Ansel y Emmett han sido amigos desde la infancia, compartiendo risas, aventuras y secretos. Sin embargo, lo que comenzó como una amistad inquebrantable se convierte en un laberinto emocional cuando Ansel comienza a ver a Emmett de una manera diferente. Atrapado entre el deseo de proteger su amistad y los nuevos sentimientos que lo consumen, Ansel lucha por mantener las apariencias mientras su corazón lo traiciona a cada paso.
Por su parte, Emmett sigue siendo el mismo chico encantador y despreocupado, ajeno a la tormenta emocional que se agita en Ansel. Pero a medida que los dos se adentran en una nueva etapa de sus vidas, con la universidad en el horizonte, las barreras que Ansel ha construido comienzan a desmoronarse. Enfrentados a decisiones que podrían cambiarlo todo, ambos deberán confrontar lo que realmente significan el uno para el otro.
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📌Novela Gay.
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Capítulo 17. Confundido.
Ansel se quedó en silencio, mirando la pantalla de su teléfono que ya mostraba la llamada finalizada. Aún procesaba las palabras de Emmett, mientras Edgar lo observaba, con una expresión que oscilaba entre la curiosidad y una satisfacción velada. El eco de las palabras de Emmett —"un nuevo amigo"— resonaba en la mente de Ansel, como una gota que cae una y otra vez, llenando su pecho de un frío inesperado. Había salido corriendo al final de sus clases, ansioso por pasar tiempo con su mejor amigo, solo para descubrir que, al menos por ese día, había sido reemplazado.
Edgar, consciente del silencio de Ansel y disfrutando del momento, rompió la tensión con una sonrisa ladina.
—Parece que ya no tienes tanta prisa —comentó con un tono despreocupado, como si la situación no fuera más que un ligero contratiempo para él.
Ansel no respondió de inmediato. Sus pensamientos giraban en torno a la repentina frialdad de Emmett. "¿Un nuevo amigo?" se repetía, sin poder ignorar el peso que esas palabras traían consigo. La noticia le cayó como un balde de agua helada. ¿Qué clase de amigo era ese que parecía haber desplazado su lugar tan fácilmente? La sensación de haber sido dejado de lado era más dolorosa de lo que esperaba, y su frustración aumentaba.
—Supongo que no —respondió finalmente Ansel, su voz apagada, casi vacía, como si al decirlo estuviera aceptando una derrota invisible.
Edgar, notando la vulnerabilidad de Ansel, dio un paso hacia él, pero esta vez, con una distancia calculada, lo suficientemente cerca para hacerse sentir, pero sin invadir demasiado su espacio personal.
—Parece que tu amigo tiene otros planes. ¿Qué te parece si tú y yo hacemos algo? —sugirió Edgar con tono casual, aunque en su voz había una pizca de interés que no pudo disimular.
Ansel lo miró de reojo. Aunque no tenía ganas de pasar tiempo con Edgar, tampoco quería parecer grosero o quedarse solo con sus pensamientos que comenzaban a agobiarlo. La frustración y la desilusión estaban grabadas en su rostro, sentimientos que no sabía cómo manejar en ese momento.
—No lo sé... —murmuró, dudando, sin querer comprometerse de inmediato.
—Vamos, solo será un rato. No te hará mal distraerte un poco —insistió Edgar, esbozando una sonrisa que pretendía ser reconfortante, pero que solo lograba aumentar la inquietud de Ansel.
Finalmente, después de un breve silencio, Ansel decidió ceder. No le quedaban muchas alternativas, y la idea de quedarse solo no le parecía una opción atractiva en ese momento.
—Está bien, pero no será por mucho tiempo —aclaró, intentando sonar más seguro de lo que realmente se sentía.
Mientras ambos caminaban hacia la salida, la mente de Ansel seguía atrapada en una tormenta de pensamientos. ¿Por qué Emmett había cambiado de planes tan de repente? ¿Quién era este "nuevo amigo" que parecía haberlo reemplazado con tanta facilidad? Una punzada de celos le atravesó el pecho, un sentimiento que trataba de reprimir, pero que era imposible ignorar. Era una mezcla incómoda de inseguridad y temor. Tal vez estaba exagerando, tal vez Emmett solo quería ampliar su círculo social. Pero la idea de que alguien más estuviera ocupando su lugar le resultaba dolorosa, mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Edgar rompió el silencio mientras le abría la puerta del automóvil a Ansel.
—¿Estás bien? —preguntó con un tono neutral, aunque en sus ojos había un destello de burla.
Ansel esbozó una sonrisa tensa, agradeciendo en voz baja antes de subir al vehículo. No quería hablar de cómo se sentía, no con Edgar. Había algo en él que lo ponía en guardia, como si sus intenciones no fueran del todo inocentes. Cuando Edgar subió y encendió el motor, Ansel se abrochó el cinturón y mantuvo la mirada fija en el horizonte.
—¿A dónde vamos? —preguntó, con voz monótona, intentando disimular su estado anímico.
—Conozco un café nuevo. Vamos, pasaremos un buen rato. Ya lo verás —respondió Edgar con entusiasmo, mientras conducía con aparente seguridad.
Ansel asintió levemente, mirando por la ventana, intentando distraerse de los pensamientos que no paraban de rondar su mente. Todos sus pensamientos giraban en torno a Emmett y ese "nuevo amigo". Tal vez, pensó con amargura, ni siquiera era un amigo, sino una "amiga". Emmett siempre había tenido una inclinación por salir con chicas, incluso aunque nunca se tomara esas relaciones demasiado en serio. En la secundaria, todos sabían que solo había tenido ojos para Sheira, aunque esa historia nunca fue más allá de lo platónico.
La voz de Edgar lo sacó de sus pensamientos.
—Te gusta mucho, ¿verdad? —Edgar lo miraba de reojo, con una media sonrisa—. Tienes una expresión muy… triste.
Ansel bajó la mirada, sintiendo el peso de sus palabras. Una sonrisa vacía curvó sus labios.
—¿Tan mal me veo? —preguntó, intentando sonar más relajado de lo que realmente estaba.
—No es que te veas mal. De hecho, eres muy atractivo. Solo que ahora das ganas de abrazarte —respondió Edgar, su tono pasando de casual a coqueto en un abrir y cerrar de ojos.
Ansel parpadeó sorprendido, sin saber cómo reaccionar a esa declaración. No era algo que esperaba escuchar, y por alguna razón, esas palabras no provocaron ninguna emoción particular en él. No había nerviosismo, ni incomodidad, solo un extraño vacío.
—¿Por qué me invitaste a salir? —preguntó, más por curiosidad que por interés.
Edgar se detuvo en un semáforo y lo miró, su expresión se tornó seria, aunque su sonrisa no desapareció del todo.
—Porque quiero conocerte mejor. Así, cuando finja estar interesado en ti para cubrir tus mentiras, podré hacerlo sin levantar sospechas —dijo con una naturalidad desconcertante—. Y también porque me gustas de verdad.
Ansel se quedó petrificado, sus ojos se abrieron con incredulidad. Giró lentamente la cabeza hacia Edgar, como si hubiera oído mal.
—¿Qué acabas de decir? —preguntó, su voz apenas audible, mientras su rostro enrojecía involuntariamente.
Edgar, aprovechando su reacción, se echó a reír mientras estacionaba el coche.
—Deberías ver tu cara, Ansel —dijo entre risas, apagando el motor y soltándose el cinturón de seguridad—. Eres todo un poema.
Ansel sonrió nerviosamente y, aún en shock, se desabrochó el cinturón de seguridad. Edgar seguía riéndose, pero cuando la carcajada comenzó a desvanecerse, el tono de su voz cambió.
—Pero no dijiste que no.
—Me tomaste por sorpresa, eso es todo —respondió Ansel, intentando sonar despreocupado.
Edgar lo miró fijamente, con una mirada que parecía más intensa de lo normal.
—¿De verdad? ¿O es porque estás dispuesto a conocer a alguien más allá de tu amigo? —preguntó Edgar en un tono más serio, con una leve insinuación.
Ansel, que estaba a punto de abrir la puerta para salir del coche, se detuvo. El silencio entre ellos se prolongó por unos segundos incómodos antes de que respondiera.
—No. No quiero a nadie más que a Emmett —dijo con firmeza, aunque en el fondo de su mente, había dudado por un breve segundo antes de pronunciar esas palabras.
Edgar se inclinó hacia él, bajando ligeramente la voz.
—No hablo de querer —dijo suavemente—. Estoy hablando de probar. Probar estar con alguien que no sea él, sin sentimientos de por medio. —Su mano se acercó a la barbilla de Ansel, sosteniéndola con delicadeza—. Puedo darte lo que él no te da. Si quieres una cita, tendremos una cita. Si quieres un abrazo, te lo daré. Puedo fingir ser el mejor novio para ti, Ansel… pero sin la necesidad de enamorarnos.
Ansel sintió cómo su corazón latía con fuerza, no por el nerviosismo de estar con Edgar, sino por la tentación de explorar algo nuevo, algo diferente a lo que había conocido hasta ahora. Sus manos temblaban ligeramente, y aunque sabía que lo que Edgar proponía era peligroso, una parte de él, esa parte cansada de esperar, quería ceder.
—Yo no...
Sus palabras fueron silenciadas por el dedo pulgar de Edgar, que se colocó estratégicamente sobre sus labios. La mano de Edgar cubrió la boca de Ansel, acercándose lentamente, como si cada segundo estuviera cargado de tensión. Ansel sintió cómo la respiración se le aceleraba, atrapada entre la sorpresa y la incertidumbre, mientras Edgar se inclinaba, rozando sus labios, pero sin llegar a besarlo.
—No respondas ahora —murmuró Edgar, con un tono que era a la vez provocador y suave—. Aún tenemos mucho tiempo antes de que Emmett se dé cuenta de si le gustas o no. Pero estaré disponible el día que quieras.
Edgar retiró su mano y salió del automóvil, dejándolo a Ansel sumido en sus pensamientos. Este último se quedó allí, meditando, tratando de desentrañar todo lo que había sucedido en ese breve, pero intenso instante. La confusión lo envolvía como una bruma; hacía solo unos momentos, la simple idea de Edgar había sido una distracción, pero ahora se había convertido en un punto de referencia ineludible en su mente.
Se dio cuenta de que no había rechazado ni odiado lo que Edgar había hecho. De hecho, había cerrado los ojos, una reacción casi instintiva, en un intento por aceptar el beso que, aunque no se concretó, había prometido un mundo de posibilidades. La calidez de la situación lo dejó perplejo. Una parte de él había anhelado ese contacto, una conexión, incluso si era efímera.