El poderoso sultán Selin, conocido por su destreza en el campo de batalla y su irresistible encanto con las mujeres, ha vivido rodeado de lujo y tentaciones. Pero cuando su hermana, Derya, emperatriz de Escocia, lo convoca a su reino, su vida da un giro inesperado. Allí, Selin se reencuentra con su sobrina Safiye, una joven inocente e inexperta en los asuntos del corazón, quien le pide consejo sobre un pretendiente.
Lo que comienza como una inocente solicitud de ayuda, pronto se convierte en una peligrosa atracción. Mientras Selin lucha por contener sus propios deseos, Safiye se siente cada vez más intrigada por su tío, ignorando las emociones que está despertando en él. A medida que los dos se ven envueltos en un juego de miradas y silencios, el sultán descubrirá que las tentaciones más difíciles de resistir no siempre vienen de fuera, sino del propio corazón.
¿Podrá Selin proteger a Safiye de sus propios sentimientos?
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Henry, siendo Henry
El beso con Safiye me había dejado inquieto el resto del día. Lo había repetido en mi mente una y otra vez, como si fuera un sueño irreal que no debió haber ocurrido. Sin embargo, la realidad era que sí había sucedido, y no podía ignorarlo. Aunque mi mente insistía en analizar cada detalle, había intentado sacármelo de la cabeza, convenciéndome de que no significaba nada, de que no tenía relevancia.
Al atardecer, un sirviente entró en mi despacho, anunciando que Henry había llegado y que la cena sería servida. Era justo lo que necesitaba: algo que distrajera mis pensamientos del beso con Safiye. Asentí al sirviente, y me levanté rápidamente de mi asiento para dirigirme al comedor. Mientras bajaba las escaleras, con la cabeza aún enmarañada en reflexiones, choqué con Safiye en uno de los pasillos.
—Perdona, no te vi —dije, un poco más brusco de lo que pretendía.
Ella solo sonrió con la misma calma de siempre, como si el beso de la mañana no hubiera tenido ningún efecto en ella. Su tranquilidad me confundía aún más, pero decidí no mencionarlo.
—¿Vas al comedor? —preguntó con naturalidad.
—Sí —respondí, manteniendo la compostura—. La cena está lista.
—Entonces, te acompaño.
Caminamos en silencio, aunque yo estaba consciente de su presencia a cada paso. Me preguntaba si ella estaba pensando lo mismo que yo, pero su expresión era despreocupada, como si nada fuera distinto entre nosotros. Me forcé a hacer lo mismo. Tenía que ser el adulto. Esto solo había sido un malentendido, un error que debía quedar en el pasado.
Cuando llegamos al comedor, Safiye corrió hacia su padre, Henry, quien acababa de regresar de una redada. Él estaba de pie junto a la mesa, con el aspecto de un hombre que había pasado horas en batallas y peligros, pero aún conservaba esa energía inquebrantable de siempre.
—¡Padre! —exclamó Safiye mientras se arrojaba a sus brazos.
Henry la recibió con una risa profunda, levantándola del suelo como si aún fuera una niña pequeña. La escena me trajo un alivio momentáneo. Safiye no era más que una niña para su padre, y eso era exactamente lo que debía seguir siendo. Eso me recordaba que yo también debía verla de esa manera.
—¿Cómo fue la redada, Henry? —pregunté mientras tomaba asiento.
—Unos maleantes merodeaban por el pueblo, molestando a la gente —respondió Henry con seriedad—. Pero ya hemos resuelto el asunto. Estaban tratando de escapar hacia las tierras del norte. Ningún hombre se escabulle de mis tierras sin enfrentarse a la justicia.
Derya, su esposa y esposa, sonrió suavemente desde el otro lado de la mesa, complacida de ver a su marido de vuelta. Henry y Derya compartían más que miradas; eran una pareja unida por años de amor y respeto. Se trataban con afecto incluso en los pequeños gestos, y era difícil no notar la conexión profunda entre ellos.
La cena transcurrió tranquila. Henry, siempre el hombre protector, observaba a su familia con orgullo mientras compartía detalles de su cacería de maleantes. Yo, por mi parte, intentaba mantener la calma, aunque me resultaba difícil concentrarme en cualquier cosa que no fuera Safiye. La joven parecía completamente despreocupada, como si el beso entre nosotros nunca hubiera ocurrido. ¿Cómo podía estar tan tranquila?
Era evidente que debía seguir su ejemplo. Debía dejarlo atrás y no darle más vueltas. Fue solo un beso, un error sin importancia que no debía repetirse. Con ese pensamiento, tomé una decisión: ser el adulto en esta situación. Debía comportarme como el hombre maduro que era y olvidar lo que había pasado.
Al día siguiente, el ambiente en la casa era igual de apacible. A primera vista, todo parecía normal, pero al entrar en el salón, me encontré con una conversación que me heló la sangre. Kieran, el mejor amigo de Henry, estaba hablando con él mientras Mehmed, mi querido hermano, observaba con una sonrisa divertida.
—Te lo digo, hermano —decía Kieran, tratando de calmar a Henry—. Las chicas crecen, y eventualmente se interesarán en alguien.
Henry, sin embargo, parecía cada vez más enfurecido. Su ceño estaba fruncido, y su tono de voz se había elevado.
—¡No me hables de eso, Kieran! —exclamó Henry, furioso—. ¡Mi pequeña Safiye aún es una niña! No quiero escuchar ni una palabra sobre que pueda tener pretendientes.
Tragué en seco, esperando que nadie notara mi presencia. Pero cada palabra de Henry me atravesaba como una flecha en el corazón. Mi mente volvió al beso que tuvo lugar el día anterior, y una mezcla de vergüenza y culpa me recorrió de pies a cabeza. Si Henry supiera lo que había pasado, probablemente me mataría en el acto.
—Derya solo sugirió que algún día alguien podría interesarse en Safiye —intervino Mehmed, con un tono relajado que claramente buscaba desactivar la tensión.
—¡Cualquiera que se atreva a ponerle un dedo encima lo pagará caro! —gruñó Henry, sus ojos centelleando de rabia—. Le cortaré las manos al primer idiota que intente acercarse a ella. ¡Es mi pequeña, mi niña! Aún es muy joven para siquiera pensar en esas cosas.
En ese momento, sentí que el suelo bajo mis pies se desmoronaba. Las palabras de Henry resonaban en mi cabeza, y no podía dejar de imaginar la escena: Henry, con una espada en mano, listo para cortar mis manos si llegaba a descubrir lo que había pasado. No podía permitir que algo así sucediera. Tenía que olvidar el beso de una vez por todas.
—Hermano, cálmate —dijo Kieran, poniendo una mano en el hombro de Henry—. Sabes que Derya solo está pensando en el futuro, no en algo inmediato.
—¡No me importa! —respondió Henry, aún encendido—. Safiye no necesita a ningún pretendiente. No hasta que yo lo conozca bien, y cuando lo haga, será un hombre de confianza, alguien que yo sepa que la amara eternamente.
Cada vez que Henry hablaba, me sentía más y más atrapado. ¿Cómo había llegado a este punto? Ayer, Safiye era solo una sobrina distante. Hoy, las palabras "pretendiente" y "protección" rondaban en el aire, como una advertencia constante.
—Selin, qué bueno verte —dijo Mehmed de repente, dirigiéndose a mí y sacándome de mis pensamientos.
Intenté sonreír con naturalidad, aunque me sentía como un hombre a punto de ser ejecutado.
—Buenos días, Mehmed, Henry, Kieran —dije con un ligero asentimiento, intentando sonar tranquilo—. Parece que la conversación es animada esta mañana.
—Animada es una palabra suave para describirla —comentó Mehmed con una risa—. nuestro querido cuñado está algo sobreprotector.
Henry me dirigió una mirada intensa, y sentí que el calor subía por mi cuello. ¿Acaso sospechaba algo? No, eso era imposible. No podía saberlo.
—Selin, tú que eres más sensato, diles —dijo Henry, cruzando los brazos sobre su pecho—. ¿No crees que es demasiado pronto para que Safiye piense en pretendientes?
Mi mente giraba en busca de una respuesta adecuada, algo que calmara los ánimos pero que no me comprometiera. Tragando en seco, intenté hablar con la mayor neutralidad posible.
—Henry, creo que Safiye es aún joven y tiene mucho tiempo para pensar en esas cosas. Pero también es natural que eventualmente lo haga.
Henry me observó durante unos segundos que parecieron eternos, antes de asentir ligeramente, aunque su expresión seguía siendo de desconfianza.
—Tal vez tengas razón, pero aún así, quiero estar seguro de que quienquiera que se acerque a ella sea un hombre digno. Y si no lo es... —dijo, dejando la amenaza colgando en el aire.
—Por supuesto —respondí, intentando mantener la calma.
Mientras el resto de la conversación continuaba, mi mente seguía sumida en el torbellino de pensamientos y emociones que habían surgido desde aquel beso. Tenía que ser cuidadoso.