Tras una noche en la que Elisabeth se dejó llevar por la pasión de un momento, rindiendose ante la calidez que ahogaba su soledad, nunca imaginó las consecuencia de ello. Tiempo después de que aquel despiadado hombre la hubiera abrazado con tanta pasión para luego irse, Elisabeth se enteró que estaba embarazada.
Pero Elisabeth no se puso mal por ello, al contrario sintió que al fin no estaría completamente sola, y aunque fuera difícil haría lo mejor para criar a su hijo de la mejor manera.
¡No intentes negar que no es mi hijo porque ese niño luce exactamente igual a mi! Ustedes vendrán conmigo, quieras o no Elisabeth.
Elisabeth estaba perpleja, no tenía idea que él hombre con el que se había involucrado era aquel que llamaban "el loco villano de Prusia y Babaria".
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Capitulo 13
Una semana había transcurrido desde aquel descubrimiento que le había cambiado la vida. Elisabeth se quedó mirando el fuego crepitante en la chimenea, sus manos temblorosas posadas sobre su vientre. La decisión estaba tomada, no podía quedarse.
—No seremos bienvenidos aquí—murmuró, imaginando los murmullos del pueblo cuando su estado se hiciera evidente
Falko, echado a sus pies, levantó la cabeza con esos ojos dorados que siempre parecían entender demasiado. Elisabeth se agachó para acariciar su pelaje grueso, sintiendo un nudo en la garganta.
—No podemos quedarnos —susurró, rascándole detrás de las orejas—. Necesitamos un lugar donde... donde comenzar desde cero.
Al día siguiente Elisabeth planeo ir al pueblo a contratar un chófer con su carreta para que la llevara a su nuevo destino.
El sol agonizante teñía de rojo el sendero boscoso cuando Elisabeth regresaba a la cabaña, sus pasos apresurados sobre las hojas secas. El sendero estaba desierto, salvo por el crujir de las hojas bajo sus botas y el suave andar de Falko a su lado.
Hasta que una figura emergió de entre los árboles, cortándole el paso. Un escalofrío recorrió la espalda de Elisabeth al ver de quien se trataba, Graham.
El molinero esbozó una sonrisa que le heló la sangre.
—Qué casualidad encontrarte aquí, Elisabeth —dijo, aunque no había nada de casualidad en ese encuentro, avanzando hacia ella—. Hace semanas que no te veo por el pueblo. ¿Lo que insinuó ese extraño en la cabaña era una farsa verdad? Eli, sé que no serías capaz de hacer nada indecente... Y que estás considerando la gracia que te ofrezco al convertirte en mi esposa...
Falko gruñó, mostrando los colmillos. Elisabeth posó una mano tranquilizadora sobre su lomo, aunque sus dedos temblaban.
—No te debo explicaciones. Déjame pasar.
Graham no se movió. Al contrario, dio otro paso, luego otro, hasta estar tan cerca que Elisabeth podía oler el alcohol en su aliento.
—Estás más hermosa que la última vez —susurró, extendiendo una mano para tocarle el rostro—. Ese hombre ya no está, ¿verdad?
Elisabeth retrocedió, pero Graham la agarró de los brazos con fuerza.
—¡Suéltame! —ordenó, mientras Falko lanzaba un gruñido profundo.
—Podrías tener una vida de dama noble conmigo —insistió Graham, apretando más—. Pero se me está acabando la paciencia.
Elisabeth forcejeó con él suplicando que la soltará, pero Graham solo tenía palabras de reproche para ella y una brusquedad que iba aumentando.
— ¿Crees que seguiré rogando? ¡Eres una simple herbolaria sin familia! Nadie puede ofrecerte lo que yo te ofrezco, así que acepta por las buenas o por
Falko atacó antes de que terminara la frase.
El perro-lobo de 50 kilos se lanzó como un rayo, colmillos plateados hundiéndose en el muslo de Graham con un crujido húmedo. El hombre gritó, pero en lugar de soltarla, apretó más fuerte, haciendo que Elisabeth gimiera de dolor.
—¡Llamaré a los cazadores para despellejar a tu maldito animal!— Escupió, sacudiendo la pierna ensangrentada—. ¡Y a ti te arrastraré al altar aunque sea a golpes!
El pánico se apoderó de Elisabeth. No solo por ella o por Falko, sino por la vida que crecía en su vientre. Con una fuerza que no sabía que tenía, forcejeó hasta liberar un brazo. Su mano buscó instintivamente el pequeño cuchillo que siempre llevaba en el cinturón.
El siguiente instante pasó como en un sueño.
La hoja se hundió en el ojo de Graham con un sonido húmedo. La sangre caliente salpicó las manos de Elisabeth, y el grito del hombre retumbó en el bosque.
—¡Puta loca! —aulló Graham, empujándola con fuerza.
Elisabeth cayó hacia atrás, golpeándose contra el suelo. Falko, enfurecido, saltó de nuevo sobre Graham, esta vez hundiendo los dientes en su rostro y arrancándole un trozo de oreja con un chasquido repulsivo.
Por un instante Elisabeth solo pudo mirar horrorizada, pero ella no quería hacerle daño a Graham ni a nadie, tan solo defenderse.
—¡Falko! ¡Basta!— La voz de Elisabeth sonó quebrada entre los aullidos de Graham—. ¡Falko, aquí!
El animal retrocedió reluctante, pelaje erizado y babas teñidas de rojo. Elisabeth se levantó tambaleante, notando con alivio que no sentía dolor en el vientre. Sin mirar atrás, corrió hacia la cabaña, Falko protegiendo su retirada.
Al traspasar el umbral, cerró la puerta con un golpe seco y cayó de rodillas, abrazando a Falko.
—Lo siento... lo siento...— sollozó contra el pelaje del animal, mirando sus manos manchadas—.Pudiste haber salido herido y yo no pude hacer nada para evitarlo...
Fuera, los gritos de Graham se perdían entre los árboles, promesas de venganza que ya no importaban. Mañana al amanecer, ya no estaría ahí y nadie sabría que se fue y a dónde fue.
El crujido de las ruedas de la carreta sobre la tierra rompió el silencio de la noche. Elisabeth permaneció inmóvil en el umbral de la cabaña, su mirada recorriendo por última vez el interior del único hogar que había conocido desde que llegó a Klenseifort.
No había recuerdos familiares entre esas paredes - solo los ecos de sus propias risas solitarias, los ronquidos de Falko junto al fuego en las noches frías, y... esos otros recuerdos que se esforzaba por ignorar. El lugar donde Dietrich la había mirado con esos ojos azules que parecían verla hasta el alma.
Apretó los puños, sintiendo cómo las uñas se clavaban en sus palmas.
—Señorita, el camino es largo—la voz áspera del carretero la sacó de sus pensamientos.
Falko, siempre alerta, rozó su mano con el hocico. Elisabeth respiró hondo y subió a la carreta sin volverse. Cuando las ruedas comenzaron a moverse, no miró hacia atrás.
Tres días después - Potsdam.
El sol de la tarde bañaba las calles empedradas de Potsdam cuando la carreta finalmente llegó. Elisabeth contuvo el aliento ante el bullicio que nunca había visto en Klenseifort. Edificios de ladrillo rojo se alineaban en calles bien trazadas, el mercado central hervía de actividad, y el aire olía a pan recién horneado y especias lejanas.
Falko caminaba pegado a ella, las orejas alertas ante el ruido constante. Elisabeth se detuvo frente a una posada de aspecto acogedor, su letrero de madera tallada anunciando "La Rosa y el Cuervo".
—Aquí será—murmuró.
Al empujar la puerta, varias miradas se volvieron hacia ella: la forastera de vestido sencillo, su perro lobo y su hatillo modesto. Elisabeth mantuvo la cabeza alta mientras se acercaba al mostrador, donde una mujer de rostro afilado y delantal impecable la observaba con curiosidad.
—Necesito una habitación —dijo Elisabeth.
—*El animal no entra— declaró, señalando a Falko con un dedo huesudo—. Las reglas son claras: nada de bestias en las habitaciones.
Elisabeth apretó los dedos alrededor del hatillo.
—Escucha y es más obediente que lagunas personas incluso — respondió, con una calma que no sentía—. Falko, sientate.
El perro-lobo se sentó al instante, orejas erguidas.
—Acuestate.
Falko se tumbó, sin apartar los ojos de la posadera.
—Alerta.
El animal se incorporó, pelaje erizado y mirada alerta, como si esperara una orden para atacar.
Un murmullo recorrió la sala. La posadera arqueó una ceja, impresionada a pesar de sí misma, pero no cedió.
—Las reglas son las reglas, muchacha. El perro se queda en el establo.
Elisabeth se inclinó sobre el mostrador, bajando la voz hasta convertirla en un susurro que solo la mujer pudiera oír:
—Soy una mujer sola en un pueblo nuevo. El es mi único amigo mi única protección.
Sus ojos, verdes como el musgo del bosque, brillaron con una determinación que no admitía discusión.
—Veinte marcos extra por noche, gruñó finalmente—. Y si rompe algo, lo pagas tú. La habitación es la del fondo, arriba. No quiero quejas de otros huéspedes.
Elisabeth asintió, demasiado aliviada para discutir por el precio.
ya lo habían comentado que era probable que ese maldito doctor le había hecho algo pero esto fue intenso
MALDITOOOOO/Panic/