Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.
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Capítulo 8
Elisa intentó mantener el foco en la carretera, los ojos fijos en las líneas borrosas por la lluvia, pero era casi imposible.
La mano de Julia, caliente, osada, se deslizaba por su muslo desnudo, subiendo lentamente, trazando caminos prohibidos. Cada toque parecía incendiar su piel, haciéndola apretar el volante hasta que los nudillos de sus dedos se pusieron blancos.
—Julia... —murmuró de nuevo, casi implorando, pero ni ella misma sabía si pedía parar o continuar.
El coche se sacudió levemente cuando Elisa pasó por un bache, el movimiento haciendo que la mano de Julia se deslizara aún más hacia arriba, arrancando un gemido bajo, sofocado, de los labios de Elisa.
Se mordió el labio con fuerza, intentando contener cualquier sonido, pero el placer comenzaba a extenderse como una corriente eléctrica por todo su cuerpo.
—Shhh... —susurró Julia, con una sonrisa traviesa, inclinándose cerca de su oído—. Solo conduce... deja que yo me ocupe del resto.
Elisa sintió todo el cuerpo estremecerse. Sabía que estaba mal. Que era peligroso. Que era una locura. Pero en aquel momento, todo lo que conseguía hacer era aferrarse a la cordura por un hilo, mientras la mano de Julia subía más, acariciando la parte interna de su muslo con una precisión lenta y torturante.
El toque evolucionó, delicado y provocador, hasta encontrar las finas bragas bajo la falda. Julia rozó el dedo allí, levemente, solo lo suficiente para hacer que Elisa jadeara y cerrara los muslos involuntariamente, en un instinto mixto de defensa y deseo.
—Relájate... —murmuró la chica, la voz como un veneno dulce, acariciando el oído de Elisa.
Con la otra mano, Julia acarició su brazo que temblaba en el volante, como si pudiera calmarla, guiarla lejos de la culpa y directo hacia el placer.
El coche comenzó a balancearse sutilmente de un lado a otro, la dirección de Elisa vacilando bajo la intensidad de las sensaciones que dominaban su cuerpo.
Y entonces, de forma lenta, torturante, Julia apartó la braga a un lado con los dedos ágiles, tocando la piel sensible, deslizando suavemente, explorándola.
Elisa soltó un gemido ahogado, mordiendo el puño de la blusa para no dejar escapar el sonido. Sus caderas se movieron involuntariamente, buscando más de aquel toque.
—Eso... —susurró Julia, incentivando, la voz ronca de deseo—. Entrégate a mí...
A cada curva de la carretera, a cada trueno que resonaba afuera, Elisa sentía su cuerpo rendirse un poco más. Conducía como en trance, el placer creciendo dentro de ella, en espiral sin control.
La lluvia golpeaba el coche con fuerza, pero todo lo que ella conseguía oír era el sonido de la respiración entrecortada de las dos, el sonido de sus propios gemidos intentando escapar.
Y, en medio del caos, del miedo y de la excitación, Elisa supo —con una claridad devastadora— que, aunque intentara, jamás conseguiría volver a ser la misma después de eso.
La carretera delante de Elisa era solo un borrón indistinto, como si el mundo alrededor hubiera dejado de importar.
Todo lo que existía era el calor de la mano de Julia bajo su falda, firme, despiadada, explorando con toques cada vez más osados, hasta que, en un movimiento lento y determinado, deslizó dos dedos por la intimidad ya húmeda de Elisa.
Elisa jadeó fuerte, la cabeza cayendo por un segundo antes de forzarse a mantener los ojos abiertos, la respiración pesada, entrecortada.
—Julia... —gimió bajo, sin fuerzas para protestar, sin voluntad real de impedir.
Julia sonrió de lado, satisfecha, y sin previo aviso, la penetró suavemente con los dedos, sintiendo el calor pulsante acogerla.
El gemido que escapó de Elisa fue más fuerte, ronco, imprudente, llenando el pequeño espacio del coche sofocado por la tormenta.
Sus muslos se contrajeron alrededor de la mano de Julia, el cuerpo entero vibrando, pero aun así, en un intento desesperado de mantener la cordura, Elisa mantuvo el coche en el carril, aunque sus manos temblaran en el volante.
—Tan mojada para mí... —susurró Julia, los labios rozando su cuello, provocando un escalofrío inmediato.
Comenzó un movimiento rítmico, entrando y saliendo lentamente, provocando, jugando, conociendo cada reacción de Elisa como si fuera un mapa que ya hubiera memorizado.
Elisa soltó otro gemido, esta vez alto, irreprimible, sus caderas moviéndose contra los dedos de Julia, buscando más, queriendo más.
—Eso, linda... —incentivó la profesora, aumentando el ritmo, el pulgar jugando con el clítoris, arrancándole pequeños gritos ahogados.
El coche amenazó con salirse del carril en una curva, y Elisa necesitó agarrar el volante con fuerza, volviendo a la carretera con un tirón. Pero el placer era insoportable, caliente y avasallador, robándole cualquier rastro de control que aún le quedaba.
Los ojos se cerraban en espasmos, la boca entreabierta soltaba sonidos desesperados, y el cuerpo... el cuerpo imploraba, se rendía sin vergüenza, sin culpa.
—Déjame verte correrte, profesora... —murmuró Julia, los dedos moviéndose más rápido ahora, certeros, sin piedad.
Elisa intentó responder, intentó negar, intentó resistir.
Pero fue inútil.
solo asintió con la cabeza casi implorando
El clímax la alcanzó como una ola brutal, arrancándole un gemido alto, ronco, que resonó dentro del coche como un grito de libertad.
El coche se estremeció junto con ella, pero Elisa consiguió mantenerse en el carril, incluso mientras el cuerpo entero temblaba, cada músculo se contraía, cada nervio ardía en éxtasis.
Cuando finalmente consiguió respirar, jadeante, sudada, completamente entregada, Elisa dejó escapar una risa nerviosa y sin fuerzas, mientras Julia se acomodaba satisfecha en el asiento, lamiendo discretamente sus propios dedos con gusto.
—Este fue el viaje más peligroso de tu vida, ¿no? —provocó, maliciosa.
Elisa solo negó con la cabeza, el rostro sonrojado, el pecho subiendo y bajando en busca de aire, sin valor para mirar a un lado.
La única cosa de la que estaba segura era que, a partir de aquel momento, ya no había vuelta atrás.
Julia había cruzado la última línea —y ella la dejó.