Damian Dufort, un empresario con un gusto a las prácticas del BDSM, en una salida conocerá a una mujer que cambiará su mundo, sin embargo en el camino deberán atravesar dificultades, pero las pasiones prohibidas los unirán, enseñando que hay fuerzas más fuertes que la maldad.
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Capítulo 11.
Capítulo 11.
Me senté en un mueble al frente de ella le dije que me mirará, lo hizo y con voz temblorosa preguntó por qué se encontraba en ese lugar, prometiendo que no sabía nada de Anna.
En este tiempo me he encargado de regar información de que Anna había robado una fuerte cantidad de dinero al líder de la mafia y todos la buscaban, ya Claudia me había dicho que ella no sabía nada y no quería que la acción de su prima la perjudicará en su trabajó.
La tranquilicé diciendo que no tenía nada que ver con Anna, era algo que solo nos comprometía a los dos.
Sabía que Anna fue la que la incentivó a Claudia a proponerme la escena aquel día, así que consciente de que Anna estaba escuchando todo lo hablábamos empecé a decir.
—¿Recuerdas ese día, que me propusiste que querías experimentar una escena del BDSM conmigo y querías darme tu virtud?
Te envié a buscar, para proponerte que seas mi sumisa, esta es tu oportunidad para poder ser mi mujer.
Claudia escuchó mis palabras y me dio una sonrisa, me levanté del sofá camine a ella con mis dedos levanté su mentón, me acerque a su rostro dejando que mi aliento tocara su piel me acerque a su oído y dije, solo será una vez como lo propusiste aquel día, quiero que tu respuesta sea un sí o un no, ni una palabra más.
Me alejé de ella y volví a tomar asiento en el mueble a esperar su respuesta. — Bien, aceptas estar conmigo.
—Si, dijo.
Respuesta que yo sabía que iba a llegar.
Anna no pudo escuchar lo que susurré al oído de Claudia, así que pensara que voy a convertir a Claudia en mi sumisa.
Al tener una respuesta afirmativa, le dije que en regalo de compensación a él regalo que ella me estaba ofreciendo le daría un apartamento solo para ella donde ella elija, más un automóvil de su preferencia, ella se encontraba en completo silencio y solo asentía con su cabeza sin decir palabra alguna.
Claudia no dijo nada solo se mantuvo en silencio como una perfecta sumisa.
Saque mi celular y mire a la cámara que había en frente de Anna, pude observar que Andrés busco una silla y se sentó al lado de ella riéndo de la escena mientras Anna se movía incómoda por la situación.
Apagué la pantalla y volví a guardar el móvil.
Le ofrecí la mano a Claudia, ella se levantó con cuidado, apagué las luces, y undi otro interruptor cambiando de luces.
La habitación quedó iluminada solo por la luz suave de las bombillas, creando sombras en las paredes. El aire estaba cargado de anticipación, y el silencio era casi palpable.
camine con ella a la cama y ahi había un bolso de donde saqué un atuendo muy escotado solo era una pequeña panti en encaje que a lo largo tenia dos cinturones que pegaban con su justador haciendo que la prenda quedara en una sola pieza de color blanco, que brillaba con la luz que salia de la habitación.
Empecé a quitar la ropa que traía puesta con sumo cuidado, le dije que tuviera confianza, dejándola totalmente desnuda, luego empecé a colocar el atuendo que saque anteriormente.
Ella fue muy obediente y dejaba que yo la guiara en cada paso, cuando estuvo lista ordene que se acostara en la cama y ya ahí estaba lista las mordazas que utilizaría, proseguí a dejarla lista y salí directo al baño de la habitación.
Luego de unos minutos salí, en el centro de la habitación, una figura esperaba, atada.
Yo sali, vestido de negro, me movía de forma cuidadosa y silenciosa, mantuve mis ojos fijos en la persona atada, queriendo que fuera otra persona la que estuviera en esa cama. Cada movimiento era deliberado, cada gesto calculado para aumentar la tensión y el deseo.
"¿Estás lista?" pregunté, en voz baja y suave, pero llena de autoridad.
La respuesta fue un susurro, apenas audible, pero suficiente para que yo sonriera ligeramente. Con movimientos precisos, comencé a ajustar las ataduras, asegurándome de que estuvieran cómodas pero firmes.
La habitación se llenó de un aroma dulce, agradable, proveniente de los aceites que empecé a sacar y aplicar suavemente sobre la piel de Claudia.
Quería que su deseo fuera único y mágico, cada toque era una proeza, cada caricia una invitación a que se dejara llevar por el placer y la confianza.
Mientras untaba él aceite mis manos recorrían toda su piel blanca y delicada, Claudia es una mujer hermosa, pero no la mujer a quien le quiero dedicar mis caricias, ni la magia de una escena como esta.
Sus piernas están libres de ataduras solo tengo inmovilizada sus manos para no poder ser tocado por ella.
Luego de tener su cuerpo totalmente preparado, busque en el bolso la herramienta que necesitaba en estos momentos.
Sostuve la rueda de wartenberg, que se encontraba en mi saco, colocándola en su mejilla para empezar el recorrido por su cuerpo.
Al ella sentir como las ruedas sensibles, pero a la vez con un filo no dañino, empezó a recorrer su cuerpo, este tomo vida y se erizó.
La idea de este objeto, es que empiece a despertar en ella un deseo jamás experimentado.
El cuerpo de ella empezó a reaccionar dejando ver una grandiosa reacción en su piel.
No aguantó la reacción y cruzó sus piernas.
Tome una fusta y deje caer un latigazo en sus piernas y en voz firme dije, que no ordené que emitiera sonido o se moviera.
Asintió con la cabeza.
Seguí mi recorrido pasando por el lugar que había golpeado anteriormente, y llegando a su pliegue, podía observar cómo su abdomen se comprimia y sabía que no estaba preparada para una escena extensa.
Al ver que su liberación estaba pronta a venir, deje de hacer lo que hacía y me acerque a su oído, y pregunté. ¿Te sientes preparada para más?
Su respiración era agitada y su cuerpo no aguantó el estímulo y cuando le hable cerca a su oído pude ver cómo obtuvo su primera liberación, empezó a respirar muy rápido y ahogado.
—¿Dime que quieres? pregunté firme colocando la fusta en uno de sus senos.
No contestó nada por la reacción a su liberación, así que deje caer la fusta suave pero a la vez firme en uno de sus senos haciéndola reacionar, pero sus ojos dilatados mostraba el deseo que su cuerpo tenía.
—Quiero ser tuya, dijo en un susurro.