Cleoh era solo un nombre perdido en una línea secundaria de una novela que creyó haber olvidado. Un personaje sin voz, adoptado por una familia noble como sustituto de una hija muerta.
Pero cuando despierta en el cuerpo de ese mismo Cleoh, dentro del mundo ficticio que alguna vez leyó, comprende que ya no es un lector… sino una pieza más en una historia que no le pertenece.
Sin embargo, todo cambia el día que conoce a Yoneil Vester: el distante y elegante tercer candidato al trono imperial, que renunció a la sucesión por razones que nadie comprende.
Yoneil no busca poder.
Cleoh no busca protagonismo.
Pero en medio de intrigas cortesanas, memorias borrosas y secretos escritos en tinta invisible, ambos se encontrarán el uno en el otro.
¿Y si el destino no estaba escrito en las páginas del libro… sino en los espacios en blanco?
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CAPÍTULO 11
Después de observar a los caballeros, Cleoh decidió seguir caminando. Sus pasos lo condujeron hacia la galería acristalada que conectaba los jardines interiores con la parte oeste de la mansión. El aire allí era más cálido gracias a los braseros encendidos, y el aroma a pino quemado se mezclaba con el perfume tenue de la resina.
Fue allí donde la vio, paseando entre las flores, se encontraba la Duquesa, con un manto sobre sus hombros, una regadera entre sus manos y un vestido sencillo, que parecía demasiado liguero para aquel tiempo, lo que le hizo preguntarse si no tenía frío.
Cleoh se detuvo, sin atreverse a interrumpirla, La duquesa, sin embargo, sintió su presencia. Giró ligeramente la cabeza, y sus miradas se encontraron. No pronunció su nombre, no lo llamó ni formuló saludo alguno.
Simplemente sonrió.
Una sonrisa pequeña, cálida, genuina. Una sonrisa que no pertenecía a una duquesa, sino a una madre
—Has salido —murmuró por fin, su voz tan suave que se deshacía en el aire como la nieve recién caída.
—No quería… quedarme encerrado —respondió Cleoh con la misma sinceridad tranquila que llevaba días intentando sostener.
La duquesa asintió despacio, como si aquella respuesta hubiese sido más que suficiente.
—¿Ya han concluido tus lecciones de la mañana?
—Sí —dijo él, inclinando apenas la cabeza.
La duquesa dejó reposar la regadera sobre el borde de la maceta. Sus dedos, enguantados en seda fina, acariciaron una hoja con una delicadeza casi reverencial.
Luego, se volvió plenamente hacia él.
—Entonces... —su voz era un hilo claro, casi tímido— ¿me acompañarías a tomar el té?
Cleoh parpadeó, sorprendido. Su primera reacción fue buscar en su interior —en ese instinto heredado del Cleoh original— la respuesta correcta. Pero lo único que encontró fue algo más simple: un impulso cálido, casi familiar.
—Claro —respondió, y sus palabras salieron suaves, sinceras.
Los ojos de la duquesa se iluminaron apenas —un brillo minúsculo, delicado, como el reflejo de una vela en agua quieta.
—Me alegro —susurró.
Caminaron juntos por el pasillo acristalado que rodeaba el invernadero. La duquesa avanzaba con pasos lentos y medidos, como si temiera quebrar la quietud que los envolvía. Cleoh la siguió en silencio, percibiendo cómo el aire cambiaba a su alrededor cuando ella estaba cerca: más cálido, más dulce, como si el tiempo mismo perdiera filo y se volviera suave.
Llegaron a una pequeña mesa instalada en el corazón del jardín interior. La mesa ya estaba dispuesta: té humeante, dulces de miel dispuestos con delicadeza y pequeños pétalos de lavanda cristalizados que brillaban como azúcar bajo la luz tenue.
La duquesa tomó asiento con una elegancia silenciosa, y con un gesto ligero señaló el lugar frente a ella.
—Siéntate, Cleoh.
Él obedeció sin necesidad de pensar; su cuerpo se movía con una naturalidad que no sentía propia.
El leve tintinear de la porcelana llenó el aire cuando la doncella sirvió el té. Luego, la estancia quedó envuelta en un silencio tranquilo, apenas interrumpido por el murmullo lejano del viento contra los cristales, cuidando cada gesto sin darse cuenta de que no necesitaba esforzarse: el cuerpo conocía esta etiqueta como quien respira.
—¿Cómo ha ido tu día? —preguntó ella finalmente, rompiendo el silencio con una voz tan suave que parecía nacer de la misma luz del invernadero.
Cleoh sostuvo la taza entre las manos.
—Tranquilo —respondió—. He estado estudiando… y recorriendo un poco los pasillos.
Loorna asintió despacio, como si guardara cada palabra.
La duquesa dejó la taza sobre el platillo con un sonido delicado, casi imperceptible. Sus ojos —siempre tan serenos, siempre tan difíciles de leer— se dirigieron hacia la pared de cristal, donde la nieve comenzaba a caer otra vez, lenta y silenciosa.
Ella volvió a mirarlo, una suave decisión brillando en sus ojos.
—Quisiera informarte de algo, Cleoh —murmuró—. Eloy regresará al ducado dentro de un mes.
El nombre cayó en la mesa como un copo de nieve que, pese a su ligereza, se siente.
Cleoh parpadeó, sintiendo cómo el nombre se desplegaba en su mente. Conocía bien quién era: Eloy Caisent, segundo hijo del Ducado y una de las figuras más influyentes en el futuro desarrollo de la historia. En la novela, Eloy era una pieza clave en la victoria de Ashton Caisent en la lucha por el título de príncipe heredero.
Tenía veinticuatro años y ostentaba un prestigio que pocos podían igualar. Dentro y fuera del imperio se le conocía como el Rey del Campo de Batalla, un general implacable cuya presencia por sí sola bastaba para alterar el ritmo de una guerra. Contundente, estratégico, despiadado cuando era necesario, y al mismo tiempo admirablemente preciso, era un hombre que gobernaba el campo de batalla como si hubiera nacido para ello.
Pero lo que realmente elevó su nombre por encima de la historia fue otro hecho: fue el usuario más joven en despertar la Llama Aurelian, superando incluso a su propio padre, el Duque Meidon de Caisent, quien hasta entonces había sido considerado una leyenda viviente.
Sin embargo… algo no encajaba.
Cleoh sintió un leve tirón en el pecho.
Eloy no debía volver todavía.
No en este punto de la historia.
En la novela, su regreso se daba mucho más adelante, después de que Ashton consolidara su posición en la disputa por la sucesión. Solo entonces, el Duque lo convocaría para tomar las riendas del Ducado como nuevo heredero, bajo el reconocimiento oficial del Imperio.
Ese momento marcaba el punto de no retorno, la línea donde el tablero político cambiaba por completo.
Pero ahora… ¿estaba regresando?
¿Sin que la batalla política hubiese concluido?.
¿Sin que nada estuviera definido aún?.
¿Acaso se trata de una alteración en la novela? Se preguntó algo confundido
Cleoh bajó la mirada hacia su taza de té, como si en el reflejo oscuro pudiera encontrar una respuesta. El aroma a miel y lavanda se sentía repentinamente más pesado, casi sofocante.
Su pulso se volvió lento, medido.
—Entiendo… —murmuró, cuidando que su voz no temblara.
La duquesa no pareció notar su inquietud. Sonreía suavemente ajena a su conmocionó ante aquella noticia.
Cleoh, sin embargo seguía perdido en sus pensamientos
"La historia estaba empezando a desviarse."