¿Morir por amor? Miranda quiere salvar la vida de Emilio, su mejor amigo. Pero un enemigo del pasado reaparece para hacerla sufrir por completo. ¿Cómo debe ser la vida cuando estás a punto de perderlo todo? ¿Por qué a veces las cosas no son como uno desea? ¿Puede haber amor en tiempos de angustia? Miranda deberá elegir entre salvar a Emilio o salvarse a ella. INEFABLE es el libro tres de la historia titulada ¡Pídeme que te olvide!
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QUE TE LASTIMEN
...Días después......
*Miranda*
—¿Cómo has estado hija? —su voz me transmite una tranquilidad profunda.
—Me siento bien, un poco estresada, pero casi bien en todo.
—¿Estresada?
—Un poco. No lo puedo negar.
La taza de té era necesaria, estaba haciendo mucho viento y estar sentados en la terraza sobre las sillas de herrería me trajo recuerdos. ¿Cómo fue que la confianza creció entre nosotros? ¡El tiempo se había encargado de ello!
—Veo que no has dormido bien, tienes ojeras rodeando tus ojos.
—Me he estado desvelando mucho.
—¿Sigues cuidando de Emilio? —me miro directamente a los ojos.
—Sí. Aún sigo cuidando de él.
—¿Cómo está? ¿Salió del hospital?
—Sí. Lo dieron de alta hace dos días.
Dio un sorbo a su taza de café.
—Es una lástima lo que le pasó. ¿Sabes si volverá a jugar pronto?
¿Qué pasa cuando no dices la verdad? Es obvio que las cosas siempre se van a la fregada.
—No, el doctor le dijo que debe esperar varios meses para que pueda recuperarse del todo.
—¡Oh! No me digas eso. Canijas desgracias, eso y las enfermedades no se le desean a nadie. Tu amigo ha de estar sufriendo mucho, aquella vez que lo lleve a visitarte a San Francisco pude notar porque es que tú y él son buenos amigos.
Sus palabras me sorprendieron.
—¿Qué pudo notar de Emilio?
—Pues que es un joven muy cortes, amigable, amable y sobre todo, es muy sincero. Desde el primer momento en que hablamos, el tono de su voz y la forma despreocupada de hablar, me demostró que él es alguien en quien vale la pena depositar la confianza.
Las palabras de mi abuelito me hicieron pensar un poco en todos los años pasados. Asentí, bebí un poco de té. Realmente Emilio sí inspiraba confianza, pero yo... Yo le había estado ocultando cosas para intentar protegerlo.
—Lo sé abuelito. Y por eso es que vine a verlo. Yo necesito que...
Me quedo callada, el vapor del té me hacía sentir un poco temerosa de pedir consejos. ¡Nunca antes me había sentado frente al abuelo para pedir consejos intensos!
—¿Qué pasa? ¿Ocurre algo grave hija?
La piel de sus manos estaba arrugada, su camisa blanca tenía botones negros y esta vez pude notar que el abuelo había envejecido más. ¿Por qué tener que envejecer?
—Sí, la verdad es que sí. Hay algo que está sucediendo en estos días y necesito que usted me instruya para poder solucionar algunos problemas.
Sus cejas se arquearon de forma curiosa.
—¿De qué se trata?
—Tengo un enemigo desde la época en la que yo iba a la secundaria.
—¿Qué clase de enemigo es?
—¿Apoco hay clasificaciones de enemigos?
—Sí, los enemigos suelen ser clasificados de acuerdo a la intensidad de sus acciones para con nosotros. ¡Ya sabes hija! Existe el odio, pero no siempre se demuestra con la misma intensidad para todas las personas. No podemos tratar a todos de la misma forma si su trato es variado.
Sus palabras me hicieron meditar un poco. El té se me estaba acabando y dejé escapar un suspiro.
—¿Alguna vez usted tuvo un enemigo?
—Por supuesto. ¡Todos siempre tendremos a alguien o a algo que nos haga sentir odio!
—¿Y quién fue la causa de su odio?
Mi abuelo trató de esconderse detrás de su taza de café, sus manos sostenían con firmeza y sus labios acariciaron la porcelana blanca.
—Tu abuelo materno. ¡Él fue mi enemigo!
—¿De verdad?
—Sí, él y yo fuimos enemigos por muchos años.
—¿Y por qué?
En su rostro apareció una sonrisa tenue, tenía rastros de viveza y algo de nostalgia. Recordar es volver a vivir aquello que la mente es capaz de querer olvidar.
—Porque a veces los seres humanos estamos demasiado llenos de envidia y coraje. Más que nada, yo siempre tuve envidia de ese tipo porque le estaba yendo demasiado bien en sus negocios. ¡Tanto es así que hoy en día tú eres más poderosa que yo mismo!
—¿El dinero...?
—Más bien, en todos los sentidos le tenía envidia. Él solía ser más joven que yo, mucho más atractivo que yo y tenía una familia aparentemente estable. Mientras él estaba fundando su imperio con el grupo Coryo, yo apenas estaba construyendo mi primer casa, esta casa.
—¿Usted quería ser como él?
—No. Yo quería ser mejor que él, deseaba con todo mi corazón tener más posesiones que ese hombre y la envidia me hizo olvidarme de los buenos sentimientos que había en mi corazón.
—¿Mi otro abuelo sabía que usted...?
—Sí, él sabía todo y era muy evidente la tensión que existía entre nosotros. En los eventos sociales, en las obras de caridad, en las inversiones... bueno, todo siempre fue una competencia que yo mismo provoqué sin necesidad alguna.
—¿Y alguna vez trataron de arreglar las cosas?
Se quedó callado, miraba al frente y seguro, estaba meditando en sus sentimientos del pasado.
—No. Eso fue lo más cruel de mi envidia. Primero vi el sufrimiento de tu abuelo cuando perdió a su esposa, después supe que él estaba enfermo, se supo que tenía una aventura con una mujer de un pueblo y su familia lo rechazo por completo. Años después falleció, su hija también falleció y ahora estas tú, pagando las consecuencias de toda mi envidia y competitividad para con él. ¡Lo siento mucho, hija! A veces nuestros deseos nos hacen olvidar que siempre tendremos consecuencias en el futuro.
Conocer este fragmento de mi vida familiar me hizo pensar mucho en todo lo que estaba por avecinarse. Me acerco a él, tomo su mano y siento la suavidad de su piel contra mi mano. ¡Esto es muy reconfortante!
—Entiendo, abuelo. Quizá ya no podemos cambiar el pasado, pero, creo que podemos luchar contra esos recuerdos malos y así crear un futuro menos doloroso.
Asintió.
—Tú siempre sorprendiéndome como nunca. ¡Me da mucho gusto que no seas igual que yo! Siempre veo un brillo de esperanza y fortaleza en ti.
Asentí. Nos quedamos en silencio por algunos segundos, las hojas de los árboles me hicieron pensar en la fugacidad de la vida y en lo rápido que se va el tiempo.
—¿Qué hay de tu enemigo? ¿Qué hizo él como para que quieras cobrar con odio?
Moví mis cejas, pensé en Emilio por algunos segundos y aclaré todos mis pensamientos.
—Su nombre es Aldo y él...
... *** ...
—¿Les gusta la cena? —pregunto mi abuelo.
Estábamos sentados alrededor del comedor. Martínez en la cabecera, yo a su derecha, Marcos a su izquierda y Samuel a mi lado. En nuestros platos había pasta a la boloñesa y trozos de carne jugosos. Vino en copas de cristal relucientes, música de fondo instrumental y todo esto demasiado elegante como para no disfrutar de un momento así. ¡Me sentí despreocupada!
—¡Todo esto es delicioso! Nunca antes había comido de forma tan lujosa. ¡Gracias por invitarnos, señor Martínez! —le dijo Samuel.
—Es un gusto tenerlos de visita. La mayor parte del tiempo la paso a solas y... —no fue capaz de terminar la frase.
Fue en ese instante que descubrí que mi abuelo también dolía emocionalmente.
—¿Sus hijos no suelen venir a visitarlo? —Le pregunta Marcos.
El abuelo alzó su copa de vino e hizo revolotear el líquido en el interior con movimientos circulares.
—No, ellos no suelen venir tan seguido desde hace un par de meses.
Recordé que Édgar me había dicho que a mis tíos no les importaba en lo más mínimo la salud y el bienestar de mi abuelito. ¿Qué les interesaba? Bien, dice ese dicho que el interés tiene pies, pues es verdad. El interés vive en todos los hijos de mi abuelo y ellos lo ven como si solo fuera un signo enorme de pesos. ¿Dónde estaban justo ahora que su vejez era más pronunciada?
—¿Y ha salido de viaje? —Marcos se interesó en mi abuelo.
—No, estuve en el hospital ayer, me toco consulta. La verdad es que me he ido deteriorando muy rápido y tiene tiempo que ya no salgo de viaje.
La vida se va volando, nosotros nos hacemos viejos y nadie tiene un futuro cien por ciento asegurado.
—¿Y le gustaría salir de viaje? —pregunté.
Mi abuelo se giró a mirarme.
—Sí. Sí me gustaría.
—¿A dónde le gustaría ir?
—Lejos de la ciudad. A un lugar agradable. ¿Recuerdas la Hacienda de tu abuela?
El año pasado habíamos estado en una fiesta allí.
—Sí. ¿Quieres que vayamos este fin de semana?
Todos se giraron a mirarme.
—¿Hacemos una fiesta? —su semblante irradiaba alegría.
—¿Y a quiénes invitamos? —Le pregunto.
—¡Solo nosotros! Y quizá hasta podrías traer a Emilio y a Édgar.
Me quedo algo pasmada. No pensé que mi abuelito me pediría algo así. Mis labios se curvaron en una sonrisa nerviosa. ¡Mi abuelo se había enganchado con esos dos!
—Claro. Hablaré con ellos y les preguntaré si están disponibles.
—Pero que no los acabas de... —Samuel tenía la boca muy grande.
—¡Les preguntaré a ellos! No seas entrometido, Samuel —le dije para que mi abuelito no supiera la verdad.
Marcos le dio un zape en la nuca. Mi abuelo sonreía y el vino era lo mejor.
—¿Quieren más vino?
—¡Yo sí! Por favor, señor Martínez —pidió Samuel.
Al terminar la cena salí un rato a sentarme a la terraza. Comer con mi abuelo y mis amigos me había hecho pensar demasiado en todos mis planes de venganza. Decidí encender mi celular, la manzana mordida apareció con un fondo negro y mi fondo de pantalla de unas margaritas me iluminó la cara. Desbloquee el móvil y busque su número.
Sin tanta vuelta me animé a marcarle. Respondió a mi llamada.
—¿Por qué hasta ahora te dignas a tomar el celular? —Sonaba un poco molesto.