En un mundo donde la lealtad y el deseo se entrelazan, una joven se encuentra atrapada entre la pasión y el peligro. Tras un encuentro inesperado con un enigmático mafioso, su vida da un giro inesperado hacia lo prohibido. Mientras la atracción entre ellos crece, también lo hace el riesgo de entrar en un juego mortal de poder y traición.
Sumérgete en una historia cargada de erotismo y tensión, donde cada decisión puede costar caro. ¿Podrá su amor desafiar las sombras del crimen, o caerá presa de un destino que la dejará marcada para siempre? Una novela que explora los límites del deseo y la redención, perfecta para quienes buscan emociones intensas y giros inesperados.
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# Capítulo 8: El Juego de Sombras
La tensión en la sala era casi insoportable. Ana se encontraba en el centro de una tormenta, rodeada de jugadores que parecían más depredadores que compañeros. Enzo, Alessandro y los nuevos llegados formaban un círculo de miradas afiladas que la escrutaban, y ella sabía que su cada movimiento sería analizado y juzgado. La mesa de juego, una vez un campo de posibilidades, ahora se había convertido en un campo de batalla.
“Es solo un juego amistoso”, había dicho Enzo, pero Ana podía sentir la carga de su amenaza. La noche había tomado un giro oscuro, y las apuestas no eran solo de fichas, sino de reputaciones y vidas.
Mientras se repartían las cartas de la siguiente mano, Ana cerró los ojos por un momento, tratando de centrar su mente. Recordó el consejo de su padre: “En el juego y en la vida, la calma es tu mejor aliada”. Abrió los ojos y observó las cartas frente a ella. Una mano mediocre, pero la oportunidad de jugar con astucia aún estaba en su alcance.
“¿Listos para la siguiente ronda?” preguntó el crupier, y el murmullo en la sala se apagó. Ana sintió que las miradas de Enzo y Alessandro se posaban en ella, como si esperaran que cometiera un error.
“Voy a igualar”, dijo Ana, desafiando a la sala. La apuesta mínima se elevó, pero ella sabía que debía tomar riesgos. No podía permitir que la duda la detuviera. La sala estaba cargada de tensión, y cada uno de los jugadores contenía el aliento.
El juego continuó y Ana comenzó a recoger información de los demás jugadores, observando sus reacciones, las pequeñas señales que podrían delatar sus manos. Enzo, por otro lado, era un maestro en mantener la calma. Con cada carta que se revelaba, su expresión permanecía impasible, como si ya supiera el resultado.
Cuando llegó su turno de decidir, Ana notó que todos la miraban con expectación. “Voy a subir la apuesta”, anunció, sintiendo una oleada de adrenalina. “Cien fichas más”. El desafío resonó en el aire, y los murmullos se intensificaron.
“¿Te has vuelto loca?” preguntó uno de los jugadores más experimentados, incrédulo ante su osadía. “Estás arriesgando demasiado”.
“Tal vez, pero el riesgo es parte del juego”, respondió Ana, sintiendo que cada palabra estaba cargada de significados ocultos. Era un juego de cartas, sí, pero también un juego de poder. Se enfrentaba no solo a los jugadores, sino a la incertidumbre de su propia valentía.
Enzo la miró, una chispa de interés en sus ojos. “Así se habla”, dijo, pero su tono tenía una capa de sarcasmo. “¿Te sientes afortunada, Ana?”
“Estoy aquí para jugar, no para sentirme afortunada”, replicó ella, su determinación palpable. El crupier continuó repartiendo las cartas, y Ana sintió que el destino se estaba forjando con cada carta que se revelaba.
Finalmente, llegó el momento de mostrar las manos. Ana sintió que su corazón latía con fuerza mientras revelaba sus cartas. Había sido una jugada arriesgada, pero su mano era digna de respeto. Un trío que la colocaba en una buena posición.
Los murmullos crecieron, y Ana sintió el alivio recorrerla. Pero cuando Enzo mostró su mano, un escalofrío la recorrió. Un full que dejó claro que había subestimado su competencia. La sala estalló en un murmullo de incredulidad.
“Buena jugada, pero no suficiente”, comentó Enzo, una sonrisa burlona en su rostro. Ana sintió que el aire se le escapaba. La derrota era amarga, pero no podía permitirse rendirse. Las luces del bar parecían parpadear, y la atmósfera se tornó aún más pesada.
“Te falta experiencia, Ana”, dijo Alessandro desde el fondo, su voz resonando como un eco ominoso. “Te crees lista, pero este juego es más complejo de lo que imaginas”.
Ana lo miró, sintiendo cómo sus palabras la atravesaban. No podía dejar que la duda la consumiera. “He aprendido más en esta noche que en años”, respondió, con la voz firme. “No me subestimes”.
El siguiente juego comenzó, y Ana se sintió más determinada que nunca. Las cartas se repartieron y, aunque su mano era aún más mediocre que la anterior, sabía que el verdadero juego no se trataba de cartas, sino de estrategia. Observó a Enzo, su respiración controlada, y a Alessandro, quien parecía disfrutar del caos que reinaba a su alrededor.
“Voy a igualar”, dijo, forzándose a mantener la calma mientras la tensión aumentaba. Los jugadores se miraron entre sí, y Ana sabía que cada decisión la acercaba más a un punto de no retorno.
Mientras avanzaba la partida, el grupo de hombres que había entrado antes comenzó a moverse, como sombras danzantes al borde de la sala. Ana notó que se dirigían a una mesa cercana, y su corazón se aceleró. Sabía que su presencia no era casual; tenían un interés en lo que estaba sucediendo.
“¿Crees que eres la única en el juego, Ana?” susurró Enzo, rompiendo su concentración. “No puedes ver más allá de lo evidente”.
Sus palabras eran veneno puro, y Ana sintió la necesidad de contestar. “He aprendido a jugar en los márgenes, Enzo. ¿Y tú? ¿Acaso crees que este es solo un juego de cartas?”
Enzo sonrió, su expresión un cruce entre respeto y burla. “Tal vez estés aprendiendo, pero el precio del conocimiento puede ser alto”.
Ana decidió que ya no podía mirar hacia atrás. La siguiente ronda se desarrolló con un ritmo frenético. Las cartas se estaban revelando, y el tiempo parecía dilatarse. Sus manos temblaban, no por miedo, sino por la intensidad del momento.
Finalmente, llegó la mano decisiva. Ana tenía una buena combinación, suficiente para hacer una jugada arriesgada. “Voy a subir la apuesta a quinientas fichas”, declaró, sintiendo cómo el murmullo en la sala se intensificaba.
“Eso es demasiado, ¿no crees?” preguntó un jugador al borde, pero ella no se inmutó. Su mirada estaba fija en Enzo, desafiándolo a que se rindiera.
“¿Aceptas el reto, Enzo?”
Él la observó, su sonrisa desvaneciéndose mientras sopesaba su próxima movida. El crupier, nervioso, aguardaba la respuesta. El silencio en la sala se volvió ensordecedor.
“Voy a igualar”, respondió Enzo finalmente, y el aire se cortó como una cuerda tensa.
La revelación de las cartas fue un espectáculo. Ana mostró su mano con confianza, un color en su rostro que apenas ocultaba la ansiedad. Había ganado, pero no solo una mano; había ganado respeto. La sala estalló en murmullos y exclamaciones, pero su mirada se centró en Alessandro.
“Parece que la niña tiene algo de talento”, dijo él, su voz cargada de sorpresa. Ana sintió una mezcla de orgullo y desafío. No había retrocedido. Había peleado con todo lo que tenía.
Sin embargo, en la penumbra de su victoria, sabía que esto era solo el comienzo. El juego estaba lejos de terminar, y la sombra de Enzo aún se cernía sobre ella. Ana comprendió que había despertado un interés peligroso en sus oponentes, y eso podía tener un precio.
La noche avanzaba, y con cada mano jugada, el juego se tornaba más complicado. Ana había entrado en un mundo donde el miedo y la ambición eran los protagonistas, y ella debía decidir hasta dónde estaba dispuesta a llegar.
Con cada carta que se jugaba, cada mirada que la desafiaba, Ana sabía que el verdadero juego había comenzado. Una lucha no solo por ganar, sino por mantenerse en pie en un mundo que no mostraba piedad. La determinación ardía dentro de ella, y estaba lista para enfrentar las sombras que la acechaban.
“Bienvenidos al juego, Ana”, murmuró para sí misma, preparándose para lo que estaba por venir.