Cathanna creció creyendo que su destino era convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar. Pero todo cambió cuando ellas llegaron… Brujas que la reclamaban como suya. Porque Cathanna no era solo la hija de un importante miembro del consejo real, sino la clave para un regreso que el reino nunca creyó posible.
Arrancada de su hogar, fue llevada al castillo de los Cazadores, donde entrenaban a los guerreros más letales de todo el reino, para mantenerla lejos de aquellas mujeres. Pero la verdad no tardó en alcanzarla.
Cuando comprendió la razón por la que las brujas querían incendiar el reino hasta sus cimientos, dejó de verlas como monstruos. No eran crueles por capricho. Había un motivo detrás de su furia. Y ahora, ella también quería hacer temblar la tierra bajo sus pies, desafiando todo lo que crecía.
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CAPÍTULO QUINCE: LAS FORTALEZAS
—Aléjense de mí —ordenó con voz firme—. No tienen que hacer esto. No es necesario matarnos entre nosotros.
—Claro que lo es —respondió el más bajo con frialdad—. Es divertido cuando hay acción de por medio —recorrió a Cathanna de arriba abajo y sonrió mostrando unos dientes torcidos y amarillos.
—¿Qué te parece si nos divertimos con esta chica? —sugirió el de cabello rojo, sin dejar de verla —. Es más bonita que mi novia.
Cathanna tragó duro, sosteniendo la espada con más fuerza. Retrocedió, con miedo. No quería pasar por esa situación nuevamente, no quería recordar lo que era sentir roces en su piel, la sensación de asco, el pánico. No deseaba ese sentimiento que le atormentaba la cabeza diariamente.
—Déjenme sola —tartamudeó.
El más alto y de cabello rojo, cuyo nombre era Boyle, miro a su compañero, de cabello negro y dientes torcidos. Guardo su espada en la vaina y se acercó a Cathanna a paso corto, quien chocó con una roca que la hizo caer y soltar la espada. Él aprovechó y se lanzó sobre ella, sosteniendo sus dos manos.
—No te alteres, hermosa. —Pasó su lengua por su rostro—. Todo estará bien. No soy tan brusco cuando someto a una mujer. Aunque, bueno, siempre terminan pidiendo más duro.
—¡Asqueroso! —Intentó zafarse, pero era imposible—. ¡Suéltame ya!
—¡Coopera, chica!
Ella le dio un golpe en la entrepierna, provocando que él se retorciera de dolor en el piso. Tomó su espada rápidamente y los señaló. El chico de la daga se acercó con malas intenciones.
Ella hizo un giro, pasando la espada por su cuello hasta cortarle la cabeza. Sus manos temblaron con fuerza al ver la cabeza caer lejos de su cuerpo. Abrió los ojos de par en par. Su respiración se agitó.
El cuerpo cayó de rodillas y luego se desmoronó en el suelo. Ella retrocedió, sintiendo cómo el agarre de su espada se volvía flojo. El miedo invadió su cuerpo; su mente se nubló, diciéndole que había matado a una persona.
El otro se levantó rápido del suelo. Sacó su espada y se abalanzó sobre ella, haciéndola tropezar, pero no cayó al suelo. El sonido de las espadas chocando era lo único que llenaba el aire en ese momento. Ambos eran buenos, aun así, él tenía una ventaja evidente. Pero ella también tenía una ventaja y era la capacidad de ser ágil, dando giros como los que hacía cuando estaba con Runa, en su clase de baile.
Ella logró hacerle un corte profundo en el rostro, de donde brotó abundante sangre que manchó el suelo. Pero eso no lo detuvo, al contrario, pareció encender una llama que se mantenía apagada.
Le dio un ataque que rasgó un costado del cuerpo de ella, haciéndola soltar un jadeo de dolor. La sangre no tardó en bajar como un río. La espada por poco y se escapa de sus manos, pero se obligó a resistir, porque no podía morir.
Ella lanzó un ataque rápido, su mente la llevó al momento en el que comenzó a practicar la espada por primera vez, como había resbalado tantas veces de sus manos hasta que pudo elevarla al cielo sin que sus manos temblaran de miedo.
Un nuevo golpe rasgó su pantalón, abriendo una profunda herida en su muslo, cuyo dolor hizo la paralizaba por un instante. Su fuerza comenzó a flaquear, y cuando quiso dar un paso, su pierna cedió.
Cayó al suelo con un golpe seco, su espada escapó de su agarre, quedando unos metros fuera. Su respiración era errática, su pecho subía y bajaba con intensidad. Y el dolor que sentía, amenazaba con hacerla cerrar los ojos, pero rendirse no debía hacer parte de ella en ese momento.
Él se acercó con paso vacilante, como si estuviera disfrutando la vista, giró la espada en su mano. Llegó a ella y la miró con una ceja levantada. No hacían falta palabras para saber qué pasaría después.
Cuando la espada descendió, ella actuó por puro instinto, sujetando con ambas manos el objeto filoso. Sintió su piel rasgándose, la sangre no se hizo esperar y comenzó a gotear sobre su rostro.
Un crudo grito de dolor, furia y desesperación escapó de su garganta, y con toda la fuerza que su cuerpo lastimado le permitía, empujó al hombre hacia atrás, provocando que su equilibrio se esfumara y terminará en el suelo como ella. Sin perder tiempo, se levantó. Su mirada llorosa se posó en la daga en la mano del decapitado. Se acercó a esta y la tomó con manos temblorosas.
Aquel hombre estaba por levantarse, pero ella se le lanzó encima. Hundió el objeto en su carne una y otra vez, sin pensar, sin respirar, solo impulsada por el dolor y la rabia, no porque la hubiera lastimado, sino por lo que quería hacer al principio, porque eso le hizo recordar a ese hombre, le hizo recordar que debía callar para mantener su vida cuando no había sido la culpable de nada, que no había provocado lo que pasó, y, aun así, la sociedad la tacharía de muchas cosas.
La sangre salpicaba en su rostro, su cabello, su uniforme, pero no se detenía. Las lágrimas bajaron por sus mejillas. El enojo no cesaba, se incrementaba hasta que aquel cuerpo inerte bajo ella estaba irreconocible. Su rostro destruido, su pecho que dejaba ver lo que había dentro. Ya no quedaba más de aquel chico que quería aprovecharse de ella.
Ninguno estaba vivo. Ellas los mato, no por gusto, sino porque debía hacerlo, porque tenía que aprender a defenderse, porque no iba a permitir que nadie tocara su cuerpo sin que ella estuviera de acuerdo. Y porque, si pasaba algo, ellos no dudarían ni un segundo en matarla.
Miro sus palmas destrozadas, su mente se puso en blanco, y entonces el mundo a su alrededor comenzó a dar vueltas. Las lágrimas seguían bajando de su rostro, pero esta vez con más intensidad. Parpadeo varias veces, noto sus manos temblorosas con violencia, no por dolor de las heridas abiertas, sino por la tormenta que se desataba en su mente, una tormenta que quería detener cerrando los ojos con fuerza.
Nunca imaginó que mataría a alguien, mucho menos que se encontraría en ese lugar lleno de asesinos, donde ella también se había convertido en uno, porque Rivernum no era para los débiles de cuerpo y mente, sino para los valientes, esos que no le temían a morir, que, al contrario, amaban llamarla para burlarse de ella.
—Dios mío, perdóname por lo que hice, por favor… —Puso su cabeza en la tierra, haciendo una reverencia para un Dios que podría existir como no. Sus manos arañaban la tierra mientras su frente golpeaba el suelo una y otra vez, con reverencias, como si aquel acto de deserción, pudiera apagar el fuego que la incendiaba por dentro.
El miedo por la reacción de su Dios era más poderoso que cualquier otra cosa. Se sentía una rebelde, pero… ¿Por qué se sentía así cuando solo defendió su vida?
Las náuseas golpearon sus sistemas como una avalancha que destruía todo a su paso, y no tardó en rendirse ante ellas. Su cuerpo se convulsionó con arcadas. Era un producto del hedor a sangre y la imagen de los cuerpos a su alrededor, como por la ansiedad, esa que le daba la certeza de que su vida ya no volvería a ser la misma nunca más.
Se limpió la boca al tiempo que el panorama comenzaba a cambiar, como si todo hubiera sido parte de una alucinación. El castillo comenzaba a aparecer antes sus ojos, a unos metros de distancia. El pasillo por el que había entrado, se encontraba ahí, con la puerta abierta, esperando que ella cruzara. Volteo la cabeza, los dos cuerpos seguían ahí.
Cuando estaba por levantarse, su brazo derecho, con un fuego que parecía nacer desde lo más profundo de su piel. Apretó los dientes, soltando un gemido ahogado. Se quitó el guante y levantó la camisa hasta su hombro, cuya piel se movía como si un enjambre de alacranes quisiera escapar.
Cerró los ojos con fuerza. El dolor era insoportable cuando un círculo de fuego comenzó a tomar forma: una serpiente azul devorándose a sí misma. Desde adentro del círculo donde parecían estar los insectos, un ave fénix emergió con alas desplegadas como si estuviera renaciendo de las cenizas. Estaba rodeado de fuego, uno que se fundió con su piel, y abajo las palabras Estrategia. Un pequeño número estaba unos centímetros más abajo de la palabra grande.
Su uniforme cambió. Dejo de ser negro para ser de un color azul oscuro, similar al azul de su cabello, y el emblema del castillo estaba en el pecho derecho: una espada de cabo amarillo con una serpiente enrollada alrededor, sobre un fondo vino tinto con una mancha oscura que simbolizaba la sangre derramada y la que estaba por caer. Y sobre un listón dorado, en la parte inferior, se leía Sangre y honor, mientras que en la parte inferior, otro listón idéntico decía el nombre del castillo.
Su mirada terminó en unas figuras que se alzaron desde la penumbra, envueltas en tunicas doradas, como el sol que se escondía en ese momento. Su rostro permanecen ocultos tras máscaras lisas, sin rasgos, sin alma.
Avanzaron en silencio, como si el propio tiempo se hubiera detenido para admirar su escalofriante presencia. Cathanna trago duro. Sabía lo que eran y porque estaba ahí. La muerte. Venían por los dos hombres tirados en el suelo.
Se levantó rápido. Nadie nunca había visto como ellos se llevaban los cuerpos. Se decía que verlo sería una maldición que dañaba cuerpo y alma.
Les dio una última mirada antes de tomar camino rápido hasta el castillo. Sus pasos eran torpes, se apoyaba en las paredes para poder caminar. Minutos después, vio la salida, por donde entraba luz. Se apresuró a llegar. Ya había varios aprendices dentro, todos vistiendo igual, aunque las marcas en sus hombros eran diferentes.
Recorrió los rostros, la mayoría estaban llenos de sangre, con heridas en el cuerpo y en el rostro. Su mirada terminó en Janessa quien se encontraba sentada en el suelo, recostada sobre una pared, con la mano en el abdomen. Sangre salía de la zona.
Camino hacia ella con poca velocidad. Sentía que se desmayaría pronto si no atendían sus heridas, pero ninguno de los Cazadores que se encontraban hablando y viendo a los aprendices que llegaban, planeaban hacer algo.
—¿Cómo te fue? —preguntó sentándose a su lado, haciendo una mueca de dolor. La sangre seguía saliendo de sus heridas, haciendo un río de un tono diferente a la sangre de los demás, pero no le prestó atención, no cuando sentía que estaba muriendo.
—Sentí que… moría —admitió Janessa con una mueca —. Fue horrible. Por poco, la desesperación me gano. —Se había encontrado con una chica, y siguiendo las palabras de la Cazadora, solo una debía quedarse de pie. Aquella chica le había clavado un puñal en el abdomen, por donde salía mucha sangre.
—Si no nos dan algo de medicina, moriremos en cualquier momento. —Cathanna cerró los ojos, con debilidad —. ¿Cuál es tu fortaleza?
—Estrategia —respondió, soltando un suspiro débil —. ¿Y tú en cuál?
—También en Estrategia, aunque no sé por qué quede ahí. No hice ninguna jugada que me diera lugar en la fortaleza.
Hasta que llegaron todos, la prueba se dio por terminada. Las puertas se abrieron, revelando a varias mujeres y hombres de túnica blanca, quienes traían bandejas con pócimas pequeñas que comenzaron a repetir entre los aprendices, algunos ya estaban al borde de la muerte, otros intentaban mantenerse despiertos.
La pócima no era para quitar el dolor ni las heridas, sino que para evitar la muerte. Cathanna la tomó. Tenía un sabor amargo que le hizo hacer una arracada, pero se contuvo para evitar vomitarla. Dejó el frasco en el suelo y comenzó a respirar con dificultades. Su cuerpo aumentó el dolor, las lágrimas abandonaron sus ojos sin que ella se diera cuenta.
—Murieron cincuenta, menos que el año pasado —dijo Janessa —. Esperaba más la verdad.
—¿Acaso cincuenta es poco para ti?
—Considerando como es Rivernum, lo es.
—Es una tragedia.
Los tres Cazadores se dividieron a los aprendices según sus asignaciones: Estrategia quedó bajo la tutela de Thalassa; Furia fue entregada a Wasa; y Ónix quedó en manos de Chantal.
—Ustedes síganme —ordenó Thalassa—. No quiero distracciones.
Avanzaron hacia uno de los pasillos. Llegaron a la salida. Ante sus ojos se desplegó una enorme rotonda, en cuyo centro se alzaba una imponente cúpula geodésica de cristal.
A lo lejos, las fortalezas se alzaban como gigantes dormidos. Desde el exterior parecían una extensión más del Castillo: torres de piedra oscura hasta el cielo, con muros imponentes y una atmósfera de respeto inquebrantable. Cada una tenía su nombre en específico.
Caminaron varios minutos hasta alcanzar su entrada, una inmensa puerta de metal grabada con la figura de un ave fénix en pleno vuelo. Al cruzarla, no se encontraron con pasillos o salas, sino que un bosque. Siguieron avanzando hasta que las casas aparecieron ante ellos. No estaban dispuestas al azar, sino alineadas en una hilera a lo largo de un sendero de piedra cubierto de musgo.
En el centro del lugar había una gran construcción metálica. A su alrededor, los aprendices estaban. Algunos absortos en la lectura, otros estudiaban figuras sobre una mesa de piedra de las muchas dispersas por el área. Sus rostros eran serios, fríos, como el hielo que cubría las montañas que se veían a lo lejos.
—Desde este momento, esta fortaleza será su hogar. —Thalassa se giró a verlos—. Cada casa es compartida por cuatro aprendices, cada uno con una habitación individual. No se aceptan fiestas, consumo de drogas y, mucho menos, sexo entre ustedes. ¿Entendido?
Todos asintieron como niños pequeños.
—Pueden revisar su marca. Ahí encontrarán el número de casa que les corresponde. Tienen quince minutos para encontrarlas. Nos veremos aquí hasta entonces.
Cathanna subió la manga de su camisa. Número cinco decía. Miro las casas. Contó una, dos, tres, cuatro y cinco. Todos los aprendices comenzaron a dispersarse para buscar sus casas. Miro el brazo de Janessa, tenía el mismo número que ella.
—¿Es suerte o brujería? —preguntó Cathanna con burla.
—El destino no quiere que estemos separadas.
Cuando llegaron a la casa, abrieron la puerta y entraron. El interior estaba construido con madera oscura y piedra, con un techo de vigas gruesas. En el centro de la sala, una chimenea de piedra ardía suavemente. Alrededor se disponían un par de sillones de cuero desgastado y una mesa de madera.
—No está nada mal —comentó Janessa, dejándose caer en el sofá con suavidad—. Me recuerda a la casa de mi abuelo.
Antes de que Cathanna pudiera responder, la puerta se abrió de nuevo, dejando ver a dos personas más. Una chica de cabello largo y platinado entró primero; sus ojos rasgados y dorados examinaban la casa con un aire calculador.
A su lado, estaba un chico de cabello es negro, alborotado y ligeramente ondulado, lo que le da un aire despreocupado. Su piel era pálida y estaba salpicada de pecas, especialmente en las mejillas y la nariz Sus ojos negros transmitían una mirada profunda y melancólica.
De repente, un aroma intenso a limón inundó el espacio. Cathanna frunció el ceño y miró alrededor, buscando el origen del olor, pero este parecía provenir de la entrada. Sus ojos se posaron en el chico por un instante, antes de deslizarse hasta la chica, quien la observaba con una intensidad difícil de descifrar.
—Y supongo que ustedes serán nuestros compañeros —dijo Janessa, rompiendo el silencio con una sonrisa ladeada—. Soy Janessa y ella es Cathanna.
—Eso creo —dijo el chico con tranquilidad mientras avanzaba y se dejaba caer en el sofá. Su uniforme rostro estaba lleno de sangre, al igual que su cabello—. Soy Riven Dalkir.
—¿No eres de Aureum, cierto? —preguntó Janessa con curiosidad al notar su peculiar acento.
Cathanna intentó concentrarse en la conversación, pero la mirada fija de la otra chica la inquietaba. Además, el fuerte aroma a limón seguía impregnando el aire, envolviéndola con una sensación de incomodidad. No quería pensar en ello, no quería siquiera considerar la posibilidad… Pero la idea la acechaba como una sombra: ¿Y si era una bruja? ¿Y si estaba aquí para llevársela? Se obligó a sacudir esos pensamientos y centrarse en la respuesta de Riven.
—Soy de Granada, en Tierras Rojas —explicó él—. Llevo en Aureum poco más de un año.
—¿Y tú? —Janessa dirigió su atención a la chica que seguía de pie en la puerta, inmóvil como una estatua.
—Loraine Solmire. Vengo de Naggada.
Y sin más, giró sobre sus talones y subió por las escaleras hacia las habitaciones.
—Creo que no le gusta socializar —soltó Riven con una risa ligera, apoyando un brazo en el respaldo del sofá.
Cathanna subió las escaleras. A medida que avanzaba por el pasillo, notó que en cada puerta había nombres grabados en letras pequeñas. Finalmente, llegó hasta la cuarta. Ahí estaba el suyo. Empujó la puerta y, para su sorpresa, encontró un espacio más amplio de lo que había imaginado. No era ostentoso, pero tampoco podía quejarse.
Las paredes eran de piedra oscura, con vetas más claras. La cama, situada contra la pared izquierda, era más grande de lo esperado, cubierta con sábanas gruesas y una manta de lana gris. Sobre la cabecera, una pequeña repisa ofrecía espacio suficiente para colocar algunos libros. Frente a la ventana—estrecha y con un vidrio algo opaco—se encontraba un escritorio con pergaminos enrollados, plumas y tinta cuidadosamente dispuestos.
La puerta sonó.
Cathanna se detuvo. Ese olor otra vez. Frunció el ceño y se acercó con cautela. Ahí estaba Loraine. Su mirada era penetrante, intensa, como si tratara de analizarla, de desentrañar algo oculto en ella.
—Frambuesa y flores del valle azul —murmuró Loraine con un tono susurrante—. Eres una bruja…
El estómago de Cathanna se contrajo. La idea de ser una bruja no era algo que quisiera asimilar.
—Yo no…
—Yo también lo soy —la interrumpió, sin apartar la vista—. No me había encontrado con brujas antes… No seguido ni de la manera que me hubiera gustado.
—No sé de qué hablas —replicó Cathanna con cautela, dando un paso atrás—. Yo no soy una bruja.
—No mientas. Lo hueles, ¿verdad? —insistió—. Como yo huelo lo que eres. No te preocupes. —Se apoyó contra el marco de la puerta con una sonrisa apenas perceptible—. No diré nada. Solo quiero saber algo… ¿Sabes lo que significa ser una bruja aquí?
—Yo no sé…
—¿Sabes que, si alguien más se llega a enterar, podrían agarrarnos y quemarnos? Las brujas no son bienvenidas en ninguna parte del reino. Y este es el lugar más peligroso donde una bruja puede estar. Es la boca del lobo.
—Lo sé —susurró—. No tengo más opción. Debo permanecer aquí.
—Entonces espero que seas buena guardando secretos. —Sin decir una palabra más, desapareció por el pasillo.
Cathanna soltó un suspiro y recorrió la habitación con la mirada antes de dirigirse a la salida. Abajo, solo Riven permanecía en el sofá, recostado con aire despreocupado. Sus ojos se desviaron hacia el reloj en la pared. Faltaban cinco minutos para que el tiempo se agotara.
—¿Y tu por qué estás aquí? —preguntó Riven, arqueando una ceja—. Te ves… tan femenina como para estar rodeada de hombres y mujeres con complejo de uno.
—¿Y eso qué significa? —respondió Cathanna con una sonrisa burlona, inclinándose ligeramente hacia Riven—. ¿Acaso crees que solo los brutos sin gracia pueden sobrevivir en este lugar? Además, que me vea femenina no significa que no pueda estar aquí.
—Solo digo que no pareces el tipo de persona que se ensucia las manos.
—Tal vez mis manos no estén cubiertas de cicatrices y tierra, pero eso no significa que no sepa cómo usarlas. Aunque bueno —elevo sus manos —, están heridas, dejaran grandes cicatrices.
—¿Cómo te las hiciste?
—Detuve una espada con mis manos.
—¡Eso es una locura!
—No es algo que quisiera hacer otra vez.
Cuando Janessa bajó, los tres salieron juntos de la casa. En el punto de encuentro, varios aprendices ya se habían reunido, conversando en murmullos mientras esperaban. Los minutos transcurrieron hasta que Sara finalmente llegó, indicándoles que la siguieran.
—Esa chica es muy extraña —agregó Riven.
—¿Quién? —inquirió Janessa.
—Loraine. Intenté hablarle, pero solo me ignoró.
—Tal vez es solo porque apenas nos conocemos. Después podremos llevarnos bien.
El grupo avanzó hasta la montaña que se alzaba detrás de la estructura metálica. En su ladera, una escalera de piedra inclinada conducía hacia la cima. Cathanna frunció el ceño al verla. Subir aquello le costaría trabajo, pero aun así se obligó a intentarlo.
Al llegar a la cima, se encontraron con mesas de madera y una entrada pegada a un muro de piedra sobre una montaña pequeña. Sara los guió hasta allí y, al abrir la puerta, el espacio ante ellos se transformó en un gran salón. Los techos se elevaban con imponencia, y al fondo, un estrado de piedra sostenía una mesa larga.
—Entren y tomen asiento —indicó Sara con firmeza.
Cathanna se sentó junto a Riven y Janessa en una de las largas mesas, observando con curiosidad el lugar mientras el resto de los aprendices ocupaba sus lugares. Bajo la mirada. Había dagas con empuñadura de fénix en cada parte de la mesa.
Cuando todos estuvieron en su lugar, en el estrado llegó un ave fénix. Se posó sobre el atril de piedra. Pocos segundos después, el ave se transformó en un hombre vestido con una armadura roja que parecía relucir incluso bajo la tenue luz de las antorchas. Su barba negra y los ojos rojos brillantes lo hacían parecer un guerrero de lucha.
—Es Valkhor —dijo Janessa sorprendida y emocionada—. Su hija fue Verlah, la bruja que puso al reino a temblar hace ya cuatrocientos años. Los libros dicen que cuando su hija murió, él no derramó ni una sola lágrima.
Cathanna tragó duro.
—Pero… ¿Cómo es posible que esté vivo? —Llevó su mirada a él —. Una persona promedio podría vivir doscientos años por lo máximo.
—Es un fénix. Puede resurgir de las cenizas. Hay muchas leyendas sobre él. Es el director de Rivernum desde hace cien años.
Cathanna llevó nuevamente su mirada al hombre que parecía estar analizando cada uno de los rostros presentes en ese lugar. La sola mención de aquella bruja era suficiente para hacerla temblar de miedo. Sus miradas se conectaron. Ella sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo.
—Es un honor para mí darles la bienvenida a Rivernum, y por supuesto; a nuestra amada fortaleza. —Su voz resonó con fuerza, llenando todo el lugar—. Ser un aprendiz significa más que solo el nombre. Es saber que desde este momento tienen una responsabilidad con el castillo y por supuesto, con Valtheria.
Un estallido de aplausos y chiflidos llenó el salón, creando una atmósfera de entusiasmo. Cathanna se sentía incómoda con las miradas que el hombre le daba, como si supiera quién era y porque se encontraba en ese lugar.
—Hay muchas cosas que deben aprender, pero tendrán tiempo para descubrirlas —continuó con una sonrisa—. Estrategia ha sido, desde siempre, la fortaleza líder en el arte de la planificación y la táctica. No espero menos de ustedes.
Más aplausos.
—A partir de ahora, su mente será su mayor arma. Aquí no basta con la fuerza bruta ni con habilidades individuales; lo que importa es la astucia, la previsión y la capacidad de adaptación. Un buen estratega no sólo anticipa el movimiento del enemigo, sino que también convierte cualquier situación en una ventaja. —Sonrió—. En sus mesas hay dagas. Tomen una.
Los aprendices obedecieron de inmediato, cada uno sosteniendo el arma.
—Todo aquel que ingresa por primera vez a Estrategia debe demostrar su lealtad. La tradición exige un sacrificio: un corte en el brazo. Su sangre debe tocar el suelo, sellando así su compromiso con esta fortaleza. Demuestren su valentía.
Cathanna sintió su pecho contraerse. Miro como algunos aprendices hacían cortes en sus brazos sin dudarlo. Llevó su mirada a sus compañeros de mesa. Riven hizo el corte en su brazo, siendo seguido por Janessa.
Tomó una bocanada grande de aire antes de llevar la daga a la zona. Cerró los ojos mientras hacía el corte en su piel. El dolor llenó sus sistemas, junto a las otras heridas. Se arrepintió de inmediato. La sangre comenzó a bajar por su brazo hasta tocar el suelo de piedra, un color más oscuro que el de los demás, pero sin dejar de ser roja.
—Esto ha sido lo peor que alguien haya hecho en la vida —dijo Cathanna, dejando la daga ensangrentada junto a las otras —. La gente aquí está loca definitivamente. No entiendo cómo pueden hacer esto.
—Bueno, el Finit fue peor —agregó Riven—. Un corte es lo de menos.
Todos llevaron su mirada nuevamente al Valkhor quien miraba con esos ojos rojos a todos, intentando descifrar cada cara hasta que terminó en Cathanna. Ese rostro, esa mirada, todo le recordó a su hija. Pero sus ojos, le recomendaron al bebé que alguna vez vio a los ojos, tan cristalinos.
—¡Bravo! ¡Bravo! —exclamó con fuerza—. Eso demuestra de lo que están hechos mis aprendices. ¡Bienvenidos a Rivernum!
Con esas últimas palabras, dio por concluido su discurso. Se alzó como un ave fénix, brillante y cegadora como el sol. Se dirigió a la puerta, dejando un rastro rojizo en el proceso.