Nací dentro de una familia con bastante poder y recursos que por culpa mía, terminaron por perderse o cediendo a otros.
Terminé en la cárcel por fraude e intento de asesinato, extorsión y amenaza premeditado hacia la única persona que creyó en mí. Sola en mi celda pagando por mis pecados y errores, en plena oscuridad y un silencio mortal e incesante, sentí una punzada en el abdomen y la sensación de que me había mojado la camiseta, pronto percibí el olor de la sangre y pese a lo oscuro que estaba vi a través de los rayos de la luz de la luna llena que entraban por los barrotes de la ventana que daba afuera, la sangre que brotaba de mi interior, mis manos se mancharon de sangre enseguida y en ese momento de desesperación una voz retumbó en las paredes de mi celda.
"Tu destino será morir a menos de que cambies tu rumbo..."
Rogué y supliqué por cambiarlo y luego de eso la oscuridad invadió mi campo visual y supe que había llegado mi hora.
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Capítulo 12: Mi obsesión, mi pasado
EINAR
Aila habló sin temblar, sin titubear. Habló con una seguridad que me dejó sin palabras.
Sus palabras no temblaron, y sus ojos cafés—que antes evitaba mirar por orgullo, por prejuicio, por culpa— ahora se clavaron en mí con una mezcla de determinación y urgencia.
La urgencia de quien sabe que el tiempo puede jugar en contra si no se actuaba con inteligencia. Me explicó que había visto a Alicia. La mención de ese nombre fue como recibir una apuñalada sin filo, fue más emocional que física.
Y, sin embargo, creí en la palabra de Aila. No dudé. No pregunté.
No porque no tuviera razones para hacerlo, sino porque la voz que salía de su garganta no era la de la muchacha que conocí en el pasado. Era la de una mujer que renació.
Me levanté de mi escritorio, la miré de frente, y cuando estaba por preguntarle sí estaba segura, la puerta se abrió.
Ella entró.
Alicia.
Sus ojos verdes centellaban como si fuera la primera vez que me veía. Su sonrisa dulce, inocente... peligrosa. Para ella y para mí.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
Y ahí estaban las dos.
Mi pasado y mi presente.
Mi obsesión y mi redención.
Aila no se movió. Tampoco retrocedió. La tensión entre los tres en la misma habitación era una sensación palpable que hasta el silencio parecía contener la respiración.
—Duque de Hess—Dijo Alicia con una voz que parecía tejida con hilos de nostalgia—, lamento no haber avisado.
Quise responder, pero algo en mí se quebró. No era deseo. No era culpa. Era una confrontación interna. Me vi a mí mismo años atrás: un hombre perdido, cegado por una imagen idealizada de una mujer que nunca fue mía, que nunca me correspondió, que solo fue un escape de la miseria emocional en la que vivía.
Sentí la mirada de reojo de Aila, esperando con una calma forzada.
Y en ese momento me di cuenta.
Me di cuenta de que si no tomaba una decisión clara, ahora, frente a las dos, me arriesgaba a repetir un error fatal.
—Alicia, gusto verte—Dije con una frialdad controlada, mirando solo lo necesario—, pero tengo asuntos importantes que discutir con mi prometida.
La palabra "prometida" flotando en el aire como un puente que me alejaba de un pasado oscuro y me acercaba, aunque con miedo, a un futuro distinto.
Alicia ladeó la cabeza, sorprendida. Vi su expresión descomponerse en un instante. Luego de eso sonrió de nuevo, como si nada pasara. Pero no era así. Claro que algo pasaba. Alicia lo sabía. Aila lo sabía y yo también.
Aila dio un paso hacia a mí.
—Gracias, Einar—Susurró, apenas la oí.
Fue una palabra sencilla. Pero por primera vez, sentí que la confianza de alguien no era un peso, sino una luz.
Me quedé mirando a la mujer que, sin saberlo, me estaba enseñando a vivir otra vez.
Y entendí que no solo ella había renacido.
Quizá yo también tenía derecho a hacerlo.
Sentí ese temblor en las manos. El viejo yo, esa parte rota e irracional, asomó en el fondo de mi mente. La obsesión, la necesidad de poseer, proteger, de salvar... estaba ahí, viva, acechando.
Y al mismo tiempo, vi a Aila. De pie a mi lado, como un ancla.
No dijo nada. Pero su presencia fue suficiente. Su sola mirada me sostuvo.
Alicia se quedó en silencio. Nos observó a ambos, perpleja. Supuse que esperaba... algo más. Otra reacción, otra versión de mí.
Pero no le di ese gusto.
La vi dar un paso atrás. Y otro. Luego se marchó sin decir nada. Cuando cerró la puerta, la habitación pareció exhalar con nosotros.
—Gracias—le dije a Aila, en voz baja—. Por venir. Por advertirme.
Ella asintió, sin decir nada.
Y ese silencio compartido, sabía que luego esto ya no éramos los mismos.