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Fernando López: La Elección de un Hombre

Fernando López: La Elección de un Hombre

Status: Terminada
Genre:Mafia / Matrimonio arreglado / Amor eterno / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 11

Fernando llevaba nueve días en Valencia, en reuniones de acuerdos y asociaciones, ignorando a propósito las llamadas de la abuela y de los hermanos.

Aquella noche, exhausto, entró en la habitación del hotel, dejó el maletín sobre la mesa y se sirvió una copa. Apenas se llevó el vaso a los labios, oyó golpes firmes en la puerta.

Imaginó que era su cena. Los guardaespaldas no permitían visitas. Abrió sin pensar…

El impacto vino antes de la reacción: un puñetazo directo en la nariz, que lo hizo tambalearse y casi caer. Instintivamente llevó la mano a la cartuchera, pero el clic metálico fue más rápido. El cañón helado de una pistola presionó su frente.

—Calma, hermanito —la voz estaba cargada de ironía.

—¿Alejandro? —Fernando escupió sangre, incrédulo—. ¿Estás loco?

—¡Si lo estuviera, ya te habría reventado los sesos! —gruñó el hermano, cerrando la puerta de una patada—. ¿Cuándo vas a madurar?

Alejandro avanzó, empujando a Fernando contra la pared.

—¡Desapareciste desde la boda, no atiendes a nadie, dejas a la vieja desesperada y a tu esposa abandonada en esa mansión como un adorno!

Fernando entrecerró los ojos, aún intentando controlar la furia.

—Mi vida no te incumbe. Ni mi matrimonio.

—¡Sí que incumbe! —replicó Alejandro, presionando el arma con más fuerza—. No tienes idea del desastre que estás dejando atrás. Actúas como si el mundo girara alrededor de tu botella de whisky y de tus negociaciones.

—¡Cállate! —Fernando empujó el brazo del hermano, irritado—. No acepté este matrimonio por elección, y tú lo sabes. Si estoy aquí es para garantizar lo que el viejo exigió. ¡No entiendes nada del peso que cargo!

Alejandro rió con sarcasmo.

—¿Peso? Lo que cargas es orgullo, Fernando. Siempre actuando como si estuvieras por encima de todos nosotros.

El silencio cargado fue roto por una respiración jadeante. Alejandro finalmente bajó la pistola algunos centímetros, pero sus ojos aún ardían. Guardó el arma y miró a Fernando con ferocidad.

—No hay opción. Vas a volver a Madrid y asumir a tu esposa.

—¡No te metas en lo que no te importa! —Fernando le dio la espalda al hermano y fue hasta el baño para intentar estancar la sangre de la nariz.

—Nueve días, ¿no piensas que tu esposa merece alguna consideración?

—No te entrometas...

—¿Que no me entrometa? ¿No sabes los problemas que tu esposa enfrenta?

—Entonces habla de una vez —dijo Fernando, limpiando la sangre de la nariz—. No atravesarías media España solo para darme un sermón.

Alejandro respiró hondo, como quien contenía una noticia insoportable.

—Esa muchacha perdió a su padre hace casi tres días y el marido no estaba presente. Arturo Gutiérrez... está muerto.

Las palabras flotaron en el aire, frías, cortantes. Al oír aquello, Fernando se detuvo por algunos segundos, intentando calcular el peso de aquella noticia.

......................

El viaje de vuelta a Madrid fue un silencio amargo. En el aeropuerto, al desembarcar del jet privado, entraron en el coche blindado de la familia que siguió directo hacia la mansión.

Fernando, apoyado en el asiento de cuero, fumaba un cigarrillo tras otro. Alejandro, en el asiento de adelante, no dijo nada más después de no decir nada más durante el viaje.

Fernando no sabía qué sentir. Parte de sí comprendía el peso de aquella muerte; la otra parte, más íntima, ardía en revuelta por haber sido arrastrado de Valencia como un mocoso irresponsable. Peor aún: sabía que, al llegar, su abuela lo esperaría con reproches.

Cuando el coche entró por los portones de la mansión López, el reloj marcaba casi las dos de la mañana. Las luces principales estaban apagadas, pero la biblioteca aún exhibía una tenue claridad. Fernando apagó el cigarrillo en el cenicero portátil y salió sin esperar que abrieran la puerta para él.

Subió las escaleras con pasos pesados, atravesando los corredores silenciosos hasta empujar la puerta de la biblioteca.

Allí estaba ella.

María del Pilar, sentada en un sillón de terciopelo azul, con un chal sobre los hombros, una taza de té humeante en las manos y aquella mirada firme que siempre conseguía hacerlo sentirse pequeño. Al lado, Raúl, el fiel secretario, aguardaba de pie.

—Finalmente —dijo la matriarca, sin alterar el tono—, pensé que tendría que buscarlo con hombres armados.

Fernando dejó el maletín sobre la mesa, la voz áspera:

—Ya no soy un niño para necesitar niñeras.

—Pero es marido —replicó ella, levantando la barbilla—. Y desde el día de la boda desapareció. Su esposa está sola en esa casa, Carmen la encontró aún vestida de novia a la mañana siguiente. Eso es deshonra para nuestra familia, Fernando.

Él rió, pero una risa corta, cargada de amargura.

—Deshonra es obligarme a un matrimonio que nunca quise. ¿Quieren que interprete el papel de marido perfecto? No soy actor, abuela.

María Del Pilar no desvió la mirada.

—Llevas el nombre López. Y ahora, más que nunca, después de la muerte de Arturo Gutiérrez, necesitas actuar como hombre. Elena está desamparada. Es tu obligación asumir los cuidados con esa muchacha.

Las palabras golpearon como latigazos. Fernando giró el cuerpo, caminando hasta la estantería de libros, los dedos recorriendo las tapas antiguas sin realmente verlas.

—Obligación... obligación... desde que me entiendo por gente solo oigo eso —se giró de repente, los ojos brillando. ¿Y qué gano yo con eso? Nada más que una vida controlada, una mujer que no elegí, una casa que más parece prisión.

—Ganas respeto. El poder de mantener a tu familia unida. Al fin y al cabo, ya eres un hombre de 30 años —respondió la matriarca, la voz fría como acero.

Por un instante, el silencio se hizo denso en la biblioteca. Alejandro observaba la escena de brazos cruzados, sin interferir.

Fernando respiró hondo, entonces tomó una decisión abrupta.

—Si quieren que yo sea marido, lo seré. Pero no aquí, no bajo su mirada.

La abuela arqueó la ceja.

—¿Qué pretendes?

—Voy a llevar a Elena a mi ático en el centro —dijo él, la voz cortante.

Alejandro frunció el ceño, sorprendido. María del Pilar posó la taza sobre la mesa despacio.

—¿Llevarás a la muchacha al nido de tus recuerdos con aquella mujer?

Fernando permaneció en silencio apretando los puños, intentando mantener el control. La matriarca permaneció en silencio por algunos segundos. Entonces, con calma calculada, se volvió hacia Raúl:

—Preparen todo para esta mañana. Elena irá con él. Y Carmen también.

—¿Carmen? —Fernando alzó la mirada, sorprendido.

—Sí. —La matriarca lo encaró firme—. Mi nieta de corazón no será dejada sola en medio de los berrinches de un hombre herido. Carmen cuidará de ella, velará para que no le falte nada. Si tú no eres capaz de ser marido, al menos ella tendrá alguien que la trate como la esposa del Don.

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