaba con propósito.
—Yuki… —dijo, con voz rasposa—. Debemos ir por Megumi.
Yuki Tsukumo, quien había llegado poco antes junto a Yuji para intentar calmar la situación, parpadeó al escuchar su nombre. Aún mantenía una postura defensiva, lista para intervenir si Sukuna volvía a manifestarse.
—¿Megumi? ¿Qué hay con él? —preguntó con seriedad.
Victor se sostuvo la cabeza, respirando hondo, tratando de mantener la conciencia estable.
—Él… está en el subterráneo… muy abajo. Fue gravemente herido antes de que yo perdiera el control. Invocó a Mahoraga… ¡Sukuna peleó contra él! ¡Lo hirió gravemente!
Yuki abrió los ojos de par en par.
—¿Mahoraga? ¡¿Estás diciendo que Megumi usó el ritual de exorcismo de los Diez Sombras?!
—Sí… —asintió Victor, con los ojos desbordados de rabia y culpa—. ¡Y todo fue por mi culpa!
Yuji dio un paso al frente, asintiendo con firmeza.
—Entonces vamos por él. ¡No hay tiempo que perder!
Yuki asintió y activó su técnica maldita, impulsando su cuerpo en dirección al subterráneo. Victor y Yuji corrieron tras ella, descendiendo por las ruinas de la estación de Shibuya, ahora convertida en un laberinto infernal de escombros, cadáveres y energía maldita residual.
Los pasillos estaban oscurecidos, las paredes rotas, y los ecos de la batalla aún resonaban como fantasmas del pasado reciente.
—Megumi… —susurró Victor—. Por favor… aguanta.
Descendieron más profundo. El aire era pesado, denso, como si el mismo infierno les respirara en la nuca. Finalmente, tras un giro entre túneles derrumbados y sangre seca en las paredes, lo vieron.
Megumi Fushiguro.
Tendido en el suelo, inconsciente. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, su rostro pálido y apenas reconocible. Su shikigami Mahoraga ya había desaparecido.
Victor cayó de rodillas a su lado.
—¡Megumi! ¡Megumi, despierta!
Yuki se acercó con rapidez, revisando sus signos vitales.
—Está vivo… pero apenas. Necesitamos sacarlo de aquí ahora. Si Sukuna toma el control otra vez, y lo ve en este estado…
Victor apretó los dientes.
—No dejaré que vuelva a salir. No otra vez.
En ese momento, un rugido estremeció los túneles.
Una nueva maldición se acercaba. Una gigantesca forma deformada que crepitaba con odio puro. Un residuo de energía maldita liberado por el Relicario Demoníaco de Sukuna… una bestia que no tenía consciencia, solo la orden de destruir.
Yuji se adelantó, los ojos ardiendo con decisión.
—¡Victor, saca a Megumi de aquí! ¡Yuki y yo nos encargamos!
Victor dudó.
—¡No! ¡Yo también voy a pelear!
Yuki lo miró directo a los ojos.
—¡No puedes arriesgarte ahora! ¡Tú eres la clave! Si caes inconsciente otra vez, él volverá.
Victor se quedó en silencio… y luego, con lágrimas que no podía detener, cargó a Megumi y corrió de regreso, subiendo por los túneles.
Y mientras lo hacía, solo podía pensar en una cosa:
“No puedo ser débil. No ahora. No cuando todos dependen de mí.”