Giorgia Bellini, una joven de 22 años, proviene de una familia conservadora y con una madre feminista. Tiene poco interés por las relaciones personales y el sexo. Su vida cambia cuando descubre que su mejor amiga, Livia Vespucci, también de 22 años, está en una relación con un novio dominante. Aunque Livia asegura estar feliz, Giorgia empieza a sospechar que algo no está bien.
Preocupada por los comportamientos controladores del novio de Livia, Giorgia investiga el BDSM por Internet y descubre que lo que está viviendo Livia no es una práctica sana, sino abuso. Decide llevarla a una comunidad de BDSM, con la excusa de querer aprender, pero su verdadero objetivo es que Livia se dé cuenta de que su relación no es BDSM, sino abuso.
Mientras Giorgia se adentra en este mundo, conoce a un dominante que cambia su perspectiva sobre el amor y el control. Ahora, debe enfrentar un dilema: ¿puede ayudar a su amiga sin arriesgar su amistad y su propio corazón?
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Tensión.
Rodrigo sigue con su discurso.—El BDSM es respeto mutuo y la capacidad de explorar fantasías, entregar el control y sentirse libres y plenos; no lo confundan con abuso.
Rodrigo deja que sus palabras se asienten en la sala, sus ojos recorren las caras de las personas presentes. La atmósfera parece volverse más densa a medida que las palabras de Rodrigo calan hondo, haciendo que algunos piensen, que otros se atrevan a reflexionar sobre lo que creían saber.
—Es importante entender que, en todas estas relaciones, el consentimiento es clave. El BDSM no se trata solo de sexo, no se trata de daño. Se trata de encontrar un equilibrio, de asegurarse de que ambas partes estén comprometidas con la dinámica y que sus límites sean respetados. No hay roles fijos, y lo que funciona para una pareja no necesariamente funcionará para otra. Por eso es tan importante la comunicación.
Las palabras flotan en el aire, pesadas, cargadas de un mensaje que muchos necesitan escuchar. Giorgia observa a Livia de reojo. Está tan concentrada que parece perdida, como si aún estuviera tratando de procesar lo que acaba de escuchar. Sin embargo, una leve sonrisa asoma en su rostro, como si estuviera comprendiendo algo que antes le resultaba incomprensible. Giorgia la observa, sabiendo que Livia está más cerca de abrir los ojos que nunca.
El cuerpo de Giorgia siente un pequeño escalofrío que la recorre, esa sensación familiar de que alguien está observándola. Se gira, pero no ve nada, solo el murmullo de conversaciones ajenas llenando el espacio. La sensación persiste, como una ligera presión en la espalda, y un nudo se forma en su garganta. Ella trata de ignorarlo, pero no puede.
Al terminar la clase, por así decirlo, cada uno se pone de pie, separándose para hablar entre sí o para dirigirse a los salones disponibles. Esos lugares, privados y reservados, son donde las sesiones de BDSM comienzan de verdad, lejos de las conversaciones públicas y filosóficas. Sin embargo, aún en este espacio común, algo palpita en el aire, algo que cambia el curso de la noche.
—Vaya, he estado engañada toda mi vida, ¿ese hombre tan sexy, poderoso e imponente es un sumiso? Pia solo sonríe, casi con desdén, por las palabras de Clara.
—Tienen muy satanizado al BDSM; yo prefiero mil veces una relación así que una normal. Cuando hay comunicación, puede ser perfecta. Clara abre los ojos, sorprendida, pero ahora tiene una curiosidad encendida. Quiere saber más, siente que un mundo desconocido se abre ante ella.
—Bueno, chicas, iré a jugar un rato; pórtense mal, pero háganlo bien. —Sonríe Pía, con una mirada juguetona y se aleja, dejando a las otras con sus pensamientos.
Clara también comienza a recorrer el lugar con paso decidido, observando a los demás, mientras Rodrigo se acerca a Livia. Él parece serio, pero hay algo en su mirada que denota una urgencia silenciosa. Necesita hablar con ella. Giorgia se siente observada una vez más, pero esta vez es diferente; es una presencia inquietante, inconfundible.
—Hola, Giorgia, me gusta verte hoy aquí. Sonríe ligeramente, y su mirada se suaviza por un segundo. Luego, sus ojos se dirigen hacia Livia, que lo observa con cautela.
—Mucho gusto, soy Rodrigo Trovato, y me gustaría hablar contigo. Livia, aún un tanto desconcertada, observa a Giorgia en busca de una respuesta. Giorgia le asiente, dándole permiso para quedarse. Un gesto mínimo, pero suficiente.
Ellos comienzan a hablar, sus voces se pierden en el murmullo de la habitación mientras Giorgia les da espacio. Se aleja un poco, caminando por el salón con la vista fija en los demás. Los observa y, al igual que antes, se encuentra fascinada por lo que ve. Las interacciones entre las parejas, el juego de roles, la atmósfera cargada de tensión y deseo. Todo parece tan distante, pero al mismo tiempo, tan cercano.
Y de repente, el escalofrío regresa. Una vez más, ese inexplicable sentimiento de ser observada. Giorgia gira la cabeza instintivamente, y sus ojos se fijan en el final del pasillo. Allí está. Un hombre, imponente, de pie en las sombras, como si hubiera surgido de la nada. Su presencia es tan poderosa que hace que todo lo demás se desvanezca por un momento.
Es alto, de cabello castaño, con un cuerpo atlético que parece modelado a la perfección. Lleva una camiseta negra que resalta sus músculos, ajustada a su figura con una precisión casi aterradora. Sus pantalones negros abrazan su cuerpo de manera similar, creando una silueta dominante que atrae la mirada sin esfuerzo. Pero lo que más capta la atención de Giorgia es el brazalete en su muñeca derecha. Un símbolo claro de control, poder y autoridad, tan distintivo que lo hace inconfundible.
«Santo Dios, ¿Qué me ocurre? »
La mirada de él es penetrante, fija en ella como si pudiera leer cada uno de sus pensamientos. La sensación es tan intensa que Giorgia siente como si su corazón latiera más rápido, como si el aire se volviera más denso alrededor de ellos. Su cuerpo tiembla involuntariamente, pero no es miedo lo que siente. Es una mezcla extraña de atracción, deseo y algo más, algo que la desestabiliza por completo.
Un paso hacia ella, y el espacio entre ellos parece encogerse de manera imposible. Giorgia siente que la gravedad misma cambia, como si el mundo entero hubiera girado solo para centrarse en él. Su estómago se contrae, y sus sentidos se agudizan al máximo. Está atrapada en su presencia, y lo sabe. La mirada de él la envuelve, la consume, dejándola sin aliento, sin saber cómo reaccionar. Él no necesita hablar; su presencia lo dice todo.
«¿Por qué este hombre hace que me sienta así?
—¿Te inquieta mi mirada? La voz de Vittorio es baja, grave, como un susurro que atraviesa el aire y se clava directamente en su pecho. Su tono es tan penetrante que parece hacer que todo a su alrededor se detenga, volviendo todo lo demás irrelevante.
«¿Por qué no puedo hablar? ¿Qué me está pasando?»
Giorgia no puede responder, su cuerpo está completamente inmóvil. La sensación de estar atrapada en algo mucho más grande que ella la paraliza. Hay algo en su mirada, algo oscuro y posesivo, que no puede entender completamente, pero que la atrae con una fuerza que no puede rechazar.
—Vittorio Di Montebello. Es un placer conocerte. Giorgia siente cómo su cuerpo reacciona, como si toda su existencia estuviera alineada con esa mirada, con esa presencia imponente.
«Hasta ese nombre es increíble, basta, Giorgia contrólate, pareces idiota.»
Por un segundo, todo lo que hay en la habitación desaparece, y lo único que importa es él. La electricidad entre ellos es palpable, intensa, casi física. Giorgia siente que su respiración se detiene por completo mientras la tensión entre ellos se vuelve insoportable.
De repente, la voz de Rodrigo rompe el hechizo, y Giorgia siente que puede respirar nuevamente.
—Giorgia, aquí estás; creo que debes ir ahora con tu amiga. Rodrigo lo dice con tono firme, pero sus ojos no dejan de fijarse en Vittorio, reconociendo algo peligroso en su mirada.
—Sí, por supuesto, Rodrigo, ahora mismo. Las palabras salen de Giorgia sin pensar, como si estuviera siguiendo un mandato que aún no entiende completamente. Se gira para irse, pero no puede evitar mirar hacia atrás. Y allí está él, observándola como si supiera que su destino acaba de cambiar.
—Adiós, señor Vittorio. Dice en un susurro, con la voz temblorosa, sin poder evitarlo. La mirada de él se oscurece aún más, y su calma inquietante se vuelve aún más profunda.
—Hasta luego, Giorgia. La voz de Vittorio se queda en el aire, como una promesa no dicha, una amenaza apenas perceptible.
Ella se aleja, pero su cuerpo aún tiembla, y sus ojos no pueden apartarse de él.
—Aléjate de ella, Vittorio, y me vale poco que seas mi amigo. La voz de Rodrigo es más baja, pero llena de autoridad, como una advertencia que no deja lugar a dudas.
—Has cambiado de rol, Rodrigo; ahora eres dominante. La voz de Vittorio es tranquila, pero lleva consigo una amenaza sutil, un recordatorio de que el poder puede estar en cualquier parte.
—No te quiero cerca de ella; Giorgia no está lista para nadie, y mucho menos para ti. Rodrigo no se retracta, sus palabras son firmes, pero la tensión en el aire sigue creciendo.
—A mí tampoco me va a importar que seas mi amigo, Rodrigo. Así que no te intrometas. Vittorio responde sin vacilar, con una tranquilidad inquietante, mientras observa a Giorgia alejarse.
Vittorio.
Si será cierto 🙂 de tomate tu tiempo.
O no lo pienses mucho y dadme 🫴 la respuesta.. 🫢🙂🙂🙂🙂