Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 8: Sombras de lo Prohibido
El lunes llegó acompañado de un cielo nublado que amenazaba con lluvia. Ariadna caminaba hacia la escuela con una mezcla de ansiedad y emoción, sentimientos que había intentado reprimir durante el fin de semana pero que, al ver a Eryx en el patio, se avivaron como llamas.
Él estaba recargado contra la pared, con la expresión distante que lo caracterizaba. Pero cuando sus miradas se cruzaron, su postura pareció suavizarse apenas un poco. Ariadna se acercó, sintiendo las miradas de algunos compañeros que cuchicheaban. No era raro que Eryx atrajera atención, pero a ella empezaba a incomodarle que las mismas personas la miraran como si estuviera cometiendo un crimen al hablar con él.
—Hola —saludó, fingiendo indiferencia.
—Hola —respondió él, su tono bajo pero cálido.
—¿Cómo estuvo tu fin de semana? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—Tranquilo. ¿Y el tuyo?
Ariadna se encogió de hombros. —Mis hermanos no dejaron de hacer preguntas sobre ti.
Eryx arqueó una ceja. —¿Y eso?
—Son muy protectores. Creo que les preocupas.
Una ligera sonrisa apareció en el rostro de Eryx, pero sus ojos se oscurecieron un poco. —Es normal. Tal vez deberían preocuparse.
—No digas eso —dijo Ariadna, en un tono más serio del que esperaba.
Antes de que Eryx pudiera responder, un grupo de chicos pasó cerca, uno de ellos empujando ligeramente a Eryx con el hombro.
—¿Qué haces hablando con él, Ariadna? —preguntó uno de los chicos, su tono burlón.
Era Dionisio, uno de los alumnos más populares de la escuela, y alguien que Ariadna siempre había evitado.
—No es asunto tuyo, Dionisio —respondió ella, cruzando los brazos.
—Solo digo que podrías hacerlo mejor. Ese tipo... no es buena compañía.
Eryx no reaccionó, pero Ariadna notó cómo sus manos se cerraban en puños.
—No necesito tu consejo —replicó Ariadna, con la mirada fija en el chico.
Dionisio soltó una carcajada y se alejó con su grupo, dejando un silencio tenso entre Ariadna y Eryx.
—No debiste defenderme —dijo él finalmente.
—¿Por qué no?
—Porque no vale la pena.
Ariadna frunció el ceño. —Eres mi amigo, Eryx. Claro que vale la pena.
Él no respondió, pero algo en su mirada cambió, como si esas palabras hubieran llegado a un lugar al que nadie más había llegado antes.
El resto del día transcurrió con relativa normalidad, aunque Ariadna no podía dejar de pensar en la interacción con Dionisio. Sabía que Eryx era un misterio para la mayoría, y que su actitud distante lo hacía blanco de críticas, pero no entendía por qué la gente insistía en juzgarlo sin conocerlo.
Más tarde, durante la clase de literatura, el profesor asignó un nuevo proyecto en parejas. Para sorpresa de Ariadna, esta vez no le tocó con Eryx, sino con una chica llamada Calíope, conocida por ser amigable y extrovertida.
—Parece que nos tocará trabajar juntas —dijo Calíope, sonriendo.
—Sí, parece que sí —respondió Ariadna, devolviéndole la sonrisa.
Mientras discutían el proyecto, Calíope no tardó en mencionar a Eryx.
—He notado que últimamente pasas mucho tiempo con él.
Ariadna asintió, esperando algún comentario negativo, pero Calíope simplemente agregó:
—Es intrigante, ¿no crees?
—¿Intrigante? —repitió Ariadna, sorprendida.
—Sí. Es diferente. A la mayoría le da miedo lo que no entiende, pero yo creo que tiene algo especial.
Ariadna no supo qué responder. Por primera vez, alguien hablaba de Eryx sin prejuicios, y eso la hizo sentir menos sola en su intento por conocerlo.
Esa tarde, al salir de la escuela, Ariadna encontró a Eryx esperándola junto a la puerta principal.
—¿Me esperabas? —preguntó, sorprendida.
—Quería asegurarme de que llegues bien a casa.
Ariadna lo miró con una mezcla de gratitud y confusión. —¿Por qué harías eso?
Él desvió la mirada, como si estuviera luchando por encontrar una respuesta. Finalmente, dijo: —Porque me importa.
Las palabras cayeron como un peso en el pecho de Ariadna. No estaba segura de qué significaban exactamente, pero sabía que no podía ignorarlas.
—Gracias —dijo, su voz apenas un susurro.
Comenzaron a caminar juntos, y por primera vez, el silencio entre ellos no se sintió incómodo.
Cuando llegaron a la casa de Ariadna, Nikos estaba afuera, arreglando su motocicleta. Al verlos juntos, levantó la mirada y frunció el ceño.
—¿Otra vez tú? —preguntó, con tono protector.
—Hola, Nikos —dijo Ariadna rápidamente, intentando evitar un conflicto.
—Solo la acompañé a casa —dijo Eryx, manteniendo la calma.
Nikos lo miró fijamente durante unos segundos antes de decir: —Gracias. Pero yo puedo cuidar de mi hermana.
Eryx asintió, entendiendo el mensaje implícito. —Lo sé.
Después de despedirse, Ariadna entró a la casa con una sensación de inquietud. Sabía que Nikos solo quería protegerla, pero también sentía que estaba siendo injusto con Eryx.
Esa noche, mientras intentaba concentrarse en sus estudios, no podía dejar de pensar en las palabras de Eryx: “Porque me importa”.
¿Qué significaban realmente? ¿Y por qué la hacían sentir tan vulnerable y al mismo tiempo tan segura?
En su propio apartamento, Eryx también estaba sumido en sus pensamientos. Había intentado mantener su distancia de Ariadna, pero cada día que pasaba, eso se volvía más difícil. Ella tenía una manera de atravesar las barreras que él había construido, y aunque eso lo aterraba, también lo hacía sentir algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza.
Sin embargo, sabía que su mundo y el de Ariadna no podían mezclarse sin consecuencias. Había cosas de su pasado que ella no sabía, cosas que, si salían a la luz, podrían cambiarlo todo.
Eryx cerró los ojos y respiró hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que lo consumía. Sabía que estaba jugando con fuego, pero no podía evitarlo.
Porque, por primera vez en mucho tiempo, sentía que valía la pena arriesgarse.