Pia es vendida por sus padres al clan enemigo para salvar sus vidas. Podrá ser felíz en su nuevo hogar?
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capítulo 11
Pia no pronunció palabra cuando lo vio entrar a su habitación. Sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas y la mirada clavada en el libro que apenas sostenía entre las manos, fingió no notar la presencia de Leonardo en el umbral. No levantó la vista, ni cambió el gesto adusto que llevaba dibujado en la cara desde hacía días. Solo una mueca leve tensó sus labios cuando sintió sus pasos acercándose.
—¿Estás bien? —preguntó él, con un tono que intentaba sonar preocupado, pero no logró evitar la frialdad.
Ella cerró el libro con calma, apoyándolo sobre el colchón. Finalmente, alzó la vista.
—¿Te importa?
Leonardo frunció el ceño. No estaba acostumbrado a que lo desafiaran con tanta firmeza, y menos ella. Caminó hasta quedar frente a ella, pero Pia no se movió. Su mirada verde se mantuvo firme, serena, pero con un brillo de rencor que no había disminuido desde el día del ataque.
—Estabas en peligro —dijo él, cruzándose de brazos—. Casi te matan. Me preocupé. Eso es todo.
—¿Y qué querés? ¿Que te dé las gracias? —replicó con una sonrisa sarcástica—. No te pedí que vengaras nada.
Leonardo la observó en silencio por un segundo. Pia volvió a mirarlo con desafío. Sabía que cada vez que hablaba así estaba tentando a la suerte, pero ya no le importaba. Estaba cansada de callar.
—No tenés idea de lo que hubiera pasado si no actuábamos rápido —murmuró él—. Francesco los encontró antes de que escaparan. Si te volvían a tocar…
—¿Me ibas a matar vos antes? —lo interrumpió—. Porque parece que no necesitás excusas para golpearme.
Leonardo apretó la mandíbula. La tensión en su cuerpo era visible, pero no respondió. Dio un paso atrás y giró sobre sus talones. Cuando llegó a la puerta, se detuvo.
—No salgas sola otra vez.
Y sin mirar atrás, se fue.
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El sol del mediodía caía sobre el patio con una calidez tranquila. Pia se sentó en una de las bancas de piedra, rodeada de los rosales que ella misma había empezado a cuidar por aburrimiento. El jardín era uno de los pocos lugares donde se sentía un poco libre. Al menos allí podía pensar sin ser interrumpida… o casi.
—Estás mejor, ¿no?
La voz suave la sacó de sus pensamientos. Giró apenas el rostro y sonrió con un dejo de alivio. Era Vittorio.
—Sí —dijo ella, bajando la mirada—. Gracias a vos.
Él se acercó y se sentó a su lado, sin tocarla, manteniendo esa distancia prudente que siempre respetaba. Pero Pia no pudo evitar observarlo de reojo. Llevaba el uniforme de siempre: camisa negra, pantalón oscuro, el arma apenas visible en la funda lateral. Pero su expresión era la de un hombre tranquilo, ajeno al caos en el que vivían.
—No sabés lo que me asusté —confesó él—. Cuando vi que estabas sola… y después el disparo…
Pia tragó saliva. Cerró los ojos un segundo, recordando el sonido seco del arma, el momento exacto en el que sintió que iba a morir, y cómo él se interpuso justo a tiempo.
—Pensé que me iban a matar —murmuró ella.
—Yo también.
Hubo un silencio largo entre los dos. Pia bajó la vista a sus manos, entrelazando los dedos con nerviosismo. Vittorio la miraba de perfil, sus ojos oscuros fijos en la curva de su mandíbula, en el leve movimiento de sus labios.
—¿Sabés qué fue lo peor? —dijo Pia de repente—. Que mi padre no vino. Ni llamó. Ni una maldita palabra. Me vendió como un pedazo de carne y ni siquiera se preocupa por si estoy viva o muerta.
Vittorio la miró con pesar, sin saber bien qué decir. Pero entonces Pia giró hacia él, más cerca, con los ojos húmedos.
—Y Leonardo… finge preocuparse. Pero no me cree capaz de hacer nada. Me trata como si fuera un objeto.
Él bajó la mirada. Sus dedos jugaron con una pequeña hoja que recogió del banco. Luego, con cautela, habló:
—Vos no sos un objeto, Pia. Nunca lo fuiste.
Ella lo miró fijamente. Y durante unos segundos, no dijo nada. Solo respiró hondo, tratando de calmar el temblor en su pecho.
—Vittorio…
El joven levantó la cabeza justo a tiempo para verla inclinarse hacia él. Su cercanía le aceleró el pulso, pero no se movió. No se apartó. Y entonces Pia lo besó.
Fue un beso corto, apenas un roce tímido, pero cargado de tensión. Al separarse, ambos se quedaron en silencio. Él tenía la respiración agitada, los ojos oscuros brillando con algo que no había mostrado antes. Ella sonrió apenas, como si no pudiera creer lo que acababa de hacer.
—Perdón —susurró, retrocediendo un poco.
—No —dijo él, sacudiendo la cabeza—. No te disculpes.
Pia se levantó, nerviosa, y caminó unos pasos entre los rosales. Vittorio la observó, con la piel aún ardiendo por el beso.
—Esto no está bien —dijo ella, sin mirarlo—. Vos trabajás para él.
—No trabajo para él. Trabajo para el clan —corrigió él, levantándose también—. Pero te cuido a vos. Y me importás vos. Desde el primer día.
Ella giró lentamente. Sus ojos se encontraron de nuevo. Esta vez no hubo palabras, solo una verdad muda que flotaba en el aire entre ellos.
Pia sabía que estaba cometiendo una locura. Que si alguien los veía, si Leonardo llegaba a sospechar algo… Pero en ese momento, la necesidad de sentirse viva, de sentirse querida, pudo más que el miedo.
Se acercó a Vittorio de nuevo. Él la sostuvo de la cintura con delicadeza, como si tuviera miedo de romperla. Sus labios se encontraron por segunda vez, esta vez con más urgencia, más deseo. No era solo un beso. Era una promesa muda de algo prohibido.
Cuando se separaron, apenas un centímetro, ella apoyó la frente en su pecho.
—Nos van a matar si alguien lo sabe —susurró.
—Entonces que no lo sepa nadie.
Él le acarició el cabello con una ternura que la desarmó. Y en ese instante, Pia sintió que, por primera vez desde que había cruzado las puertas de la mansión De Santi, no estaba sola.
Autora te felicito eres una persona elocuente en tus escritos cada frase bien formulada y sutil al narrar estos capitulos