Hace años, Ilán le mintió a su exmarido, Damon, diciéndole que el bebé que había dado a luz había muerto. Lo hizo por la profunda decepción que sentía hacia él, quien lo había abandonado en el momento más vulnerable, cuando estaba a punto de dar a luz.
Ahora, Ilán se ve obligado a enfrentarse nuevamente a Damon, ya que su hijo/a necesita desesperadamente un donante de médula ósea.
¿Cómo reaccionará Damon al descubrir que su hijo/a sigue vivo y está gravemente enfermo debido a la enfermedad que padece?
—Cásate conmigo otra vez, Ilán —dijo Damon, su voz impregnada de autoridad, mientras las feromonas alfa llenaban la habitación, abrumando a Ilán con una mezcla de tensión y deseo reprimido.
—Acepto... —respondió Ilán, conteniendo la respuesta instintiva de su cuerpo al poder que emanaba Damon—, pero después de que quede embarazado y dé a luz, nos separaremos.
El aire cargado de feromonas hizo que la atmósfera se volviera insoportable, incrementando la tensión entre ambos...
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12
Ilán dejó escapar una risa amarga y triste, una carcajada que resonó con desdén y rabia, mientras su mirada se clavaba en Damon con un odio palpable, sus feromonas cargadas de resentimiento invadiendo el aire.
—Hablas como si yo fuera el único cruel aquí, como si separar a Gio de ti fuera lo peor que pude haber hecho —sus palabras estaban cargadas de rabia y tristeza—. Pero lo que tú hiciste fue mil veces peor, Damon. ¡Tú fuiste el responsable de que uno de nuestros bebés muriera! —Ilán le escupió esas palabras con el corazón destrozado, recordando el dolor que había soportado.
La habitación se llenó de una tensión insoportable. Las feromonas de ambos, furiosas y caóticas, se entrelazaban en un combate invisible, cargando el ambiente con una mezcla de tristeza, culpa y rencor. Damon sintió cómo el peso de esas palabras lo aplastaba, haciéndole recordar cada error que había cometido en el pasado.
—Ni siquiera querías a nuestros hijos desde que estaban en mi vientre —continuó Ilán, su voz temblando por la rabia acumulada y sus ojos llorosos—. Dudaste de que fueran tuyos, ni siquiera te importaba saber cómo estaba el embarazo. Nunca me acompañaste al médico. ¡Ni siquiera preguntabas por mí!
Las palabras de Ilán eran como cuchillos que se clavaban en Damon, hiriendo su orgullo y su corazón. Él sabía que había cometido errores, graves errores. Pero escuchar el dolor de Ilán, su desprecio, hacía que cada uno de esos errores cobrara vida de nuevo.
—Y ahora, si no fuera porque Gio necesita tu maldita médula ósea, ni siquiera me molestaría en buscarte. Porque no quiero que mi hijo conozca a un bastardo como tú —Ilán escupió las palabras con tal odio que las feromonas de Damon se descontrolaron por un momento, su alfa interior luchando por contener la ira que burbujeaba bajo su piel.
—¡Tú...! —Damon apretó los puños con fuerza, su cuerpo temblando mientras intentaba contener la furia. Las feromonas de ambos seguían chocando en el aire, mezclándose en una tormenta de emociones intensas.
No podía creer lo que estaba escuchando. Sabía que había fallado en el pasado, pero Ilán no parecía dispuesto a dejar que se redimiera. A pesar de que Damon había cargado con su propia culpa durante años, Ilán lo seguía viendo como el único culpable, sin reconocer todo lo que él también había sufrido.
Ilán lo miró con desafío, sus ojos encendidos con una mezcla de dolor y odio.
—¿Qué pasa, Damon? ¿Quieres empujarme otra vez como lo hiciste antes? —lo desafió, recordándole aquel momento del pasado en el que su relación había llegado al límite.
Damon cerró los ojos un momento, respirando profundamente para no perder el control. Sabía que si dejaba que la rabia lo dominara, todo empeoraría. Necesitaba mantener la calma. Necesitaba saber qué había pasado con su hijo.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó, su voz tensa pero controlada—. Quiero verlo.
—Gio está en el hospital —respondió Ilán, su tono frío, pero las feromonas de desesperación aún persistían a su alrededor.
—¿Qué? —Damon sintió que el suelo se le movía bajo los pies—. ¡Entonces llévame a verlo ahora mismo! —exigió, dando un paso hacia la puerta con urgencia.
Ilán lo detuvo, agarrando su brazo con fuerza. Sus ojos se encontraron, y por un momento, todo el rencor y la furia desaparecieron, dejando solo el dolor.
—Espera —dijo Ilán, su voz más suave pero aún firme—. ¿Estás dispuesto a ser el donante? Antes de que lo conozcas... necesito saber si estás dispuesto.
Damon lo miró directamente a los ojos, sin dudar.
—¿Por qué sigues preguntándolo? —respondió, sus feromonas emitiendo una mezcla de sinceridad y resolución—. Daré mi médula, daré mi vida si es necesario.
Thump.
Ilán sintió cómo su corazón se detenía por un segundo. La intensidad en los ojos de Damon, la honestidad de sus palabras, lo hicieron dudar de todo el odio que había acumulado durante los años. Buscó alguna señal de mentira en los ojos de Damon, pero lo único que encontró fue verdad.
—Entonces, ¿qué esperas? —dijo Damon, haciendo un gesto para que Ilán lo guiara hacia el hospital—. Llévame con él.
Sin decir más, Ilán salió de la oficina, seguido de cerca por Damon, ambos en silencio, pero las feromonas que emitían hablaban de la urgencia y el peso de todo lo que no se decía.
El trayecto al hospital fue rápido, aunque para Damon, cada segundo era una eternidad. Sus pensamientos giraban en torno a Gio, su hijo. Un hijo que nunca había conocido, que no sabía que existía, y que ahora estaba en peligro.
Después de veinte minutos, el auto se detuvo frente al hospital, y ambos bajaron en silencio, sus pasos apurados los llevaron hasta la habitación donde Gio estaba internado. Ilán abrió la puerta, permitiendo que Damon pasara primero.
—Él es Gio, nuestro hijo... —dijo Ilán en voz baja, mientras Damon se acercaba al niño que yacía en la cama.
El corazón de Damon se detuvo al ver al pequeño. Su pecho se apretó con una mezcla de emociones imposibles de describir. Gio era una mezcla perfecta de ambos; su rostro era una combinación de las facciones de Ilán y las suyas. Yacía ahí, dormido, ajeno a todo el caos que lo rodeaba, luchando silenciosamente contra su enfermedad.
Damon se acercó lentamente, como si temiera romper ese momento. Sus feromonas, antes tan agitadas, ahora emitían una calma protectora, un juramento silencioso de cuidado y amor.
—Papá va a cuidarte, pequeño —susurró Damon, inclinándose para besar suavemente la frente de Gio. Sus palabras, aunque apenas un murmullo, resonaron en el alma de Ilán, quien observaba desde la puerta, mordiéndose los labios para no romper en llanto.
Finalmente, todo tenía sentido. Los sueños que Damon había tenido, en los que su hija perdida parecía intentar decirle algo. Ahora entendía que esos sueños eran un aviso, un llamado desesperado desde el otro lado, alertándolo sobre la existencia de Gio, sobre su lucha silenciosa.
—Voy a protegerte, hijo... —murmuró Damon, con los ojos llenos de lágrimas, prometiendo que haría todo lo que estuviera en su poder para salvar a su hijo.
Ilán no pudo soportarlo más. Las emociones lo abrumaron, y antes de que Damon pudiera verlo llorar, salió de la habitación, buscando refugio en el pasillo del hospital. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras el peso de todo lo que había ocurrido le caía encima.
Unos minutos después, Damon lo alcanzó en el pasillo, y sin decir una palabra, ambos caminaron juntos hacia el despacho del doctor para realizar las pruebas de compatibilidad, dejando a Gio en manos de su cuidadora.
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