Esta historia nos narra la vida cotidiana de tres pequeñas familias que viven en el mismo complejo de torres, luego de la llegada de Carolina al lugar.
Tras ser abandonada por sus padres, y por sus tíos, la pequeña se ve obligada a mudarse con su abuela. Ahí conoce a sus dos nuevos amigos, y a sus respectivos padres.
Al igual que ella, todos cargan con un pasado que se hace presente todos los días, y que condiciona sus decisiones, su manera de vivir, y las relaciones entre ellos. Sin proponérselo, la niña nueva provoca encuentros y conexiones entre estas familias, para bien y para mal.
Estas personas, que podrían ser los vecinos de cualquiera, tienen orígenes similares, pero estilos de vidas diferentes. Muy pronto estas diferencias crean pequeños conflictos, en los que tanto adultos como niños se ven involucrados.
Con un estilo reposado, crudo y directo, esta historia nos enfrenta con realidades que a veces preferimos ignorar.
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Capítulo 11: Las preocupaciones de Reyna
Contenta por toda la diversión que había tenido, y a la vez algo exhausta por la misma razón, Sofía volvió a entrar en su casa después de despedirse de sus nuevos amigos. Divisó a su madre sentada delante del televisor apagado. Estaba tendida contra el respaldo de su silla, con un secador y un trapo de piso junto a ella, lo cual indicaba que acababa de usar ambos en ese sector.
—Ya vine, ma —le dijo, antes de empezar a sacarse la ropa de nuevo.
Cuando ya no tuvo nada puesto, decidió ir a satisfacer el antojo que estabas sintiendo al no haber comido su acostumbrada merienda aquel día, distraída por el cambio que sufrió su rutina.
—No comas tantas galletitas ahora —le dijo su madre, después de ponerse de pie, al verla con el tarro rojo, recientemente rellenado, en las manos—. Dentro de poco vamos a cenar, y no quiero que te llenes con eso. Te iba a llamar para tomar la leche, pero como te vi jugando con esa nena y ese nene, no quise arruinarte la diversión ¿Estuvo bueno?
—Sí, jugamos a la mancha y a las escondidas —contestó, volviendo a guardar en su lugar el tarro, después de haber dejado siete galletitas en la mesa—. Yo fui la que menos veces tuvo que ser la mancha de los tres, y también la que menos veces tuvo que contar.
—Qué bien.
Luego de guardar correctamente los elementos de limpieza, volvió sobre sus pasos para agarrar su teléfono celular, el cual había quedado en el piso junto a la silla que estuvo ocupando. Revisando este, caminó el corto techo que la separaba de la cocina, al mismo tiempo que meditaba lo que podía preparar.
Aún pensando en esto, prendió el televisor con ayuda del control remoto. A pesar de que no había nada interesante en las noticias ahí lo dejó, ya que lo único que buscaba era que el lugar no quedara en silencio, y no necesita buscar algo que entretuviera a su hija, pues se había retirado a la habitación de ambas, para disfrutar de su atrasada merienda improvisada, y de su propio celular.
Reyna consideró por un momento no cocinar, y en cambio, hacer que le llevaran comida a su casa, haciendo un pedido a domicilio, y así evitar esa tarea. No obstante, desechó la idea al calcular el gasto, el cual sería más del que podían permitirse en esos días. Tal vez el siguiente mes sería diferente. Además, forzosamente tenía que ponerse algo para atender al repartidor, y no se sentía de humor esa noche como para hacer eso, ponerse algo para volver a desvestirse segundos después.
Dejó el celular en la mesa, y acto seguido, entró en la única pieza con la que contaba el departamento. Mientras su niña se entretenía devorando las pocas galletitas que todavía le quedaban, a la vez que utilizaba su confiable celular, recostada boca abajo en la cama, ella se dio unos segundos para admirarse a sí misma en el espejo que tenía enfrente suyo. No sentía que fuera precisamente vanidosa con respecto a su apariencia, pero le agradaba apreciar su propio cuerpo desnudo de vez en cuando. Sentía que se conocía más a sí misma de esa manera. Contemplaba, a su vez, cómo continuaba influyendo cada uno de los aspectos de su vida en este. Se dijo a sí misma, igual que la mayoría de esas ocasiones, que su cuerpo permanecía igual de hermoso, sensual y atrayente que siempre. Nunca lo dijo para darse consuelo, esto era lo que en verdad sentía. Exceptuando su cada vez más demacrado rostro, todo lo demás demostraba sus 23 años. Ni uno más ni uno menos.
Con ojos maternales dirigió su atención a Sofía, quien no despegó los ojos de su entretenimiento favorito a pesar de eso. Desconocía si los pensamientos que llegaron a continuación lo hicieron sencillamente porque ella era la madre de esa niña, o porque era una innegable verdad, pero ahí estaban: Sofía se le hizo preciosa y muy adorable.
Ya había tenido antes un pensamiento similar, pero algo en aquella ocasión provocó que este tuviera más fuerza. Con nostalgia recordó la vez en que la niña, con toda la inocencia del mundo, le había hecho la inevitable pregunta de si algún día tendría senos y vello púbico como ella. Con la misma gracia que le causó el recordarlo, Reyna respondió afirmativamente, agregando que eso le ocurriría al crecer.
Naturalmente se encontraba preparada para esa pregunta. Debido a que ambas contemplaban a diario sus cuerpos desnudos, esa clase de dudas eran predecibles. Como esa vinieron otras, que ella resolvió del mismo modo, y sin inconveniente alguno, demostrándose a sí misma que tenía razón las veces que se dijo que ese estilo de vida nada convencional que llevaban a cabo no era para nada algo malo o dañino para su hija. Todo lo contrario, estaba segura de que ambas se sentían mucho más felices, libres y cómodas de esa manera. Esa noche Reyna no necesitó más que contemplar a su hija para comprobar esto. Así tendida, con su pelo negro suelto que, a pesar de dejárselo largo, no llegaba a cubrirle las nalgas, ni siquiera en aquella posición, afirmó que no podría encontrarse mejor. No obstante, sabía muy bien que muchas gente la censuraría si se enteraba de todo eso, por lo que le dijo más de una vez a su hija que debían guardarlo en secreto.
A pesar de tener una respetable cantidad de amigas en el colegio, Sofía todavía no le contaba a nadie ese aspecto de su vida privada. Pocas de estas niñas habían ido de visita a su casa, y las que habían hecho ese acto de presencia no encontraron nada raro. Aunque no fueran varones quienes iban, Sofía siempre le avisaba con tiempo a su mamá, tal como ella le indicó que debía hacer, para que aquel secreto permaneciera así hasta nuevo aviso.
El único inconveniente con aquella situación, que parecía ir perfectamente, era que a Reyna le desagradaba la necesidad de esconder eso ¿Por qué tenía que hacerlo? Solo porque el resto del mundo era así de ridículo, así lo aseguraba ella. Ambas eran mujeres, además de madre e hija, pero no dudaba que muchos intentarían quitarle a su niña si llegaba a saberse cómo vivían. Sofía podía ser obligada a vivir con Tadeo, lo cual ninguna de las dos deseaba. Ni siquiera él desearía volver a cargar con eso, pero terminaría aceptando, Reyna lo sabía. Imaginaba que todo el dinero con el que ese hombre seguro contaba en esos momentos haría que la gente creyera que su hija estaría mejor con él que con su madre. Igual que, probablemente, había ocurrido en el caso de Fabián, su desconocida esposa y su hijo.
Alguien se había dejado encandilar por el brillo del dinero de ese tipo, y le dio la custodia del niño, en lugar de otorgársela a su madre, la persona que siempre debe quedarse con la custodia, según lo que ella había aprendido. No obstante, Reyna debía aceptar que existían casos en los que esto no ocurría.
Sus reflexiones continuaron: ¿Cómo estaría la ex mujer del tal Fabián? ¿Alguien haría algo al respecto si ella misma divulgaba que su hija había visto a ese nene salir unos pasos de su casa en paños menores, o nuevamente el dinero de ese hombre sería el factor determinante en esa decisión, de un modo u otro?
Se respondió a sí misma que probablemente nada pasaría, que no le quitarían la custodia a ese tipo sólo por eso. Siendo justa, debía aceptar que era poca la evidencia con la que contaba para demostrar que algo extraño podía estar ocurriendo tras las puertas de aquel departamento de dos habitaciones.
—¿Qué te gustaría comer? —le preguntó la mujer a la niña, recordando por qué había ido ahí en primer lugar, y esbozando una sonrisa, mientras se recargaba en la pared más cercana con los brazos cruzados.
—¿Hay opciones? —consultó Sofía, después de meditar un segundo, tras levantar la vista hacia su madre.
—Decime lo primero que se te ocurra.
Sofía tuvo que sentarse en el borde de la cama para poder pensar cómodamente.
—¿Fideos? —sugirió, al no haber conseguido pensar en nada mejor.
—Dale, ¿por qué no? —exclamó Reyna, bajando los brazos—. Hace algunos días que no comemos eso, y me parece que quedan suficientes para las dos. Además, creo que también queda un poco de puré de tomate todavía.
Se disponía a marcharse de nuevo a la cocina, y Sofía ya se había vuelto a tender boca abajo, cuando se dio cuenta de que habían conversado poco sobre aquella tarde de juegos que tuvo la niña.
—¿Van a volver a jugar mañana vos y tus nuevas amistades? —preguntó interesada.
—Creo que sí —responde la niña volviendo a sentarse—. No quedamos en nada, pero creo que la abuela de Caro los va a dejar. Ojalá.
Reyna se percató de que había estado en lo correcto: esa nena (de nombre Carolina, aparentemente) se había mudado a la casa de Argelia, quien era su abuela. Pensó en confirmar eso de inmediato, preguntándole a su hija, pero prefirió guardar eso para Daniel, quien debía estar informado al respecto. Le hizo, en cambio, otra pregunta a Sofía:
—¿El papá del nene ese va a ir a trabajar mañana, y a dejarlo con Argelia otra vez? Debe ser así, supongo que por eso dijiste que ella tenía que darles permiso a los dos para que puedan jugar, ¿no?
—Sí, ella va a ser la niñera de Germán mañana también.
Una vez más, al no saber cómo continuar la conversación, Reyna intentó regresar a la cocina, pero nuevamente algo la detuvo. En este caso, la voz de Sofía:
—Espero estar siempre atenta, y no distraerme como le pasó a Germán, porque si no, me daría mucha vergüenza.
Ya se había vuelto a echar en la cama, está vez de espaldas, cuando su madre volvió a dirigir su atención a ella.
—¿Qué querés decir? —quiso saber esta última— ¿Qué te daría vergüenza?
—No, nada, pensaba en voz alta, nada más —contestó Sofía, sentándose por tercera vez, ya que prefería esa posición para hablar con su mamá—. Es que... ¿Te acordás que te conté que lo vi salir en calzoncillos de su casa? Bueno, me parece que debe haber hecho eso por distraído, porque no se dio cuenta. Por eso digo que ojalá no me distraiga yo también, porque podría salir así, sin nada, y me daría bastante vergüenza que él justo pasará y me viera.
—Ah, ¿eso nada más? —contestó Reyna, haciendo lo posible por no pensar en aquel incidente con el padre del niño, ocurrido dos días atrás, y porque sus gestos dieran a entender a la niña que no debía pensar en esas cosas—. No te preocupes, vos nunca fuiste así de distraída. Además, yo estoy acá para ayudarte en caso de que eso pueda llegar a pasar. Vos solamente tenés que pensar en qué cosas divertidas vas a hacer con ellos mañana, si los deja la vieja Argelia.
—Sí, me hubiera gustado seguir jugando un rato más, pero el papá de Germán vino a buscarlos a los dos. Dijo que Germán tenía que bañarse, y después cenar.
Al ver que su madre salió de la habitación, volvió a colocarse panza abajo, dispuesta a seguir navegando por internet. Se había terminado las galletitas, así que haría únicamente eso hasta la hora de la cena. Deseaba que no se demorara mucho en estar lista la misma, pues comenzaba a sentir hambre.
No sería un problema. Su progenitora se puso a trabajar de inmediato. Ni siquiera se dio el tiempo para colocarse su delantal, como a veces hacía, ya que no iba a hacerle falta para la preparación de esa comida. Siempre fue así. Se le hacía tan sencilla la preparación de los tallarines, que tenía la certeza de que no iba a ensuciarse en lo más mínimo. Sin embargo, en esa noche fue distinto.
No tuvo más opción que darse a sí misma un momento para colocarse aquella prenda de vestir, pues evidentemente algo no le permitía concentrarse en su labor. Ella hacía todo lo posible por no pensar en ese padre soltero, desterrar de su mente cualquier cosa relacionada con él, pero algo no la dejaba hacerlo. Tal vez se trataba del destino. Reyna empezó a creer que había una especie de señal ahí.
Ya se había convencido de que lo más maduro por hacer era superar ese vergonzoso y humillante encuentro que habían protagonizado ambos. Para ella, eso no sería una tarea fácil. A pesar de que ya le había ocurrido algo así antes, no se lo merecía en esa más reciente ocasión, a diferencia de la otra, lo cual aumentaba aún más su rabia contra Fabián. A partir de esa madrugada supo que no volvería a realizar tranquila su estimulante actividad. Aún no había tenido oportunidad de repetirlo, pero no tenía la certeza de atreverse a hacerlo cuando esta se presentase. Y, aunque se atreviera, sabía que no la disfrutaría tanto como antes, temerosa de que ese sujeto volviera a salir de la nada. Sin embargo, por difícil que le resultara, se dijo que ella podía. Inclusive, ignoró y eliminó la ira que quería surgir dentro suyo cuando su hija le planteó aquel posible escenario, con ella y el hijo de Fabián como protagonistas (lo cual había avivado sus recuerdos).
La alegría por haber conseguido ignorar estos (su niña ni siquiera se percató de eso) se cayó a pedazos en el siguiente segundo, cuando Sofía le mencionó que Germán se retiró al recibir la orden de ir a bañarse por parte de su padre. No podía ignorar a ese hombre, sintió que su deber era no hacerlo.
Recordaba perfectamente cómo, 48 horas antes, mientras volvía a entrar en su departamento cargando la ropa seca que descolgó del tendedero, oyó a Fabián dándole la misma orden al muchacho. Ambos regresaban de alguna especie de paseo. Ya que el niño se adelantó a la entrada de la torre 3 corriendo, su progenitor tuvo que gritarle que no se fuera a distraer con nada pues tenía que bañarse antes de cenar. Esto fue lo que provocó que Reyna lo oyera. Ella, que no deseo ser vista por él, debido a lo ocurrido esa madrugada misma, se metió rápidamente en su casa sin prestar verdadera atención a lo que había exclamado ese hombre, hasta aquella noche.
Ya con el delantal como su única prenda de vestir puesta, y poniendo su máximo esfuerzo para no distraerse de la preparación de la cena, comenzó a preguntarse por qué ese hombre tendría alguna obsesión con que su hijo se bañe. Ella siempre se consideró muy atenta en su higiene personal, pero nunca hizo del aseo algo tan reiterado o rutinario como él aparentaba estar haciendo. Se había dado cuenta de algo que hasta ese momento pasó por alto: en la semana que el tal Fabián llevaba viviendo en el complejo, todos los días que no estaba en el trabajo hacía que su hijo se bañara, sin falta. Por si no bastara con eso, Reyna contaba también con el dato que su hija le proporcionó esa mañana. Ignorando el detalle de que el distraído padre permitió que su hijo saliera de la casa casi sin ropa, ¿porque el niño estaba en ropa interior en primer lugar? ¿Ese tipo hacía de las suyas con el niño, aprovechando que logró deshacerse de su mujer? Lo consideró una posibilidad.
Su niña andaba desnuda por la casa siempre, al igual que ella, pero jamás la tocaría ni le haría el más mínimo daño, como ya lo había demostrado. Después de todo, era mujer. Consideraba que, en el caso de un hombre, eso era muy distinto. Su madre le había enseñado eso siempre, así como la vida misma. Tenía que estar alerta con su niña, al igual que su mamá lo había estado con ella y sus hermanas.
No le importaba mucho el salvar a ese chico, tanto como detener a un posible depravado como aquel. No estaba dispuesta a permitir que su hija corriera peligro, tal como ella lo corrió sin que su madre pudiera evitarlo a tiempo.
Nunca la culpó por eso. De hecho, siempre le agradeció por haberla castigado, debido a la parte de culpa que siempre le correspondió, y por haber puesto manos a la obra a su favor, al fin y al cabo. En su memoria sería igual, o hasta mejor.
Fue entonces que Reyna se percató de algo de gran importancia: Fabián le recordaba a Quirico y a Tadeo, sin lugar a dudas; también al hombre misterioso del hostal.
No se había percatado hasta ese momento, pero al fin comenzó a entender más el rechazo que sintió por él desde el primer instante que lo vio con su auto carísimo, su vestimenta elegante, y sus modos chetos. Creyó que era solo eso lo que hizo surgir el repelús dentro suyo en su momento, pero había algo más, y por fin lo había descubierto.
Lamentablemente no pude hacer nada con toda esa información, más que decidirse a tener siempre los ojos abiertos. No le prohibiría a Sofía juntarse con su nene, o con esa otra nena, pero se aseguraría de que le brindara toda la información que le fuera posible recolectar. Si ese hombre era lo que ella creía, lo descubriría.
Con gran alegría se quitó el delantal, tras haber finalizado la utilidad de este.
—¡Sofía, ya podés venir! —la llamó entonces— ¡Ya está la comida!
Como siempre, su hija no mostró señal de haberla escuchado. Ya estaba acostumbrada a eso. Obedecía siempre lo que su mamá le indicaba pero, distraída con sus cosas, nunca lo hizo de inmediato.
—¡Después seguís con eso! —volvió a exclamar a la mujer— ¡Ahora hay que comer!
La niña salió apresuradamente de la habitación un segundo después de que su mamá pronunció ese último llamado.
—Tengo que ir al baño —explicó Sofía en la puerta de este—. Ya salgo y voy para la mesa, mamá.
Sonriente, Reyna dedicó los siguientes segundos a revisar que no faltara nada.